A pesar de un evidente declive físico, Sor André mantenía una gran lucidez las últimas veces que fue entrevistada, al convertirse en abril en la persona más anciana del mundo.
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Sor André. Dominio público |
"Soy
religiosa porque Dios me
quiso", explicaba en una de ellas, concedida al diario Le Figaro: "Me enredó de
una forma perfecta". Siempre estuvo ligada a "cosas religiosas",
pero nació en una familia protestante y se hizo católica a los 26 años. Y es una vocación tardía,
pues no ingresó en las Hijas
de la Caridad de San Vicente de Paúl hasta entrada en los cuarenta.
Nació
en Alès (Gard), en Occitania, cerca de Nimes y Montpellier, en el sureste de
Francia. Vivió con intensidad la Primera Guerra Mundial, pues tenía un hermano en el frente que,
aunque resultó herido, volvió a casa sano y salvo. En su juventud, antes de su
conversión, trabajó como gobernanta
e institutriz de varias familias, y a raíz de su compromiso de fe se
acercó hasta la congregación en la que acabaría ingresando.
"No
tuve ninguna revelación", confiesa: "No conseguía amar a fondo, hasta
que en un momento dado me dije: '¡Éste es mi camino! Quiero ser religiosa'. ¡Y
salió bien! He amado a
Dios por encima de todas las cosas. Y Él me lo ha recompensado".
Durante
la Segunda Guerra Mundial, ya en las Hijas de la Caridad, estuvo en un hospital
en Vichy, atendiendo tanto huérfanos como ancianos. Todavía echa de menos a los
niños, a pesar de que no hacía mucho se había reencontrado con uno de ellos...
¡octogenario! Y valora mucho a quienes atienden a los ancianos: "No nos damos
cuenta de todo lo que han
aportado, de la felicidad que han dado a sus familias. ¡Son tesoros!"
Ella
está desde 2009 en una residencia, donde en abril supo el "título"
que había conseguido, pero que reconoce no querer "ganar". Es la cuarta persona de la Historia,
desde que se llevan estos registros, que llega a los 118 años. En agosto se
convirtió en la última persona viva nacida antes de 1907. Y solo otras tres
personas la han superado en edad antes de morir, faltándole cuatro años para
alcanzar la cifra de los 122 con los que murió la también francesa Jeanne Calment.
Pero
no es eso lo que ella desea, todo lo contrario: "Lo que deseo es morir y
encontrarme con mi hermano. No
tengo miedo de la muerte. Creo que puedo confiar en Dios, pero... ¡se hace
esperar! ¡Tengo la impresión de que me ha olvidado, se lo digo todos los
días!", bromea.
Fuente: ReL