Sor Cristina es desde noviembre novicia en Santa María de Carbajal en León. Le atrajo de este modo de vivir la aparente inutilidad y la felicidad de las monjas
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Foto cedida por Cristina Sanz |
Cuando Cristina
Sanz visitó por primera vez el monasterio de benedictinas de Santa María de Carbajal, en
León, para pasar unos días de retiro lo hizo sin la intención de quedarse.
Llegaba en una situación de inquietud vocacional que ya se prolongaba bastante
en el tiempo, pero nunca se había planteado ser monja y mucho menos la vida
monástica, de la que apenas conocía algunos detalles. Al monasterio llegó casi
por casualidad, pues una conocida la invitó a seguir la Escuela de Experiencia
Religiosa de las monjas. Se apuntó a uno de los cursos y no salió. Pero como
había entablado contacto con sor Ernestina, hoy abadesa, esta la invitó a pasar
unos días con ellas.
«Tras decir que
sí por teléfono me arrepentí. ¿Qué iba a hacer yo en un monasterio en León?
Pero como suelo hacer un retiro al año y todavía no había tenido oportunidad,
me animé», explica en conversación telefónica desde el monasterio. Sí, perdonen
el spoiler, porque Cristina Sanz es hoy sor Cristina, novicia benedictina
en Santa María de Carbajal desde noviembre. Es la primera vocación que entra en
el monasterio en años.
«Estuve cinco
días viviendo con ellas. Iba a los rezos, comíamos juntas. Me atraía
especialmente la aparente inutilidad de la vida que llevaban y la felicidad y
serenidad que veía en ellas», relata. Chocaba con su vida, de mucho trabajo y
productividad. Sor Ernestina le dio una explicación: al igual que los hombres
tienen una condición material y necesitan vestirse y comer, bienes que producen
las empresas, también hay otra dimensión, la espiritual, y es la vida monástica
y contemplativa la que la sostiene. Aunque le atrajo, tampoco en ese momento
vio clara la llamada. Y volvió a casa, todavía con inquietud: «Lo único que me
movía era conocer la voluntad de Dios y no terminaba de hacerlo». De nuevo se
fue al monasterio leonés: «Mi madre me preguntó que si ya me iba a quedar, pero
nunca se me había pasado por la cabeza ser monja. Me daba tranquilidad que la
única intención de las hermanas fuera ayudarme».
Cristina no lo
sabía, pero su madre no iba desencaminada. En esos días de reflexión y tras
pedir insistentemente a la Virgen una respuesta vio de forma clara su vocación.
«De repente, Dios me llamaba a la vida monástica, de la que no tenía ni idea y
pensaba que me venía grande. Fue una sensación de asombro y paz a la vez. Es
difícil de expresar», reconoce.
Su vida dio un
giro inesperado. Cambió la docencia en colegios de Guadalajara y Madrid y el
voluntariado con personas vulnerables, con problemas de salud o de índole
social, por el ora et labora benedictino. Contacto con la gente no le
falta. Las monjas tienen una hospedería en pleno Camino de Santiago y la puerta
abierta de todos sus rezos. «Siempre hay personas que se acercan y que quieren
hablar o tienen inquietudes», añade. Además, la Fundación Santa María de
Carbajal les ofrece la posibilidad de trabajar en el ámbito social.
Y aunque es una
vida más tranquila, no para desde las 6:00 horas, cuando se levanta. A la
oración y las tareas de la casa hay que sumarle el trabajo en la tienda del
monasterio. «Nunca había experimentado lo que es haber encontrado tu sitio.
Estoy feliz sin hacer cosas extrañas, en el día a día, en la vida con las
monjas, el trabajo y la oración», concluye.
Fran
Otero
Fuente: Alfa y
Omega