Tal vez Roger no frecuentaba la iglesia, pero sí se tomaba en serio una promesa hecha a su esposa sobre una peregrinación. Dios se lo agradeció con gracias de conversión sobre toda su familia.
Roger no vivía muy
lejos de Lourdes, pero sí de la Iglesia. Supo, sin embargo, cumplir una promesa que concernía
a la Virgen, y las gracias sobre él mismo y su familia no tardaron en
llegar, como cuenta él mismo en un testimonio de L'1visible recogido por Cari Filii:Roger. Dominio público
"Toda nuestra vida de familia
cambió"
Soy
un hijo de la asistencia pública y fui educado en familias de acogida. La primera vez tuve la suerte de caer
en una familia cuya madre quiso
que me bautizara, y ella misma fue mi madrina. Desgraciadamente, por los
estudios, el trabajo y sobre todo todo por mí mismo, terminé por abandonar el
rebaño y dejé de ir a la
iglesia.
En
1998, junto con mi esposa Brigitte,
vivía en Agen [Nueva Aquitania, Francia] y yo pasaba por un largo periodo de desempleo. Brigitte pertenecía
a un grupo de oración. Un día me dijo: “¿Sabes? Me gustaría que fuésemos a
Lourdes”. Le respondí: “Es imposible, no tengo trabajo. Los gastos serían
excesivos para nosotros”. Además teníamos entonces un viejo Citroën 2CV. Pero le hice una promesa: “En cuanto
encuentre un empleo, compro un coche nuevo y vamos a Lourdes. Te lo prometo”.
Bloqueado en mitad del puente
En
los meses siguientes, finalmente hallé trabajo. Era un puesto de vigilante de un
edificio privado en pleno centro de Agen. Como este edificio lo ocupaban sobre
todo personas ancianas, me tomé el puesto más como un servicio que como un
trabajo. Me agradaba ayudar a esas personas y sentirme útil. Tiempo después,
quise cumplir mi promesa, compré
un coche nuevo y le dije a Brigitte: “Ahora ya estamos listos, podemos ir a
Lourdes”.
Una
vez allí, teníamos que cruzar
el Gave sobre el puente para llegar a la gruta de Massabielle. Pero, en
mitad del puente, me quedo como bloqueado. ¡No puedo caminar! Mis piernas resultan demasiado
pesadas. No comprendo lo que me está pasando. Pero una vocecita interior me
dice: “¡Tienes tiempo! No vale la pena correr”. Mi esposa se da cuenta de que
tengo un problema y me pregunta qué pasa. Se lo explico y me dice: “¡Entonces
avanza despacio!” Y vuelvo a empezar, a mi ritmo.
Una
vez en la gruta, un
escalofrío me recorre todo el cuerpo. Y el mismo escalofrío lo recorre de
nuevo cada vez que cuento este suceso.
Ocho
horas después de nuestro regreso, le pregunto a Brigitte si quiere casarse conmigo por la Iglesia.
“¡Por supuesto! ¡Qué alegría!”, me responde, feliz y emocionadísima. Nos
habíamos casado en el ayuntamiento 36 años antes. Y en los meses posteriores,
nos casamos en la iglesia.
¡Pero
la historia no acaba aquí!
“¡Voy a dejar de blasfemar!”
Un
día, mi hijo mayor nos llama y nos dice: “Estoy muy nervioso. Espero una
respuesta para un puesto de trabajo importante y tenía que decíroslo”. Tras la
llamada, mi esposa Brigitte me dice sin dudarlo: “Recemos por él”. Enseguida dejamos todo lo que estamos
haciendo y vamos a nuestra iglesia a rezar.
A
la vuelta, nada más bajar del coche suena de nuevo el teléfono. Es nuestro
hijo, que nos anuncia: “¡Tengo el trabajo!” Brigitte, llorando, le confiesa:
“¿Sabes? Acabamos de volver de rezar por ti en la iglesia”. Inmediatamente mi
hijo le responde: “Os prometo que, a partir de hoy, no volveré a blasfemar. Es más: ¡voy a bautizar a mis dos hijos!
Y yo también quiero bautizarme”.
Fue
así como no solo nuestra vida de pareja, sino toda nuestra vida de familia la
que cambió por completo. Dios
prosigue además su obra en el seno de nuestra familia. En efecto, el 20 de
mayo, pedido por él mismo, nuestro niego Théo, de 13 años, hizo su primera comunión y, lo que es más
extraordinario aún, mi hijo Pascal y
mi nuera Sylvine, sus
padres, quieren casarse por la Iglesia después de 22 años de matrimonio civil.
¿Cómo
no dar gracias a Dios y alabarle por sus beneficios cotidianos?
Fuente: ReL