En el segundo día de su viaje apostólico a Hungría, el 29 de abril, el Papa Francisco se encontró con los jesuitas del país
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Encuentro con los miembros de la Compañía de Jesús en Budapest (Vatican Media) |
La importancia del testimonio, el don de la
ternura, el diálogo entre generaciones. Estos son algunos de los conceptos en
torno a los cuales el Papa centró sus reflexiones el mes pasado en Hungría
-destino de su 41º viaje apostólico- en su encuentro privado con los jesuitas
locales.
En el segundo día de su viaje
apostólico a Hungría, el 29 de abril, el Papa Francisco se encontró con los
jesuitas del país. En un diálogo abierto, publicado
hoy por La Civiltà Cattolica, el Santo Padre abordó con los prelados
diversos argumentos, entre los cuales el de la experiencia vivida durante la
dictadura militar argentina. El tema de los jóvenes fue ampliamente tocado
también por Francisco, así como la relación entre el Concilio Vaticano II y la
Iglesia en tiempos modernos. A continuación, la traducción no oficial de los
puntos centrales de la entrevista.
¿Cómo comportarse con los jóvenes
en formación en la Compañía de Jesús y con los jóvenes en general? ¿Qué consejo
nos puede dar?
Hablar con claridad. Se solía decir
que para ser un buen jesuita hay que pensar con claridad y hablar con
oscuridad. Pero con los jóvenes no debe ser así: hay que hablar claro,
mostrarles coherencia. Los jóvenes tienen olfato para detectar la falta de
coherencia. Y con los jóvenes en formación hay que hablar como adultos, como se
habla a los hombres, no a los niños. E introducirles en la experiencia espiritual,
prepararles para la gran experiencia espiritual que son los Ejercicios. Los
jóvenes no toleran el doble lenguaje, esto lo tengo claro. Pero ser claro no
significa en absoluto ser agresivo. La claridad debe ir siempre unida a la
amabilidad, a la fraternidad, a la paternidad.
La palabra clave es
"autenticidad". Que los jóvenes digan lo que sienten. Para mí, el
diálogo entre un joven y una persona mayor es importante: hablar, discutir.
Espero autenticidad, que se digan las cosas como son, las dificultades, los
pecados... Y tú, como formador, debes enseñar a los jóvenes la coherencia.
Luego es importante que los jóvenes dialoguen con los viejos. Los ancianos no
pueden quedarse solos en la enfermería: deben estar en comunidad, para que sea
posible un intercambio entre ellos y los jóvenes. Recuerden aquella profecía de
Joel: los viejos tendrán sueños y los jóvenes serán profetas. La profecía de un
joven es la que nace de una relación de ternura con el anciano.
"Ternura" es una de las palabras clave de Dios: cercanía, compasión y
ternura. Por este camino nunca nos equivocaremos. Este es el estilo de
Dios.
Quisiera hacerle una pregunta sobre
el tema del amor cristiano hacia las personas que han cometido abusos sexuales.
El Evangelio nos pide que amemos, pero ¿cómo se puede amar al mismo tiempo a
las personas que han sufrido abusos y a sus agresores? Dios ama a todos.
También los ama a ellos. Pero, ¿nosotros? Sin encubrir nunca nada, por
supuesto, ¿cómo hacemos para amar a los abusadores? Me gustaría ofrecer la
compasión y el amor que el Evangelio pide para todos, incluso para el enemigo.
Pero, ¿cómo es posible?
No es nada fácil. Hoy hemos
comprendido que la realidad de los abusos es muy amplia: hay abusos sexuales,
psicológicos, económicos, con los migrantes... Tú te refieres a los abusos
sexuales. ¿Cómo nos acercamos, cómo hablamos con los abusadores por los que
sentimos repugnancia? Sí, también ellos son hijos de Dios. Pero, ¿cómo amarlos?
Su pregunta es muy fuerte. Hay que condenar al abusador, en efecto, pero como
hermano. Condenarlo debe entenderse como un acto de caridad. Hay una lógica,
una manera de amar al enemigo que también se expresa así. Y no es fácil de
entender y de vivir. El abusador es un enemigo. Cada uno de nosotros lo siente
así porque empatiza con el sufrimiento del abusado. Cuando uno siente lo que el
abuso deja en el corazón de los abusados, la impresión que se recibe es
tremenda. Incluso hablar con el abusador nos pone enfermos, no es fácil. Pero
ellos también son hijos de Dios. Y hace falta atención pastoral. Merecen
castigo, pero también cuidado pastoral. ¿Cómo hacerlo? No, no es fácil. Tienes
razón.
¿Cuál era su relación con el padre
Ferenc Jálics? ¿Qué ocurrió? ¿Cómo vivió usted, como Provincial, aquella
trágica situación? Usted recibió duras acusaciones...
Los padres Ferenc Jálics y Orlando
Yorio trabajaban en un barrio obrero y trabajaban bien. Jálics fue mi padre
espiritual y confesor durante mi primer y segundo año de teología. En el barrio
donde trabajaba había una célula guerrillera. Pero los dos jesuitas no tenían
nada que ver con ellos: eran pastores, no políticos. Pero los hicieron
prisioneros siendo inocentes. No encontraron nada que los acusara, pero
tuvieron que pasar nueve meses en la cárcel, sufriendo amenazas y torturas.
Luego fueron liberados, pero estas cosas dejan heridas profundas. Jálics vino
inmediatamente a verme y hablamos. Le aconsejé que fuera a ver a su madre en
Estados Unidos. La situación era demasiado confusa e incierta. Entonces surgió
la leyenda de que era yo quien los entregó para ser encarcelados. Sepan que
hace un mes, la Conferencia Episcopal Argentina publicó dos tomos de los tres
previstos con todos los documentos relacionados con lo sucedido entre la
Iglesia y los militares. Allí pueden encontrar todo.
Pero volvamos a los hechos que
estaba relatando. Cuando se fueron los militares, Jálics me pidió permiso para
venir a hacer un curso de ejercicios espirituales en Argentina. Le hice venir,
e incluso celebramos misa juntos. Luego volví a verle como arzobispo y después
como Papa: vino a Roma a verme. Siempre tuvimos esta relación. Pero cuando vino
la última vez a verme al Vaticano, vi que sufría porque no sabía cómo hablarme.
Había una distancia. Las heridas de aquellos años permanecían tanto en mí como
en él, porque ambos experimentamos aquella persecución.
Algunos en el gobierno querían
"cortarme la cabeza", y sacaron a relucir no tanto este asunto de
Jálics, sino que cuestionaron toda mi forma de actuar durante la dictadura. Por
lo tanto, me llamaron a juicio. Me dieron a elegir dónde iba a realizarse el
interrogatorio. Elegí hacerlo en el episcopio. Duró cuatro horas y diez
minutos. Uno de los jueces insistió mucho en mi comportamiento. Siempre
respondí con la verdad. Pero, desde mi punto de vista, la única pregunta seria
y bien fundada vino del abogado que pertenecía al partido comunista. Y gracias
a esa pregunta, las cosas se aclararon. Al final, se constató mi inocencia.
Pero en aquel juicio casi no se habló de Jàlics, sino de otros casos de
personas que habían pedido ayuda.
Luego vi a dos de esos jueces aquí
en Roma, ya como Papa. Uno con un grupo de argentinos. No lo reconocí, pero
tenía la impresión de haberlo visto. Lo miraba, lo miraba. Entre mí decía:
"pero si le conozco". Me abrazó y se fue. Volví a verle y se
presentó. Le dije: "Me merezco cien veces un castigo, pero no por aquel motivo".
Le dije que estuviera en paz con esa historia. Sí, merezco ser juzgado por mis
pecados, pero en este punto quiero ser claro. Otro de los tres jueces también
vino y me dijo claramente que habían recibido instrucciones del gobierno de
condenarme.
Pero quiero añadir que cuando
Jálics y Yorio fueron apresados por los militares, la situación en Argentina
era confusa y no estaba nada claro lo que había que hacer. Hice lo que creí que
debía hacer para defenderlos. Fue un asunto muy doloroso.
Jálics era un hombre bueno, un
hombre de Dios, un hombre que buscaba a Dios, pero fue víctima de un entorno al
que no pertenecía. Él mismo se dio cuenta de ello. Era el entorno de la
guerrilla activa en el lugar donde fue a ser capellán. Pero en la documentación
que se publicó en dos volúmenes encontrarán la verdad sobre este caso.
El Concilio Vaticano II habla de la
relación entre la Iglesia y el mundo moderno. ¿Cómo podemos conciliar la
Iglesia y la realidad que ya está más allá de lo moderno? ¿Cómo encontrar la
voz de Dios amando nuestro tiempo?
No sé cómo
responderte teóricamente, pero desde luego sé que el Concilio se sigue
aplicando. Dicen que se necesita un siglo para asimilar un Concilio. Y sé que
las resistencias son terribles. Hay un restauracionismo increíble. Lo que yo
llamo "indietrismo", como dice la Carta a los Hebreos 10:39:
"Nosotros no somos de los que se vuelven atrás". El flujo de la
historia y de la gracia va de abajo hacia arriba como la savia de un árbol que
da frutos. Pero sin este flujo te quedas como una momia. Retroceder no preserva
la vida, nunca. Hay que cambiar, como escribe San Vicente de Lérins en
Commonitórium primum cuando afirma que incluso el dogma de la religión
cristiana progresa, se consolida con los años, se desarrolla con el tiempo, se
profundiza con la edad. Pero se trata de un cambio de abajo hacia arriba. El
peligro hoy es el indietrismo, la reacción contra lo moderno. Es una enfermedad
nostálgica. Por eso he decidido que ahora es obligatorio obtener la concesión
de celebrar según el Misal Romano de 1962 para todos los sacerdotes recién
consagrados.. Después de todas las consultas necesarias, decidí esto porque vi
que esta medida pastoral bien hecha por Juan Pablo II y Benedicto XVI estaba
siendo utilizada de manera ideológica, para volver atrás. Era necesario poner
fin a este retroceso, que no estaba en la visión pastoral de mis predecesores.
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