La viuda del
comisario Luigi Calabresi cuenta en La grieta y la luz su testimonio
de perdón tras el asesinato de su marido. «Una persona no se puede reducir a lo
peor que haya hecho en su vida», asegura
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Foto: Juan Luis Vázquez. Dominio público |
El 12 de diciembre de 1969 estalló una bomba en Milán
que propició la detención del anarquista Giuseppe Pinelli, quien falleció tras
caer por una ventana de comisaria horas después. La extrema izquierda culpó de
ello al comisario Luigi Calabresi, que fue asesinado a tiros delante de su casa
el 17 de mayo de 1972. Su mujer tenía 25 años, dos hijos y estaba embarazada
del tercero. Allí comenzó un camino de fe y perdón que ahora cuenta en La grieta y la luz.
Hay un momento en el libro en que usted
reconoce la presencia de Dios justo después de conocer la noticia del asesinato
de su marido. ¿Cómo fue ese momento y cómo fue esa presencia?
Yo estaba en casa en el instante en el que lo mataron. Venía mucha gente, pero
nadie me decía la verdad. Al final fue mi párroco el que me dijo que había
muerto. Yo colapsé, sentí de repente un inmenso dolor y vacío. Todo parecía
haberse terminado para mí. Pero, de repente, sentí poco a poco cómo llegaba a
mí una fuerte sensación física de paz. Ahí recibí de Dios el don de la fe y
pedí al párroco rezar conmigo un avemaría por la familia del asesino. Yo no soy
generosa hasta ese punto, era algo que no venía de mí. Años después, cuando
volvían la rabia y el dolor, me consolaba recordar esta sensación y esta
presencia de Dios.
¿Cómo vivió el juicio, el ver a los asesinos
de su marido?
Para mí fue un calvario, pero debo decir que es muy importante para la historia
de un país tener verdad y justicia. Y eso es muy importante también para la
historia de una familia. Mi camino de perdón se consolidó tras obtener verdad y
justicia.
Allí usted pudo conocerlos.
Fue muy difícil. Hoy los he perdonado, porque pienso que ellos no son solamente
asesinos. No tenemos el derecho de juzgar toda su vida por el peor acto que
cometieron. También habrán sido buenos padres, buenos amigos, habrán ayudado a
otros… Una persona no se puede reducir a lo malo que ha hecho. Debemos pensar
en todo, su historia, su sufrimiento… y devolverles toda su humanidad.
¿Saben que los ha perdonado?
Uno fue el que delató al resto después de tener un proceso de conversión
gracias a la ayuda de un sacerdote, que le confesó y animó a entregarse. Él
pidió perdón por lo que hizo, yo se lo he concedido y está muy contento. Este
hombre tuvo una infancia muy difícil y durante su juventud fue muy vulnerable a
la lucha política. Era un idealista equivocado, su vida fue terrible. Hay otros
dos que no quieren saber nada. Y el cuarto de los implicados se encontró con
uno de mis hijos y hablaron durante dos horas para intentar entender lo que
habían hecho. Le transmitió de mi parte un mensaje de perdón. Fue un encuentro
privado del que no podemos contar nada, pero sí puedo decir que Dios estuvo en
medio.
Su historia es una historia dura y, al mismo
tiempo, muy luminosa. ¿Por qué ha querido contarla en este libro después de
tantos años?
Ahora me siento serena y en paz y creo que mi historia puede ayudar a otras
personas. Conozco a más víctimas del terrorismo y algunas me dicen que mi
historia les ha hecho bien. Otras no entienden mi camino hacia el perdón, pues
cada experiencia es algo muy personal. Pero para mí, un día vivido con odio en
el corazón es un día perdido para siempre.
¿Cómo era Luigi? Usted destaca su capacidad
para acercarse a la gente, de pacificar un ambiente muy polarizado en la Italia
de entonces.
Cada sábado había una guerrilla en Milán. Las calles estaban tomadas por
extremistas de derecha, de izquierda, anarquistas… Se podía respirar el miedo y
la gente no salía de casa ese día, era peligroso. Luigi era uno de los más
jóvenes de la comisaría y solía ir a las manifestaciones para entrar en
relación con los estudiantes y los jóvenes. Se acercaba a unos y a otros para
entender qué era lo que querían. Y cuando la Policía detenía a algunos, él se
dedicaba a hablar con ellos. Si los detenidos eran menores, era el que llamaba
a sus padres para comunicárselo. Después de su muerte, varios me han escrito
diciendo que mi marido salvó a sus hijos de entrar en una senda peligrosa.
Juan
Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente:
Alfa y Omega