Hace 20 años que el Papa San Juan Pablo II publicó la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, por la que incorporó cinco nuevos misterios, los luminosos, a los tradicionales 15 meditados en el Rosario.
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Imagen referencial. Crédito: Pixabay |
En esta carta apostólica, el Santo Padre explica que el Rosario,
“aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la
cristología” que tuvo “un puesto importante” durante sus años de juventud en su
vida espiritual.
De hecho, dos semanas después de ser elevado a la Cátedra de
Pedro, San Juan Pablo II confesó de modo público: “El rosario es mi oración
predilecta”.
El Papa propone los misterios luminosos para “resaltar el carácter cristológico del
Rosario”. Se trata de misterios referidos “a la vida pública de
Cristo desde el Bautismo a la Pasión”, explica el Santo Padre.
Así, en estos misterios “contemplamos aspectos importantes de la persona de
Cristo como revelador definitivo de Dios”, afirma el Papa, ya que es Él “quien,
declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la
llegada del Reino, dando testimonio de Él con sus obras y proclamando sus
exigencias”.
San Juan Pablo II consideró en esta carta apostólica además que
“durante la vida pública, es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera
especial como misterio de luz”.
Así, para que el Rosario sea “plenamente compendio del Evangelio”,
el Papa considera conveniente que “la meditación se centre también en algunos
momentos significativos de la vida pública”, tras haber contemplado la encarnación
y la vida oculta en los misterios de gozo y antes de considerar los de la
Pasión (misterios dolorosos) y el triunfo de la Resurrección en los
gloriosos.
El Papa advierte que esta incorporación se realiza “sin prejuzgar
ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración” y con la
intención de “hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad
cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo,
abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria”.
Misterios que revelan la luz del Reino
San Juan Pablo II detalla que, cada uno de los misterios de luz
“revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús”.
Esta presencia se manifiesta de manera particular en cada uno de
los misterios luminosos.
En el Bautismo, Cristo “se hace ‘pecado’ por nosotros”, el Padre
lo proclama Hijo Predilecto y el Espíritu Santo “desciende sobre él para
investirlo de la misión que le espera”.
En las bodas de Caná, Cristo, al transformar el agua en vino,
“abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María,
la primera creyente”.
Con la predicación del Reino y la llamada a la conversión, Jesús
inicia “el misterio de la misericordia” que continúa a través del
“sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia”.
Para San Juan Pablo II, la Transfiguración es el “misterio de luz
por excelencia” ya que “la gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de
Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles”.
La institución de la Eucaristía es también misterio de
luz porque al hacerse alimento bajo las especies del pan y el vino, Cristo
da “testimonio de su amor por la humanidad ‘hasta el extremo’ y por cuya
salvación se ofrecerá en sacrificio”.
María en los misterios
de luz
El Santo Padre afirma que “excepto en el de Caná, en estos
misterios la presencia de María queda en el trasfondo”. Sin embargo, “el
cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo” con su
invitación materna: “Haced lo que Él os diga”.
San Juan Pablo II considera que esta es “una exhortación que
introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública,
siendo como el telón de fondo de todos los ‘misterios de luz’”.
El Papa propuso desde entonces contemplar estos misterios de luz
los jueves de cada semana.