El Papa Francisco se encontró con los representantes de algunas obras de caridad presentes en la República Democrática del Congo, les recordó que la causa de la pobreza no es la falta de bienes o de oportunidades sino su distribución no equitativa
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Tras agradecer los testimonios de los representantes de las
asociaciones de caridad, presentes en el encuentro en la Nunciatura, el Papa
les dijo que en este país, donde hay tanta violencia, “que retumba como el
estruendo ensordecedor de un árbol que es derribado, ustedes son el bosque que
crece todos los días en silencio y hace que la calidad del aire mejore, que se
pueda respirar”.
Sobre sus obras de caridad, Francisco les recodó que aunque si
hace más ruido el árbol que cae, Dios “ama y cultiva la generosidad que germina
en el silencio, dando fruto; y posa su mirada, con alegría, en quien se pone al
servicio de los necesitados”.
El bien crece -dijo- en la sencillez de manos y corazones abiertos
a los demás; en la valentía de los pasos pequeños que se dan para acercarse a
los más débiles en el nombre de Jesús.
Testimonios que hablan de los pobres con cariño
Al Papa le sorprendió que cada testimonio no fue una enumeración
de datos sobre la pobreza, sino más bien se habló de los pobres con cariño,
afirmó:
“Hablaron de ustedes y de personas que no conocían antes, y que
ahora son para ustedes familiares, con nombres y rostros. Gracias por esta
mirada que sabe reconocer a Jesús en sus hermanos más pequeños”.
Al respecto, Francisco dijo que que buscar y amar al Señor en los
pobres y, como cristianos -señaló- tenemos que estar atentos si nos alejamos de
ellos, porque hay algo que no está bien cuando un creyente mantiene a distancia
a los predilectos de Cristo.
No descartar a los pobres abrazarlos
Mientras tantos descartan a los pobres, las asociaciones de
caridad los abrazan, mientras el mundo los explota, ellos los promueven. Es
esta, afirmó, la promoción contra la explotación, es este el bosque que crece,
dijo, mientras que la deforestación del descarte hace estragos violentamente.
“Yo quisiera darle voz a lo que ustedes hacen, favorecer el crecimiento y la esperanza en la República Democrática del Congo y en este continente. He venido aquí animado por el deseo de dar voz a quien no la tiene. Cuánto quisiera que los medios de comunicación social dieran más espacio a este país y a toda África; que se conozcan los pueblos, las culturas, los sufrimientos y las esperanzas de este joven continente del futuro”.
Dar voz a los que no tienen voz
Promover más lo mejor del continente, dijo el Papa, descubriendo
“inmensos talentos e historias de verdadera grandeza humana y cristiana;
historias nacidas en un clima auténtico, que conoce bien el respeto por los más
pequeños, por los ancianos y por la creación”.
Y dar voz a quien no tiene voz en la Nunciatura, representación
pontificia, las “casas del Papa” diseminadas por el mundo, son y deben
ser -añadió Francisco- amplificadores de promoción humana, centros de caridad,
en primera línea en la diplomacia de la misericordia, favoreciendo ayudas
concretas y promoviendo redes de cooperación.
Una acción que ya se hace, discretamente, en tantas partes del
mundo, y aquí desde hace mucho tiempo. Y hablando de la nunciatura, donde se
hizo el encuentro, el Santo Padre dijo que es una presencia cercana desde hace
décadas. Inaugurada hace noventa años como Delegación Apostólica, está por
celebrar, dentro de pocos días, dijo, el sexagésimo aniversario de haber sido
elevada a Nunciatura.
Testimonios: historias de personas que sufren
El Pontífice expresó su emoción una vez más, al recordar los
testimonios que ha escuchado, dan ganas de llorar, dijo, historias sobre
personas que sufren por la “indiferencia generalizada que las entregó a una
vida errante, que las llevó a vivir en las calles, exponiéndose al riesgo de
violencia física y de abusos sexuales, y también a ser acusadas de brujería,
cuando sólo necesitan amor y cuidados”.
Hablando del joven leproso, Tekadio, que aún hoy, dijo, en
el 2023, es “discriminado, observado con desprecio y humillado”, mientras que
la gente, con una mezcla de vergüenza, de incomprensión y de miedo, se apura a
limpiar incluso ahí por donde pasó simplemente tu sombra. Al respecto dijo que:
“La pobreza y el rechazo ofenden al hombre, desfiguran su
dignidad; son como ceniza que apaga el fuego que se lleva por dentro. Sí, cada
persona, en cuanto creada a imagen de Dios, resplandece con un fuego luminoso,
pero sólo el amor quita la ceniza que lo cubre. Sólo devolviendo la dignidad se
restituye la humanidad.”
Los niños y ancianos son las raíces y el futuro
Es escandaloso y nocivo para la sociedad entera descartar a niños
y ancianos, la sociedad se construye a partir de su cuidado. Son las raíces y el
futuro de la sociedad. Recordemos -dijo- que un desarrollo verdaderamente
humano no puede estar privado de memoria y de futuro.
Ante la interrogante que se hace el Papa, si vale la pena
comprometerse frente a un océano de necesidades en constante y dramático
aumento, recuerda lo que dijo la religiosa María Celeste: “A pesar de
nuestra pequeñez, el Señor crucificado desea tenernos a su lado para sostener
el drama del mundo”. Es verdad -señaló- “la caridad sintoniza con Dios y Él nos
sorprende con prodigios inesperados que se realizan por medio de quien ama. Sus
historias son ricas de acontecimientos impresionantes, conocidos por el corazón
de Dios e imposibles para las solas fuerzas humanas”.
Ejemplo de ello es Pierre, testimonio de un discapacitado, que
como dijo el Papa, en el desierto de la impotencia y de la indiferencia, en el
mar del dolor, junto con sus amigos, descubrió que Dios no los había olvidado,
porque les envió personas que no se dieron la vuelta cruzando la calle donde
estaban.
“Así, en sus rostros ustedes descubrieron el de Jesús y ahora quieren hacer lo mismo por los demás. El bien es así, es difusivo, no se deja paralizar por la resignación ni por las estadísticas, sino que invita a donar a los demás cuanto se ha recibido gratuitamente. Se necesita que principalmente los jóvenes vean esto: rostros que superan la indiferencia mirando a las personas a los ojos; manos que no empuñan armas ni manipulan dinero, sino que se extienden hacia quien está en el suelo y lo levantan a su dignidad, a la dignidad de hija e hijo de Dios. Sólo en un caso está permitido mirar a una persona desde lo alto hacia abajo: para ayudarla a levantarse. Por lo demás, nunca se puede menospreciar a una persona”.
Deber de gobiernos garantizar salud
Francisco agradeció la labor reciente de las autoridades, que por
medio de acuerdos con la Conferencia Episcopal, hayan reconocido y valorado la
obra de quienes se comprometen en el campo social y caritativo. Sin embargo,
recordó a las autoridades, que es su deber garantizar los servicios básicos
también a la población que vive lejos de los grandes núcleos urbanos.
Francisco recordó que la causa de la pobreza, no es la falta de
bienes o de oportunidades, sino su distribución no equitativa. El que pertenece
a una clase acomodada, en particular si es cristiano, dijo, está llamado a
compartir lo que posee con quien está privado de lo necesario, más aún si
pertenece al mismo pueblo.
“No se trata de una cuestión de bondad, sino de justicia. No es
filantropía, es fe. Porque, como dice la Escritura, «la fe sin obras está
muerta» (St 2,26)”.
Tres ideas sobre cómo hacer caridad
Se interrogó de nuevo, esta vez, hablando sobre el deber y sobre
la urgencia del bien.
Dio a conocer tres aspectos que las instituciones caritativas aquí
operantes ya conocen, pero hace bien recordarlos, para que el servicio a Jesús
en los pobres sea un testimonio cada vez más fecundo.
La caridad requiere ejemplaridad
De hecho, no es sólo una cosa que se hace, sino que es expresión
de aquello que se es. Se trata de un estilo de vida, de vivir el Evangelio. Por
tanto -dijo- se necesita credibilidad y transparencia.
Transparencia, afirmó Francisco al momento de administrar
proyectos, con el compromiso de ofrecer servicios adecuados y
cualificados. "Justamente este es el espíritu que caracteriza tantas obras
eclesiales de las que este país se ve beneficiado y que han marcado su
historia. ¡Que siempre haya ejemplaridad!", exclamó.
En segundo lugar, la amplitud de miras, es decir, el saber
mirar hacia adelante. Los proyectos, las obras de caridad, dijo, deben
responder a las exigencias inmediatas, pero también ser sostenibles y
duraderas; no simplemente asistencialistas, sino realizadas sobre la base de lo
que realmente se puede hacer y con una perspectiva a largo plazo, para que
perduren en el tiempo y no terminen con quien las comenzó.
Hablando de la tierra del país, extremadamente fértil, Francisco
sugirió que quien aporta ayudas, considere esta característica, para
favorecer el desarrollo interno de quienes habitan esta tierra, remarcó, para
enseñarles a cultivarla, dando vida a proyectos de desarrollo que pongan el
futuro en sus manos.
"Más que distribuir bienes, lo cual será siempre necesario,
es mejor transmitir conocimientos y herramientas que hagan el desarrollo
autónomo y sostenible. A este respecto, pienso también en el gran aporte que ha
ofrecido la asistencia sanitaria católica, que, en este país, como en muchos
otros del mundo, da alivio y esperanza a la población, saliendo al encuentro de
los que sufren, con gratuidad y con seriedad, buscando siempre —tal como debe
ser— socorrer con instrumentos modernos y adecuados".
El tercer elemento es la conexión
Crear una red, no sólo virtualmente, sino concretamente, "tal
como sucede en este país en la sinfonía de vida del gran bosque y de
su variada vegetación".
"Trabajar cada vez más juntos, estar en constante sinergia
entre ustedes, en comunión con las Iglesias locales y con el territorio.
Trabajar en red, cada uno, con su propio carisma, pero juntos, relacionados,
compartiendo los asuntos urgentes, las prioridades, las necesidades, sin
cerrazones ni autorreferencialidad, prontos para apoyar a otras comunidades
cristianas y a otras religiones, así como a muchos organismos humanitarios
presentes. Todo por el bien de los pobres".
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