El camino para vivir con seguridad y paz, sin ansiedades y dudas, con una confianza de niño. Una inspiradora reflexión del profesor Ignasi de Bofarull
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«Con la confianza, osadía y sencillez de un niño»: Este título
corresponde a la frase de un texto que forma parte de la oración que san Juan
Pablo II pronunció ante la Virgen en la capilla de la Medalla Milagrosa, en
París.
(Plegaria de San Juan Pablo II, 31 de mayo de 1980, en la capilla de la Medalla
Milagrosa)
La historia de la Virgen de
la Medalla Milagrosa
El 27 de noviembre de 1830 la Virgen se apareció a santa Catalina Labouré (1806-1876),
una religiosa vicentina (Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl), en la
capilla de un convento, en la parisina Rue du Bac, de esta manera:
La Virgen estaba vestida de blanco. Junto a Ella había un globo
reluciente sobre el cual estaba la cruz. La Virgen abrió sus manos y de sus
dedos salieron rayos luminosos que significaban las bendiciones y gracias que
llegan a quienes la invocan.
Entonces alrededor de la cabeza de la Virgen se formó un círculo o
una aureola con estas palabras: «Oh María sin pecado concebida, ruega por
nosotros que recurrimos a Ti». Y una Voz dijo a Catalina:
«Hay que hacer una medalla semejante a esto que estás viendo.
Todas las personas que la lleven, sentirán la protección de la Virgen».
Y apareció una M (de María) y sobre esta M una cruz, y debajo se
situaron los emblemas de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Esta
composición, es lo que hoy vemos en la Medalla Milagrosa.
Y realmente es así. La Virgen de la Medalla Milagrosa concede incontables favores (la
lista es interminable) desde que se inició esta devoción.
Al portar esta medalla muchos rezan varias veces al día la
jaculatoria más arriba mencionada:
¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que
recurrimos a Vos!.
Y a continuación María señalaba pedir el favor “con
confianza y fervor”.
La condición es la confianza
¿Cuál podría ser una de las bases de la concesión de estas gracias
que emanan de las manos de la Virgen?
San Juan Pablo II, siguiendo a la Virgen de la Medalla Milagrosa,
nos señala que una condición es pedirlas con confianza:
«Con la
única condición de que nos atrevamos a pedírtelas, de que nos acerquemos a ti
con la confianza, osadía y sencillez de un niño».
Y esta línea tan breve se corresponde con un capítulo de la vida
espiritual que todo cristiano debería cultivar (o por lo menos conocer) y que
podemos denominar de varias formas: infancia espiritual,
confianza filial, abandono, incluso vivir la providencia.
Este camino es tan antiguo y tan nuevo como el Evangelio: «Si no
volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos»
(Mt 18,3).
San Juan Pablo II, creo, se dirige a la Virgen de la Medalla
Milagrosa también desde este camino de infancia de la mano de santa Teresita de Lisieux.
Santa Teresita y el
caminito
Santa Teresita de Lisieux (1873-1897) fue una religiosa carmelita
descalza francesa. Fue declarada santa en 1925 y proclamada doctora de la
Iglesia en 1997 por san Juan Pablo II.
Santa Teresita hablaba con este tenor:
«Yo me tengo
por una niña. Quiero amar a Dios, mi Padre del cielo, como un niño. Mi cielo
consiste en estar siempre en su presencia y en decirle: quiero
amarte como un niño».
Y un niño confía ciegamente en
su padre, en su madre. Sus padres son la vida, y se encarama a sus brazos
sabiendo que está a buen recaudo, que nada le puede faltar, que su padre o su
madre le protegerán sin límites. Y que todo lo bueno lo puede esperar en las
manos de su padre en el regazo de su madre.
Pues esta realidad se da con nuestro Padre del cielo, con nuestra
Madre la Virgen. Regresemos a santa Teresita:
«Mi camino
está hecho todo él de confianza y amor […]. Espero que un día Jesús te haga
caminar por el mismo camino que yo».
Y sigue:
«Jesús me
mostró que el camino es el del abandono y la confianza de un niño que se duerme
sin miedo en los brazos de su padre».
Más que nunca es necesaria
la confianza
Hoy, en tiempos de desorientación y zozobra, de miedo y
hasta de cinismo, de increencia y desapego, la confianza es
fundamental para alcanzar la paz, para vivir en el
sosiego, y para reposar en la esperanza de que
todas las promesas que nos ha hecho el Señor se cumplirán de la mano de María.
La Virgen de la Medalla Milagrosa nos pide que creamos en sus
gracias rendidamente. Con una creencia profunda, arraigada.
Este camino de infancia espiritual no es tontería, ni capricho, ni
significa esconderse en la hipotética inocencia de un niño que actúa
irresponsablemente. Es una espiritualidad muy seria y madura.
La clave es abandonar los miedos y dudas sabiéndose
en los brazos del Señor, en el regazo de María.
Solo así se puede pedir con piedad, con recogimiento, sin
ansiedades y dudas, con la seguridad de que quien lo puede todo es Él, desde la
intercesión de María. Y sin perder de vista que nosotros, muy
pequeños, tenemos pocas fuerzas.
La fuerza está en la gracia de Dios,
y en María, omnipotencia suplicante, mediadora de todas las gracias.
Ignasi de
Bofarull
Fuente:
Aleteia