Entrevista a la profesora de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz sobre el papel de los laicos en una Iglesia sinodal.
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Foto: Pilar Río ©Pontificia Universidad de la Santa Cruz |
Planteamos algunas preguntas a Pilar Río, con el fin de arrojar luz sobre
lo que el Papa Francisco señala como la actitud
“de los laicos de vivir principalmente su misión en las realidades seculares en
las que están inmersos cada día, pero esto no excluye que también tengan
habilidades, carismas y competencias para contribuir a la vida de la Iglesia:
en la animación litúrgica, la catequesis y la formación, las estructuras de
gobierno, la administración de los bienes, la planificación y ejecución de
programas pastorales, etcétera”.
“Caminar juntos”: comunión, participación, misión. ¿Cuáles son las
principales dimensiones de la sinodalidad y de qué tentaciones debe cuidarse?
–La sinodalidad es una dimensión
constitutiva de la Iglesia, un estilo de vida y de trabajo que manifiesta su
ser misterio de comunión para la misión, de modo que lo que el Señor nos pide
en este momento de la historia podría resumirse, en cierto sentido, en estas
actitudes: encontrarse – escuchar – discernir – caminar juntos como pueblo
unido en la realización de la misión que Cristo ha confiado a su Iglesia.
La palabra “sínodo” procede del griego y significa “caminar juntos”.
La sinodalidad indica, pues, un camino de
reflexión, de escucha, de narración y de sueño para el futuro, que apunta a la
renovación del modo de ser y de actuar de la Iglesia como comunión misionera.
Compartir una visión, una perspectiva que nos atrae, e identificar las etapas y
modalidades (procesos) que activan un cambio duradero y eficaz.
Una experiencia inspirada por el Espíritu Santo, que conserva por tanto un
amplio margen de apertura e imprevisibilidad, características del Espíritu, que
sopla y va donde quiere. Por eso utilizamos la expresión “celebrar el Sínodo”,
porque en realidad significa reconocer la acción del Espíritu que acompaña
siempre a nuestra Iglesia.
En cuanto a la tentación de la que debemos cuidarnos, permítanme recordar
las recientes palabras del Papa Francisco para quien “el camino que Dios está
mostrando a la Iglesia es precisamente el de vivir la comunión y caminar juntos
de manera más intensa y concreta.
La está invitando a superar los modos de actuar independientes o las vías
paralelas que nunca se encuentran: el clero separado de los laicos, los
consagrados separados del clero y de los fieles, la fe intelectual de ciertas
élites separada de la fe popular, la Curia romana separada de las Iglesias
particulares, los obispos separados de los sacerdotes, los jóvenes separados de
los ancianos, los cónyuges y las familias poco implicados en la vida de las
comunidades, los movimientos carismáticos separados de las parroquias,
etcétera. Esta es la tentación más grave en este momento”.
¿Quién es el fiel laico y qué papel puede atribuir a los laicos en una
Iglesia sinodal?
–El laico es un fiel cristiano, es decir, una persona bautizada y, por
tanto, incorporada a Cristo y a la Iglesia. En virtud de su estatuto en el
mundo, teológico y no simplemente sociológico, este cristiano es llamado por
Dios al mundo para informarlo con el espíritu del Evangelio.
De ahí que su papel en una Iglesia sinodal sea el de un sujeto eclesial
activo, plenamente participante y corresponsable de toda la misión de la Iglesia
y, de modo peculiar aunque no exclusivo, de la santificación del mundo.
Toda su misión está orientada, también en clave sinodal y por tanto junto
con los demás miembros de la Iglesia, a la evangelización, a la santificación y
a la caridad vivida en medio del mundo.
Por lo que se refiere a servicios como la catequesis, la animación
litúrgica, la formación, la colaboración en determinadas tareas de los
pastores, la administración de bienes, el cuidado de las estructuras
pastorales, etc., hay que recordar que el laico, como fiel, tiene no sólo el
derecho sino también, en algunas ocasiones, el deber de asumirlos, obviamente
según su condición laical.
Tanto en el ámbito intraeclesial como en el temporal, son muchos y
complejos los retos que los laicos no pueden dejar de afrontar. ¿Puede recordar
alguno que considere especialmente importante?
–Por lo que se refiere al primero, el ámbito intraeclesial, los retos más
exigentes se refieren a las cuestiones de la colaboración mutua, la formación
(tanto de laicos como de pastores), la superación de dicotomías, miedos y
desconfianzas mutuas, la escucha, la presencia más incisiva de la mujer, la
valorización de las competencias profesionales de los laicos, el riesgo de
clericalización…
En el ámbito temporal, en cambio, me referiría en primer lugar al desafío
de reconocer el valor plenamente eclesial de la misión especial e insustituible
de los laicos en el mundo, pero también de reconocer el carisma de la vida
laical.
Los desafíos son también los de no mundanizarse, de ahí la importancia de
la vida sacramental y de oración, de vivir con los pies en la tierra pero con
la mirada hacia el cielo, de no refugiarse en ambientes protegidos sino salir
hacia las periferias.
En definitiva, ser hombres y mujeres “de Iglesia en el corazón del mundo” y
hombres y mujeres “del mundo en el corazón de la Iglesia”.
En el fondo, la santificación de las realidades temporales constituye el
desafío de los desafíos. Un desafío que estamos llamados a jugar en muchos
campos: los bienes de la vida y la familia, la cultura, la economía, las artes
y las profesiones, las instituciones políticas, las estructuras sociales, las
relaciones internacionales.
La presencia más incisiva de la mujer en la vida y misión de la Iglesia,
como bautizada, es un derecho. ¿Lo considera plenamente reconocido en la
perspectiva de la Evangelii gaudium, el documento programático del actual
pontificado?
–Yo diría que Francisco ha innovado hasta el punto de introducir un cambio de paradigma, por el que todos no podemos sino estar agradecidos y agradecidas. “Los fieles laicos [como fieles] -son palabras del Santo Padre- no son ‘huéspedes’ en la Iglesia, están en su casa, por lo que están llamados a cuidar de su propia casa. Los laicos, y especialmente las mujeres, deben ser más valorados en sus competencias y en sus dones humanos y espirituales para la vida de las parroquias y de las diócesis. Pueden llevar el anuncio del Evangelio en su lenguaje “cotidiano”, comprometiéndose en diversas formas de predicación.
Pueden colaborar con los sacerdotes en la formación de niños y
jóvenes, ayudar a los novios en su preparación al matrimonio y acompañarles en
su vida conyugal y familiar. Deben ser siempre consultados en la preparación de
nuevas iniciativas pastorales a todos los niveles, local, nacional y universal.
Deben tener voz en los consejos pastorales de las Iglesias particulares. Deben
estar presentes en las oficinas de las diócesis. Pueden ayudar en el
acompañamiento espiritual de otros laicos y también aportar su contribución en
la formación de seminaristas y religiosos’. No somos huéspedes sino, como
mujeres bautizadas, sujetos eclesiales, partícipes y corresponsables de toda la
misión”.
Aunque estas palabras del Papa ponen el acento en el aspecto intraeclesial
de la misión, quisiera destacar también la ¡importante tarea eclesial que la
mujer está llamada a desempeñar en el mundo, contribuyendo con su genio
femenino al cuidado de lo humano.
El cardenal Farrell, ha exhortado a superar “la lógica
de la ‘delegación’ o la de la ‘sustitución’. ¿Qué pasos quedan por dar para que
se supere esta lógica reductiva?
–Esta lógica nos hace ver lo lejos que estamos todavía de un reconocimiento
de la eclesiología conciliar, más concretamente del capítulo segundo de la
constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium sobre el Pueblo de Dios,
donde el cristiano, por razón del bautismo, aparece como sujeto de la misión,
como discípulo misionero, como suele decir el Papa Francisco.
En efecto, la misión no se comparte a través de la jerarquía, sino
directamente de Cristo a la Iglesia, a cada bautizado, por lo que los
cristianos no somos auxiliares, delegados o sustitutos, sino verdaderos protagonistas
de la misión eclesial.
Partir de esta toma de conciencia puede ser un buen comienzo para iniciar un cambio de mentalidad y de cultura dentro de la Iglesia, que concierna no sólo a los pastores, sino también a los propios laicos. Profundizar y asimilar la doctrina sobre el Pueblo de Dios que el Concilio nos ha legado es un paso fundamental.
Antonino
Piccione
Fuente: Omnes