Cuando enviudó, le pidió a Jesús que fuera su esposo y el padre de sus hijos.
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Sor María Iuxta Crucem ha sido madre de cuatro hijos, el pequeño falleció a los 22 años. Dominio público |
Nacida
en Tolima (Colombia), sor María no ha tenido una vida exenta de renglones
torcidos en los que Dios ha ido escribiendo recto. "Es la Madre Santísima
la que nos cuida, la que nos orienta y la que nos guía. Estamos refugiados en
el hueco de su mano y, a
través de Ella, podemos hacerlo todo. Aquí dentro, en el convento, uno se
enamora cada día más de la Virgen. Cuando estamos ante el Santísimo sabemos que
está a nuestro lado", comenta en un testimonio colgado
en la red.
Amor por la Virgen desde niña
El
aprecio de sor María por la Virgen empezó a crecer en su interior desde que era
muy pequeña. "Estudié con las hermanas 'lauritas' (Congregación Hermanas
Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena) y pude ver el amor tan grande que le
tenían a la Virgen. Aquello fue intensificando mi amor por Dios y el
deseo de amarlo, de tenerlo", comenta la hermana.
Sor
María tenía doce años cuando hizo la primera comunión, ese día empezó a sentir
el deseo profundo de ser religiosa. "Quería ser monja, pero no sabía con
quién hablar. Entonces, le pregunté a una señora, y me dijo que no podía serlo, porque mis padres
no estaban casados. Yo creí que no lo sería nunca en la vida", relata
la religiosa.
El
tiempo pasó y sor María se fue haciendo mayor. "A los 18 años le pedí al
Señor que, como no podía ser monja, me ayudara a conseguir un hombre bueno con
el que casarme. Tenía el deseo de casarme, ya que, como mis padres no estaban
casados, no pude ser monja", explica. A los 21 años contrajo matrimonio, tuvo cuatro hijos y estuvo casada
durante 26 años. Hasta que enviudó.
Cuando
su hijo pequeño tenía 22 años, la vida de María se iba a ver sacudida.
"Fue muy duro cuando murió, el Señor fue tan precioso que me preparó desde
dos meses antes de que él muriera. Aquello hizo que me metiera más de lleno en
las cosas de Dios", explica. En esos años, además, sor María enviudaría. "Le dije a Dios que fuera mi esposo
y el padre de mis hijos, yo sé que Tú amas a las viudas y a los
huérfanos", confiesa. Sin embargo, después de veinte años de haber perdido
a su marido, el deseo de ser religiosa no desaparecía de su corazón.
"Un
día, la novia de mi hijo estaba en mi casa estudiando medicina, acompañada de
una monjita. En un momento en el que la religiosa se quedó sola, le pregunté si podía ser como ella.
Le expliqué mi situación y ella me dijo que me ayudaría. Ese día, por la noche,
cuando llegaron mis hijos, les dije que tenía una gran noticia que darles y les
comenté lo que había hablado con la monjita. Ellos se enfadaron mucho y me
dijeron que no podían perder también a su madre. Pensé que igual no era el
momento", comenta sor María.
Sus
hijos se hicieron mayores, y se casaron todos en menos de seis meses. "Me
había quedado sola en casa, y empecé a meterme más en las cosas de Dios, iba
mucho al Santísimo y a misa. Era tanta la emoción que no miraba el reloj. Al
volver a casa, mis hijos me decían que habían estado preocupados por mí, y les decía que estaba con mi amado
Jesús", relata la hermana.
"Dejé de mirarme al espejo"
Durante
esa época, en unas actividades que había en la Iglesia, sor María le confesó a
una monja que quería ser religiosa, y esta le dijo que le avisaría más
adelante. Pasó el tiempo y sor María continuaba con su vida piadosa.
"Empecé a quitarme los pendientes y a no mirarme siquiera al espejo. El
ruido de las fiestas locas me molestaba", confiesa. Y, entonces, la monja le llamó y le preguntó si
seguía queriendo ser religiosa.
"Le
confesé que no se me había quitado nunca ese deseo, ella me dijo que las
puertas del convento estaban abiertas. Pensé que era la voz de Dios, la que me llamaba, y le pedí
dos meses de tiempo para organizarme. Un día, fui a misa y a confesarme, y le
dije a mi hija lo que iba a hacer. Después, reuní a los demás hijos y me
dijeron que no tenía necesidad de hacer eso, que yo ya vivía como lo hacía una
monja, pero les dije que no era una necesidad, sino un deseo, y que la decisión
estaba tomada", explica sor María en su testimonio.
El
día tres de junio de 2017 entraba por la puerta de su nuevo hogar: el convento
de las Hijas de la Sagrada Familia. La religiosa concluye su testimonio
animando a otras mujeres a buscar su vocación. "Seguir a Cristo es lo más
lindo que hay, da alegría, paz y mucho gozo. Con Él y la Virgen lo van a tener
todo. Esta forma de vida no es un invento nuestro, es algo que Dios pensó desde la eternidad. Que se animen a
hacer un corte con la vida pasada y sean personas nuevas", comenta sor
María.
Las Hijas
de la Sagrada Familia son una Asociación Pública de Fieles
fundada el 9 de noviembre de 2011, en la archidiócesis colombiana de
Barranquilla. Esta comunidad religiosa tiene dos ramas de vida consagrada: una
dedicada a la vida contemplativa y la otra a la vida misionera. En la
actualidad, se encuentran presentes en Colombia (Barranquilla), Ecuador (Quito)
y España (Menorca y Valencia).
Fuente: CariFilii