Capítulo 52: QUE EL HOMBRE NO SE REPUTE POR DIGNO DE CONSUELO, SINO DE CASTIGO
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Dominio público |
El Alma:
1. Señor, no soy digno de tu consolación ni de
ninguna visita espiritual; y por eso justamente lo haces conmigo cuando me
dejas pobre y desconsolado. Porque aunque yo pudiese derramar un mar de
lágrimas, aún no merecería tu consuelo. Por eso yo soy digno de ser afligido y
castigado; porque te ofendí gravemente y muchas veces, y pequé mucho, y de
muchas maneras. Así que, bien mirado, no soy digno de la menor consolación. Mas
Tú, Dios clemente y misericordioso, que no quieres que tus obras perezcan, para
manifestar las riquezas de tu bondad en los vasos de tu misericordia aun sobre
todo merecimiento, tienes por bien de consolar a tu siervo de un modo
sobrenatural. Porque tus consolaciones no son ilusorias como las humanas.
2. ¿Qué he hecho, Señor, para que Tú me dieses
ninguna consolación celestial? Yo no me acuerdo haber hecho ningún bien; sino
que he sido siempre inclinado a vicios, y muy perezoso para enmendarme. Esto es
verdad, y no puedo negarlo. Si dijese otra cosa, Tú estarías contra mí, y no
habría quien me defendiese. ¿Qué he merecido por mis pecados, sino el infierno
y el fuego eterno? Conozco en verdad que soy digno de todo escarnio y
menosprecio; ni merezco ser contado entre tus devotos. Y aunque me incomode
este lenguaje, no dejaré de acusar mis pecados contra mí, y en favor de la
verdad, para que más fácilmente merezca alcanzar tu misericordia.
3. ¿Qué diré yo pecador, y lleno de toda confusión?
No tengo boca para hablar sino sola esta palabra: Pequé, Señor, pequé; ten
misericordia de mí; perdóname. Déjame un poco para que llore mi dolor, antes
que vaya a la tierra tenebrosa y cubierta de obscuridad de muerte. ¿Qué es lo
que principalmente exiges del culpable y miserable pecador, sino que se
convierta y se humille por sus pecados? De la verdadera contrición y humildad
de corazón nace la esperanza de ser perdonado, se reconcilia la conciencia
turbada, reparase la gracia perdida, se defiende el hombre de la ira venidera,
y se juntan en santa paz Dios y el alma contrita.
4. Señor, el humilde arrepentimiento de los
pecados es para Ti sacrificio muy acepto, que huele más suavemente en tu
presencia, que el incienso. Este es también el ungüento agradable que Tú
quisiste que se derramase sobre tus sagrados pies; porque nunca desechaste el
corazón contrito y humillado. Allí está el lugar del refugio para el que huye
del enemigo; allí se enmienda y limpia lo que en otro lugar se erró y se manchó.