Capítulo 4: DE LOS MUCHOS BIENES QUE SE CONCEDEN A LOS QUE DEVOTAMENTE COMULGAN.
1. Señor Dios mío, prevén a tu siervo con las
bendiciones de tu dulzura, para que merezca llegar digna y devotamente a tu
sublime Sacramento. Mueve mi corazón hacia Ti, y sácame de este grave
entorpecimiento; visítame con tu gracia saludable para que pueda gustar en
espíritu de suavidad, cuya abundancia se halla en este Sacramento como en su
fuente.
Alumbra también mis ojos para que pueda mirar tan alto misterio; y
esfuérzame para creerlo con firmísima fe. Porque obra tuya es, y no poder
humano; sagrada institución tuya, y no invención de hombres. Ninguno
ciertamente es capaz por sí mismo de entender cosas tan altas, que aun a la
sutileza angélica exceden. Pues yo, pecador indigno, tierra y ceniza, ¿qué
podré escudriñar y entender de tan alto secreto?
2. Señor, con sencillez de corazón, con fe
firme y sincera, y por mandato tuyo, me acerco a Ti con reverencia y confianza;
y creo verdaderamente que estás aquí presente en el Sacramento como Dios y como
hombre. Pues quieres, Señor, que yo te reciba, y que me una contigo en caridad.
Por eso suplico a tu clemencia, y pido la gracia especial de que todo me
deshaga en Ti, y rebose de amor, y que no cuide ya de ninguna otra consolación.
Porque este altísimo y dignísimo Sacramento es la salud del alma y del cuerpo,
medicina de toda enfermedad espiritual, con la cual se curan mis vicios,
refrénanse mis pasiones, las tentaciones se vencen o disminuyen, dase mayor
gracia, la virtud comenzada crece, confirmase la fe, esfuérzase la esperanza, y
se enciende y dilata la caridad.
3. Porque muchos bienes has dado y das siempre en
este Sacramento a tus amados, que devotamente comulgan, Dios mío, huésped de mi
alma, reparador de la enfermedad humana, y dador de toda consolación interior.
Tú les infundes mucho consuelo contra diversas tribulaciones, y de lo profundo
de su propio desprecio los levantas a esperar tu protección, y con una nueva
gracia los recreas y alumbras interiormente, y así los que antes de la Comunión
estaban inquietos y sin devoción, después, recreados con este sustento
celestial, se hallan muy mejorados.
Y esto lo haces de gracia con tus
escogidos, para que conozcan verdaderamente, y experimenten a las claras cuánta
flaqueza tienen en sí mismos, y cuán grande bondad y gracia alcanzan de tu
clemencia. Porque siendo por sí mismos fríos, duros e indevotos, de Ti reciben
el estar fervorosos, devotos y alegres. Pues ¿quién llegando humildemente a la
fuente de la suavidad, no vuelve con algo de dulzura? O ¿quién está cerca de
algún gran fuego, que no reciba algún calor? Tú eres fuente llena, que siempre
mana y rebosa; fuego que de continuo arde y nunca se apaga.
4. Por esto, si no me es dado sacar agua de la
abundancia de la fuente, beber hasta hartarme, pondré siquiera mis labios a la
boca del caño celestial para que a lo menos reciba de allí alguna gotilla, para
templar mi sed, y no secarme enteramente. Y si no puedo ser todo celestial, y
tan abrasado como los querubines y serafines, trabajaré a lo menos por hacerme
devoto, y disponer mi corazón para adquirir siquiera una pequeña llama del
divino incendio, mediante la humilde comunión de este vivifico Sacramento.
Pero todo lo que me falta, buen Jesús, Salvador
santísimo, súplelo Tú benigna y graciosamente por mí; pues tuviste por bien de
llamar a todos, diciendo: Venid a Mí todos los que tenéis trabajos y estáis
cargados, que yo os recrearé.
5. Yo,
pues, trabajo con sudor de mi rostro, soy atormentado con dolor de mi corazón,
estoy cargado de pecados, combatido de tentaciones, envuelto y oprimido de
muchas pasiones, y no hay quien me valga, no hay quien me libre y salve, sino
Tú, Señor Dios, Salvador mío, a quien me encomiendo y todas mis cosas, para que
me guardes y lleves a la vida eterna. Recíbeme para honra y gloria de tu
nombre; pues me dispusiste tu cuerpo y sangre en manjar y bebida. Concédeme,
Señor Dios, Salvador mío, que crezca el afecto de mi devoción con la frecuencia
de este soberano misterio.
Fuente: Catholic.net