Las guirnaldas tejidas, los adornos escandinavos de paja tejida, el muérdago bajo el que intercambiar besos: ¿cuándo nació exactamente la tradición de decorar nuestros hogares con estos adornos? Y sobre todo: ¿los acogió la Iglesia?
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Dominio público |
En cuanto a las
costumbres navideñas, se recurre a los druidas cada dos por tres, como si
fueran ellos los que inventaron gran parte de nuestras tradiciones invernales.
En realidad,
debemos admitir que sabemos muy poco sobre los rituales que realizaban los
sacerdotes paganos para celebrar el solsticio de invierno. Los druidas no
tuvieron la cortesía de dejar documentación escrita sobre sus costumbres. En
realidad, nuestro conocimiento sobre ellas (aunque vagos y fragmentarios) se
remontan a (pocas) fuentes indirectas.
Sobre los
rituales druídicos (invernales y no) tenemos algún testimonio aislado de
autores romanos. Y luego tenemos los escritos de monjes cristianos que fueron a
tierras paganas a evangelizarlas.
¿Guirnaldas
navideñas? Las autorizó un Papa
Afortunadamente
para nosotros, los escritos de estos evangelizadores conservan rastros de
una costumbre que despertó gran preocupación en los monjes cristianos.
Consistía en adornar los lugares sagrados con guirnaldas entrelazadas y adornos
florales.
No era, en sí
misma, una costumbre exclusivamente druídica (se encuentran vestigios de ella
en casi todas partes, por toda la Europa precristiana). Tampoco estaba ligada
exclusivamente a la época invernal (se practicaba tanto en las fiestas del
solsticio de invierno como en las de pleno verano).
Cabría
preguntarse por qué los evangelizadores mostraron tanta preocupación ante una
aparentemente tradición inofensiva. Pero el problema, en realidad, radicaba
precisamente en la (¿aparente?) inocencia de esta práctica, que pronto había
comenzado a incorporarse también al culto cristiano.
Es decir: de
norte a sur, por toda Europa, muchas comunidades cristianas habían comenzado a
utilizar, dentro de sus iglesias, las mismas decoraciones con las que los
paganos solían adornar sus templos. («Es solo una guirnalda, es bonito: qué
tiene de malo?», pensarían probablemente muchos sacerdotes).
Por otro lado,
muchos sacerdotes se horrorizaban ante este sincretismo y escribían feroces
discursos contra esta mala praxis. Dieron así vida a un debate que tiene un
valor incalculable para los historiadores de hoy. Involuntariamente, los
obispos de los primeros siglos nos proporcionaron una amplio y detallado
testimonio sobre la difusión de esta costumbre.
Un
imprescindible de las fiestas navideñas
Se alzaron
voces autorizadas contra la mala práctica de tejer guirnaldas de árboles de
hoja perenne para decorar las iglesias durante el período navideño (incluida la
de Martín de Braga, Gregorio de Nacianceno y todos los obispos que se habían
reunido en Braga en consejo).
Fue el Papa
Gregorio Magno, en el siglo VII, quien silenció estas críticas al establecer
que no había nada de pecaminoso en adornar los lugares sagrados con tan
graciosas decoraciones festivas. A menos que las guirnaldas fueran
colgadas con la intención explícita de honrar ídolos paganos (riesgo que , sin
embargo, el pontífice consideró tan remoto como para ser francamente
insignificante).
Y, a partir de
ese momento, las guirnaldas y adornos navideños gozaron de un éxito
ininterrumpido, dentro y fuera de las iglesias. En los siglos centrales de
la Edad Media, se habían convertido en un imprescindible de las fiestas
navideñas. Dejó huellas de su paso en los registros contables de las
parroquias y de los palacios nobles, que durante el mes de diciembre compraron
acebo y hiedra en grandes cantidades, evidentemente con intención de
utilizarlos para festones, ornamentos y círculos colgantes.
¿El beso bajo
el muérdago? Nada que ver con los druidas
Curiosamente,
el muérdago no se menciona en estas fuentes: ni los escritos de los
evangelizadores ni los testimonios de los cronistas medievales mencionan esta
planta. (Que sí jugó un papel importante en algunos rituales druídicos, pero en
realidad no estaba específicamente vinculada a las celebraciones del solsticio
de invierno).
Da la impresión
de que el muérdago sólo se convirtió en un elemento importante en la decoración
navideña en el Siglo de las Luces. A partir del siglo XVIII, los registros
contables de iglesias y palacios registran año tras año gastos crecientes para
la compra de ese plantón en concreto.
De esa época
datan también los primeros testimonios de una costumbre que comenzaba a
extenderse en los pueblos ingleses: la de colocar en las vigas del techo un
arbusto bajo el cual era obligatorio darse un beso.
No deberíamos
imaginarlo como la ramita aislada de muérdago que hoy colgamos en las jambas de
las puertas. El arbusto besucón era una especie de esfera tridimensional
formada por varias guirnaldas insertadas unas dentro de otras y, a menudo,
decorada con marionetas de papel, rodajas de naranja cintas secas y de colores.
Un adorno
barato
En definitiva,
se trataba de una decoración con una realización compleja: y probablemente fue
este detalle el que hizo que cayera rápidamente en desuso.
Hacia los años
80 del siglo XVIII ya se había extendido, al menos entre los segmentos más
pobres de la población, la costumbre de besarse bajo un ramito de muérdago que
colgaba del techo. Era una decoración ciertamente más sencilla y
precipitada, apta para aquellos trabajadores que no tienen ni la inclinación ni
el dinero para perder demasiado tiempo en adornos intrincados.
En la
Inglaterra victoriana, la tradición ya era tan popular que se mencionaba en
numerosas novelas, lo que ayudó a difundirla también en el extranjero… y el
resto es historia. Una historia bastante reciente, considerando todas las
cosas.
¿Y los adornos
de paja de la Navidad escandinava?
¿Y esos adornos
de paja tejida que hoy asociamos con la Navidad escandinava? Testimonios
aislados de cronistas del norte de Europa hacen pensar que estuvieron muy
extendidos desde los siglos centrales de la Edad Media. Probablemente estaba
relacionado con la costumbre local de colocar esteras de paja tejida en el
suelo de las casas, a modo de alfombras, para intentar aislar la vivienda del
frío.
En las chozas
húmedas de la Escandinavia medieval, era necesario dar un mantenimiento
periódico a las esteras, que de otro modo habrían terminado con moho. En
Navidad, muchas familias tiraban sus viejas alfombras de paja y se dedicaban a
tejer una nueva.
Y es muy
probable que los primeros adornos de paja nacieran exactamente así, mientras
las mujeres de la casa tejían la nueva estera. Con el material sobrante creaban
pequeños adornos en forma de estrella, que luego colgaban de las vigas del
techo
¡Y qué
maravilloso debió ser, entonces, que los niños miraran hacia arriba y probaran
simbólicamente ese cielo estrellado que, en la noche santa, presenció el
nacimiento del Redentor!
Lucía Graziano
Fuente: Aleteia