El cuarto domingo de Pascua se llama domingo del Buen Pastor porque Jesús se presenta a sí mismo con esta entrañable imagen tan querida para el pueblo de Israel.
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La experiencia nómada en el desierto; la elección de David como rey de Israel cuando era un simple pastor de ovejas; los anuncios proféticos de que Dios gobernaría a su pueblo como un pastor, contribuyeron a forjar la imagen. La mala experiencia de reyes indignos alimentó la esperanza de que un día sería Dios mismo, sin necesidad de mediadores, el Pastor de Israel.
Jesús se proclama a sí mismo como el buen pastor al margen de cualquier connotación política o de realeza mundana. El capítulo 10 de san Juan, del que leemos hoy un fragmento, desarrolla esta comparación en un claro contraste entre los bandidos, salteadores y mercenarios que abandonan o destrozan el rebaño, y Jesús, que da la vida por sus ovejas y la expone ante los peligros que las amenazan. La nota singular del pastoreo de Jesús es que da la vida por sus ovejas, una vida abundante que conduce a la eternidad.
En la primera carta de Pedro se explicita aún más esta imagen refiriéndola a la muerte de Jesús en la cruz: «Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas» (1 P 2,24-25). Y la carta a los Hebreos afirma que Dios «hizo retornar de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, Jesús Señor nuestro, en virtud de la sangre de la alianza eterna» (Heb 13,20).
Esta
rica simbología muestra que la Parábola del Buen Pastor arraigó en la vida de
la Iglesia primitiva para expresar el misterio pascual de Cristo. Jesús deja
claro, además, que él es «la puerta de las ovejas». No dice la puerta del
redil, sino de las ovejas, detalle que no es insignificante. Son las ovejas las
que pueden «entrar y salir» por él, expresión bíblica que significa «moverse con
toda libertad» para encontrar los pastos que buscan. Entrar y salir por Jesús
revela la libertad de los cristianos para asegurarse la vida que hay en él como
Señor resucitado, pastor y guardián de nuestras almas. Los cristianos saben que
quien le sigue encontrará los pastos de vida eterna, pero, la imagen de la
puerta por la que se entra y se sale indica que es en él donde se alcanza la
vida abundante.
Sin necesidad de violentar la imagen, se puede decir que el simbolismo de la puerta conduce espontáneamente a la escena del Calvario en la que el soldado abre el costado de Jesús con una lanzada. El evangelista, testigo de lo acontecido, dice que al punto salió sangre y agua. Si pensó o no en lo que había dicho Jesús sobre su condición de «puerta de las ovejas», no podemos asegurarlo.
Una cosa es cierta: los Padres de la Iglesia vieron en el agua y la sangre que manan del costado de Cristo el símbolo de los sacramentos de la Iglesia y la efusión del Espíritu que había profetizado Ezequiel bajo la imagen del agua. ¿No están aquí los pastos abundantes que Jesús promete a sus discípulos? ¿No se abre la puerta que da acceso definitivo a los bienes de la salvación? Es obvio que el testimonio del evangelista trasciende el hecho físico que narra.
Por
eso, lo justifica con dos citas de la Escritura: «No le quebrarán un hueso» y
«mirarán al que atravesaron». De esto se trata: de mirar al Traspasado para
comprender que es Pastor y es Puerta.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia