«Ya ando bien», decía muy contento, hace dos semanas, Emmanuel.
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Foto: Ruth García. Dominio público |
El doctor Pedro Guillén, el médico que le ha operado, explica que «lo que tenía se llamaba luxación anterior de la rodilla, que quiere decir que la rodilla en vez de doblarse hacia atrás se doblaba hacia delante». En un país rico, «de bebé se le habrían puesto unos yesos y habría quedado casi perfecto». Pero al no tratarlo y empezar a caminar mal, se le fue deformando el extremo de los huesos. A pesar de ello, «andaba y hasta jugaba al fútbol, pero con una cojera terrible».
El año pasado, un voluntario español conoció a Emmanuel en Don Bosco Fambul. Habló con la médico del hogar, y le dijo que en España se podría solucionar su problema. La doctora habló con Guillén, que a veces opera a niños de otros países. Una fundación pagó los billetes, y Emmanuel y su doctora llegaron el 22 de abril. Con una sorpresa.
«Pensábamos que vendría con algún familiar, pero nos dijeron que no tenía, que su madre murió», cuenta Ruth, que trabaja con el doctor Guillén. La doctora no se podía quedar en España. Así que entre los trabajadores de la Clínica Cemtro y Misiones Salesianas se pusieron a buscar quién podía acompañarle dentro y fuera de él. Entre las familias, los amigos y voluntarios de las universidades CEU San Pablo y Francisco de Vitoria, montaron un grupo de 50 personas que han hecho turnos para que Emmanuel disfrutara el tiempo en España.
Los primeros días fueron los peores. En la operación le colocaron los músculos y tendones. Al despertar «me dolía bastante», recuerda él mismo. «No entendía lo que le habíamos hecho y por qué le pasaba eso, si antes no le dolía», explica Ruth. También se veía la pierna rara, y «creía que le podían salir gusanos de la herida», añade Pilar, otra voluntaria. Eso sí, cuando por fin pudo empezar a andar bien con la pierna, le cambió la cara. «Ahora tengo que hacer ejercicios para que mis músculos se fortalezcan», explicaba el muchacho.
A casa de María
Pronto el hospital se le quedó pequeño. «Cuando ya podía moverse y se aburría, ayudaba a los trabajadores a hacer las camas y a repartir la comida», cuenta Pilar. A los voluntarios se les ocurrió que estuviera con una familia de acogida. Se ofrecieron María, que también trabaja en la clínica; su marido, y su hijo Martín, de 6 años. Emmanuel, o Emma como le llaman todos, ha vivido con ellos dos meses. «Los niños encajaron muy bien, a pesar de la diferencia de edad, porque se parecen mucho: los dos son muy movidos, cariñosos y generosos», dice ella.
Al principio les costó. Emmanuel llegó llorando y no quería entrar. Estaba abrumado y le molestaba la pierna. Como María estuvo más pendiente de él, Martín se puso un poco celoso. Pero rápidamente se les pasó y «empezaron a cuidarse y protegerse, hasta el punto que si castigaba a Martín, Emma se iba con él». Al final «eran inseparables y Martín le ha acompañado alguna vez al hospital», cuenta su madre, muy orgullosa. Además, a ella y su marido en seguida les empezó a llamar «papá» y «mamá». Ya entiende bastante español (normalmente habla en inglés), y «es muy listo, pillaba todas las bromas».
«¿Qué es lo que más te gusta de España?», preguntamos al chico. «¡La paella!», exclama. María explica que «todos los fines de semana cocinábamos juntos, que le encanta». Hacían paella. «Yo le decía que aprendiera bien, para enseñar a sus amigos al volver a Sierra Leona». Así, le preparaba para el regreso.
En Sierra Leona, «tengo muchos amigos y voy al colegio», contaba el chico. Pero «no quiero volver». Hizo el viaje con dos de los voluntarios que iban a pasar el verano ayudando en Don Bosco Fambul. «Despedirnos fue muy triste», recuerda María. Los primeros días de vuelta en Sierra Leona, Emma lo pasó bastante mal. «Ahora ya está mejor, hemos estado jugando y está feliz», cuenta Pedro, uno de los voluntarios que lo acompañó. Aquí, mucha gente le quiere y está deseando volver a verle cuando venga para las revisiones.
María
Martínez López
Fuente:
Alfa y Omega