Mercedes y Sergi hicieron gala de una fuerte virtud de la fe al saber que su hijo fallecería de un complicado síndrome a los pocos días de nacer: decidieron celebrar su bautismo, confirmación, una fiesta por su vida y días de gracia por haberle tenido antes de que "la Virgen lo llevase al Cielo".
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Mercedes y Sergio. Dominio, público |
Molas
y Barroso viven en la capital navarra y tienen ocho hijos: Santiago, Elena, Daniel, Isabel, Ana,
Carmen, Javier y Gabriel, “el grande”. “Ya me sentía mimado por Dios con los
primeros siete, pero con Gabriel he notado especialmente que Él está muy empeñado en que vayamos
al cielo”, confiesa su padre.
Barroso
recuerda el momento en que supo que algo no iba según lo previsto.
"En
la ecografía de las veinte semanas, me di cuenta de que el ginecólogo estaba
más rato de lo normal", explica. El médico advirtió varios indicadores de un síndrome,
y envió la prueba a Madrid para identificar cuál era. “Se me heló el cuerpo,
Sergi se la pegó con el coche; estábamos como atontados”, rememora. La cuenta
atrás fue como un viacrucis; once días en los que fueron aceptando que su hijo
estaba enfermo. “Habíamos visto todos los testimonios en internet sobre estos
temas, y nos decíamos: `Cuidar
de Gabriel nos unirá aún más´”. Entonces llegó el mazazo.
Su
madre guarda silencio, su padre retoma el relato: “Nos dijeron que no era compatible con la vida”.
Molas explica cómo rezaban en aquel momento, pidiendo a Dios un milagro:
“Cúrale, pero si lo mejor para Gabriel no es estar sano, que sea lo menos
posible. Y si para ir al cielo tiene que ir al peor escenario posible, que queramos lo que Tú quieres,
porque no nos sale”. También recuerda la promesa que le hizo a su hijo:
“Gabriel, te vamos a
querer todos los días de tu vida”.
Su
mujer explica que cuando les dieron la noticia, pensó: “Dios me ha demostrado
tantas veces que es un padre bueno… ¿Por qué no pruebo a darle las gracias por
adelantado?”.
“En
aquel momento sentía que se me partía el alma, pero nos recogimos, yo dejé un
charco de mocos y lágrimas, y pudimos -con la gracia de Dios- empezar a bendecirle y darle gracias”,
explica Barroso. Con todo, matiza: “Entonces di las gracias un poco de
mentirijilla, con la boca pequeña, pero a Dios le bastó; a partir de ahí nos
cogió en brazos -a mí, a Gabriel, a Sergi, a mis hijos- y no ha dejado de hacer maravillas
en nuestra vida”.
Hoy,
asegura, ha entendido que todo comenzó “con este acto de entrega y alabanza, de
aceptación de su voluntad”, y dice con alegría que “ya hace tiempo que llegó el
día en que le pude dar a Dios las gracias de verdad, con la boca grande”.
“Un regalo lo cuidas y lo agradeces”
Siguieron
adelante con el embarazo. “En
ningún momento nos planteamos… O sea, un hijo es un regalo, ¿no? Y los
regalos los cuidas, agradeces y compartes, pero no piensas `Ah, como este regalo no me va a durar
setenta años, me lo cargo´”, ironiza Molas. Cuando llegó el momento del
parto, en la Clínica Universidad de Navarra, cuentan que sintieron a los
médicos y enfermeras como parte de su familia.
A
pesar de las restricciones impuestas por el coronavirus, Molas pudo acceder al
quirófano. Sonaba Gabriel’s Oboe, y él
sostenía con cuidado una jeringuilla con agua bendita. “Con ella pude bautizar a Gabriel,
porque podía ser que solo viviera unos minutos; cuando se estabilizó,
concluimos el rito con el capellán de la clínica, en la habitación, y aprovechamos para confirmarle”,
cuenta.
Cuando
llegaron a su casa desde la clínica, la calle era una fiesta. “Una tía de
Gabriel había diseñado polos personalizados, todo estaba lleno de globos y
flores… alguno preguntaba: `¿Qué está pasando? Este niño se va a morir en unos días ¡y aquí nunca ha habido una
fiesta de cumpleaños así!´”, relatan con una sonrisa. “Creo que Gabriel se
lo pasó bien los días que estuvo en casa, que se divirtió”, concluye Molas.
“Fueron
días dulces”, añade ella, y asegura: “No cambio nada por la gracia tan grande de haber podido tener a
Gabriel en mis brazos esos 36 días”. Fue un tiempo –recuerdan– en que
el bebé iba de brazo en brazo, y se organizó un “tren” de comidas preparadas.
“Sentíamos mucho el amor de Dios, a través de los amigos que venían aquí a
acompañarnos y que rezaban por nosotros”, señalan.
“Sabíamos
que Dios nos decía `No voy a cambiar mis planes, porque son los mejores, pero
sé que esto os duele´, y sabíamos que era Él quien más estaba sufriendo por
Gabriel y por nosotros, más que nosotros mismos”, destaca Molas. En el amor de
sus amigos, la comunión de los santos, vieron la forma en la que el Señor los
acompañaba día a día. “Lo decimos en el Padrenuestro, `Danos hoy nuestro pan de
cada día´, ¿verdad? No decimos `Danos hoy nuestro pan del mes, y ya si eso lo
congelo´”, bromea.
La paciencia de María y el dilema de Soul
Gabriel
sufría apneas periódicas
que le hacían perder el conocimiento, cada vez más frecuentes. “No sabíamos
si era cuestión de minutos, horas o días; en cada apnea pedíamos a Dios y a la
Virgen con todas nuestras fuerzas que no fuera la última”, dice Barroso. “Suelo
decir –añade su marido– que se
quedó más tiempo para poder anotar todo lo que hacía falta, para pedírselo a
Dios desde el cielo”.
El
chico se fue el 9 de junio, a las seis de la mañana. “Fue una apnea
espectacular –recuerda Barroso–; yo me puse de rodillas y, por primera y única
vez, le pedí a la Virgen que lo viniera a buscar”. Sigue: “Nunca pensé que
pediría algo así, pero me gusta pensar que ella tuvo la deferencia de esperar a
que yo estuviese lista para venirlo a recoger”. “Había como un duelo de madres, y fue entonces cuando la Virgen
cogió a Gabriel en brazos y se fue al cielo”, explica su padre.
¿Cómo
lo vivieron los siete hermanos de Gabriel? Barroso cuenta que les dieron la
noticia preguntándoles “¿quién tiene mucha suerte? ¿Quién se va a ir al
cielo?”, y exclamando: ¡Qué morro tiene Gabriel!”, y recuerda una conversación
con su hijo Daniel: “Me decía `mamá, no pillo nada´, y Dios me permitió que me
llegara la luz de hacerle una comparación con la película Soul.
Le
pidió al chico que se imaginase el escenario del film de Pixar. Que imaginase a
Jesús frente al alma de Gabriel, antes de encarnarse. Le describió cómo Cristo
daba dos opciones al niño. “Escoge una: bajas a la Tierra, conoces el amor
humano, la libertad y el chocolate, pero no hay garantía de que vuelvas… o vas
y, en un momento, vuelves aquí, y regresas
de modo triunfal, con toda tu gente, en un carro, y te hacemos una fiesta,
¡increíble!”. “Le dije a Daniel `¿Cuál elegirías?´, y ahí lo entendió´,
dice Barroso.
Sus
padres también recuerdan que, el día en que Gabriel falleció, los chicos se
fueron despertando de uno en uno. “Su reacción fue la misma: primero sorpresa, luego pena, pero
después preguntaban `¿Pero está en el cielo, no? ¿Por qué lloramos entonces?´,
y era como si nos dijeran `¡Plas! ¡Espabila, que esto va en serio!´”, explica
Molas. Y añade: “El Espíritu Santo te hace ver a través de un niño que se trata
de hacerte pequeño para ir al cielo”.
“Un tsunami espiritual”
“Gabriel
me tiene malcriada, de tantos favores que me hace ahora que está en el cielo:
es la primera vez que un hijo malcría a su madre, ¡ya empieza a darme corte!”,
bromea Barroso. Los dos celebran que Gabriel “no deja de hacerles mimos, de
todo tipo y color”, y aseguran que es la manera que tiene el chico de
transmitirles el amor de Dios. “Es como si me dijera `Mira, papá, mi jefe es Dios, y me ha encargado
que os haga ver que os quiere mucho, y que está empeñado en que vengáis al
cielo´”, celebra Molas.
La
lista de favores de Gabriel incluye detalles nimios -como encontrar unas llaves- o regalos grandes,
como conversiones del corazón, “que son su especialidad”, dice su
madre. Barroso recuerda que, en un momento de su embarazo en que sintió que
Dios le decía “pídeme lo que quieras”, ella pidió “una gran conversión del
corazón para todo aquel que rezara por Gabriel o nosotros”, y asegura que está siendo
“un tsunami espiritual”.
¿Y
el dolor? “Bueno, yo sigo justica; hace ya más de un año y medio que pasó, y
aún lloro al menos una vez al día”, dice Barroso, pero agradece que, aunque el
dolor sigue ahí, el sufrimiento no. “Dios me ha regalado paz y alegría, me ha dejado entender muchas
cosas… Quiero creer que en esa aceptación de su voluntad, Él se ha derramado”,
dice, y asegura sentir “un gozo que no había tenido en cuarenta años”.
Barroso
recuerda unas palabras de santa Teresa de Lisieux: “Recoger un alfiler por amor
puede salvar un alma”, y reflexiona que “con esta experiencia Gabriel ha
salvado miles de millones de almas”. “Yo he entendido que, cuando sufro, puedo
acompañar al Señor en la cruz, aliviarle un poco”, añade. “Es como si Dios nos
dijera que el modo que tiene de demostrarnos que nos quiere es dándonos oportunidades de poder
acompañarle en la cruz”, incide Molas.
El
matrimonio insiste en que han comprendido que frente al dolor y la enfermedad
hay dos caminos posibles: con uno mismo o con Dios. “Si la vivimos con Jesús, esa cruz redime; si la llevas por
amor a Jesús, la cruz pesará lo que pese, pero la llevas de otra manera”,
apunta Molas. “A Sergi y a mí –concluye Barroso–, Dios nos ha hecho el regalo
de llevar Él nuestra cruz, y se ha quedado con nosotros: conocer a Gabriel,
seguirlo teniendo para siempre con nosotros, vivir la conversión de nuestros
corazones… Me parece lo
más grande que hemos vivido. Y si esto no es de Dios, que alguien me lo diga”.
*Este artículo se publicó originalmente en el
segundo número de La Antorcha, la nueva revista
gratuita impulsada por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) para
ofrecer una mirada cristiana para iluminar la realidad.
Fuente: La Antorcha/ReL