El vestido talar religioso es un símbolo externo que identifica a la persona consagrada
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El hábito de las monjas o los monjes nos puede parecer diseñado al
azar o por estética. Nada más lejos de eso. Es sorprendente la importancia que
se le da a cada detalle, color, tejido, forma…
Cada orden religiosa es identificada por su vestimenta o hábito,
por los diversos elementos que lo constituyen: el tipo de túnica, escapulario,
capucha, capa, cinturón o cordón… También los colores tienen gran importancia,
pues en general están relacionados con los ideales de la orden o congregación
religiosa.
La historia de la Iglesia refiere que desde los primeros
tiempos del cristianismo hubo quienes se alejaron a los desiertos a llevar una
vida de austeridad y oración. Vivían aislados, vestían pobremente con túnicas
talares (vestiduras que llegaban al talón) y muchas veces habitaban en cuevas.
Por ello eran llamados ermitaños, anacoretas o eremitas.
Desde entonces, los signos distintivos de los religiosos se han
convertido en señales que nos recuerdan la eternidad, la primacía de Dios en
nuestra vida. Por ejemplo, el simple hecho de ver pasar a una religiosa con
hábito en la calle nos lleva a pensar en Dios.
La humildad
Aunque con los años su vestimenta ha cambiado un poco, en general
su atuendo austero y sencillo ha mantenido su base inicial. Sin embargo, según
cada orden religiosa, hay detalles o «accesorios» que varían.
Originalmente la característica común era la bastedad de las telas
utilizadas, sin duda para unir la humildad con la mortificación causada
por la aspereza de su tacto. Algunas congregaciones siguen hoy día utilizando
los mismos hábitos, mientras que otros se han adaptado a los tiempos, según las
normas que, en esta materia, dictó el Concilio Vaticano II.
El tejido
Ponerse el hábito, implica aceptar la regla de una orden o
congregación religiosa y unirse a ese proyecto de felicidad. Resuena en el
fondo del corazón del religioso la experiencia del encuentro, del abrazo, de su
relación personal con Dios, despertándolo hacia dimensiones transcendentes. El
hábito le recuerda esa búsqueda. El valor del tejido, de la materia, le acerca
el pensamiento de la felicidad venidera, deseada.
El color
El color valora en toda su dimensión la afirmación de los dos
planos de su vida, las sombras en que vislumbra la felicidad, y la luz que le
hace gozar de la felicidad.
El religioso, con su hábito, no está más que viviendo las palabras
de Jesús: “Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo
como crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda
su gloria, se vistió como uno de ellos” (Mateo, 6, 28-30).
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia