Entrevista de la agencia Télam con el Papa Francisco
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El Papa Francisco durante el diálogo con la presidenta de Télam, Bernarda Llorente |
Puertas
afuera, el calor abrasador no parece desanimar a los miles de turistas que, a
pleno sol, comparten largas filas para ingresar al Vaticano. A unos pocos
metros, en Santa Marta, su abultada agenda se cumple paso a paso. Algún que
otro movimiento parece anunciar que está por llegar. Francisco, su Santidad, el
Papa argentino, uno de los líderes que hoy marca la agenda social y política
del mundo, viene caminando con una sonrisa radiante. Se lo nota recuperado.
Consciente de todas las transformaciones instrumentadas durante sus nueve años
de papado y con una mirada a largo plazo acerca del futuro de la humanidad, de
la fe y de la necesidad de respuestas nuevas. Al ingresar juntos al salón, en
el que todo está dispuesto para una histórica entrevista con la Agencia
Nacional de Noticias Télam, que transcurrirá durante una hora y media, sé que
en esta tarde de junio estoy viviendo un momento excepcional y único.
Francisco,
usted fue una de las voces más importantes en un período de muchísima soledad y
miedo en el mundo, durante la pandemia. Supo catalogarla como las limitaciones
de un mundo en crisis en lo económico, social y político. Y en ese momento dijo
una frase: “nunca se sale de igual de una crisis, se sale mejor o se sale
peor”. ¿Cómo cree que estamos saliendo? ¿Hacia dónde nos dirigimos?
No
me está gustando. En algunos sectores se ha crecido, pero en general no me
gusta porque se ha vuelto selectivo. Fijate, el solo hecho de que África no
tenga las vacunas o tenga las mínimas dosis quiere decir que la salvación de la
enfermedad también fue dosificada por otros intereses. Que África esté tan
necesitada de vacunas indica que algo no funcionó. Cuando digo que nunca se
sale igual, es porque la crisis necesariamente te cambia. Más aún, las crisis
son momentos de la vida donde uno da un paso adelante. Está la crisis de la
adolescencia, la de la mayoría de edad, la de los 40. La vida te va marcando
etapas con las crisis. Porque la crisis te pone en movimiento, te hace bailar.
Y uno tiene que saber asumirlas, porque si no lo hacés las transformás en
conflicto. Y el conflicto es algo cerrado, busca la solución dentro de sí y se
destruye a sí mismo. En cambio, la crisis es necesariamente abierta, te hace
crecer. Una de las cosas más serias en la vida es saber vivir una crisis, no
con amargura. Bueno, ¿cómo vivimos la crisis? Cada uno lo hizo como pudo. Hubo
héroes, puedo hablar de lo que acá tenía más cerca: los médicos, enfermeros, enfermeras,
curas, monjas, laicos, laicas que realmente dieron la vida. Algunos murieron.
Creo que en Italia murieron más de sesenta. Dar la vida por los demás es una de
las cosas que apareció en esta crisis. Los curas también se portaron bien, en
general, porque las iglesias estaban cerradas, pero llamaban por teléfono a la
gente. Hubo curas jóvenes que les preguntaban a los viejitos qué necesitaban
del mercado y les hacían las compras. O sea, las crisis te obligan a
solidarizarte porque todos están en crisis. Y de ahí se crece.
Muchos
pensaban que la pandemia había marcado límites: a la extrema desigualdad, a la
despreocupación por el calentamiento global, al individualismo exacerbado, al
mal funcionamiento de los sistemas políticos y de representación. Sin embargo,
existen sectores que insisten en reconstruir las condiciones previas a la
pandemia.
No
podemos volver a la falsa seguridad de las estructuras políticas y económicas
que teníamos antes. Así como digo que de la crisis no se sale igual, sino que
se sale mejor o peor, también digo que de la crisis no se sale solo. O salimos
todos o no sale ninguno. La pretensión que un solo grupo salga de la crisis,
por ahí te puede dar una salvación, pero es una salvación parcial, económica,
política o de ciertos sectores de poder. Pero no se sale totalmente. Quedás
aprisionado por la opción de poder que hiciste. Lo transformaste en un negocio,
por ejemplo, o culturalmente te fortaleciste en el momento de la crisis. Usar
la crisis para el propio provecho es salir mal de la crisis y, sobre todo, es
salir solo. De la crisis no se sale solo, se sale arriesgando y tomando la mano
del otro. Si no lo hacés, no podés salir. Entonces, ahí está lo social de la
crisis. Esta es una crisis de civilización. Y ocurre que la naturaleza también
está en crisis. Recuerdo que hace unos años recibí a varios jefes de gobierno y
de Estado de los países de la Polinesia. Y uno de ellos decía: “Nuestro país
está pensando en comprar tierras en Samoa, porque dentro de 25 años quizás no
existamos porque está creciendo mucho el mar”. No nos damos cuenta, pero hay un
dicho español que nos tiene que hacer pensar: Dios perdona siempre. Quédense
tranquilos que Dios perdona siempre y nosotros, los hombres, perdonamos de vez
en cuando. Pero la naturaleza no perdona nunca. Se la cobra. Vos usas la
naturaleza y se te viene encima. Un mundo recalentado también nos saca de la
construcción de una sociedad justa, fraterna. Está la crisis, la pandemia y el
Covid famoso. Cuando yo estudiaba, lo que más te causaban los virus “corona”
era un resfrío. Pero luego fueron mutando y pasó lo que pasó. Es curiosísimo lo
de la mutación de los virus, porque estamos ante una crisis viral, pero también
una crisis mundial. Una crisis mundial en nuestra relación con el universo. No vivimos
en armonía con la creación, con el universo. Y lo abofeteamos a cada rato.
Usamos mal nuestras fuerzas. Hay gente que no se imagina el peligro que hoy
vive la humanidad con este recalentamiento y manoseo de la naturaleza. Voy a
contar una experiencia personal: en 2007 estaba en el equipo de redacción del
Documento de Aparecida y entonces llegaban las propuestas de los brasileños
hablando del cuidado de la naturaleza. “Pero estos brasileños, ¿qué tienen en
la cabeza?”, me preguntaba en aquel momento, no entendía nada de esto. Pero me
fui despertando de a poco y ahí me vino la inquietud de escribir algo. Con los
años, cuando viajé a Estrasburgo el presidente François Hollande mandó a
recibirme a su ministra de medioambiente, quien en aquel momento era Ségolène
Royale. En un momento me preguntó: “¿Es verdad que usted está escribiendo algo
sobre el ambiente?”. Cuando le dije que sí, me pidió: “Por favor, publíquelo
antes de la Conferencia de París”. Entonces, me volví a reunir con los
científicos que me dieron un borrador, después me junté con los teólogos que me
entregaron otro borrador, y así salió el “Laudato si”. Fue una exigencia para
crear la consciencia de que estamos abofeteando a la naturaleza. Y la
naturaleza se la va a cobrar… Se la está cobrando.
En
la encíclica “Laudato si” advierte que muchas veces se habla de ecología, pero
separándola de las condiciones sociales y de desarrollo. ¿Cuáles serían esas
nuevas reglas en términos económicos, sociales y políticos, en medio de lo que
ha llamado una crisis de civilización y con una Tierra que, además, dice “no
doy más”?
Está
todo unido, es armónico. No podés pensar a la persona humana sin la naturaleza
y no podés pensar a la naturaleza sin la persona humana. Es como aquel pasaje
del Génesis: “Crezcan, multiplíquense y dominen la Tierra”. Dominar es entrar
en armonía con la Tierra para hacerla fructificar. Y nosotros tenemos esa
vocación. Hay una expresión de los aborígenes del Amazonas que me encanta: “el
vivir bien”. Ellos tienen esa filosofía del vivir bien, que no tiene nada que
ver con nuestro porteño “pasarla bien” ni con la “dolce vita” italiana. Para
ellos se trata de vivir en armonía con la naturaleza. Acá hace falta una
opción interior de las personas y los países. Una conversión, diríamos. Cuando
me decían que “Laudato si” era una linda encíclica ambiental, les contestaba
que no, que se trataba de “una encíclica social”. Porque no podemos separar lo
social de lo ambiental. La vida de los hombres y las mujeres se desarrolla
dentro de un ambiente. Me viene un dicho español, espero que no sea demasiado
guarango, que dice “el que escupe al cielo, en la cara se le cae”. El maltrato
a la naturaleza es un poco esto. La naturaleza se la cobra. Repito: la
naturaleza no perdona nunca, pero no porque sea vengativa, sino porque ponemos
en marcha procesos de degeneración que no están en armonía con nuestro ser.
Hace unos años me quedé helado cuando vi la foto de un barco que había pasado
por el Polo Norte por primera vez. ¡El Polo Norte navegable! ¿Qué quiere decir
esto? Que los hielos se están destruyendo, se están disolviendo, por el
calentamiento. Cuando se ven esas cosas, tenemos que frenarnos. Y son los
jóvenes los que más lo perciben. Nosotros, los grandes, estamos mal
acostumbrados, “no es para tanto” decimos o, simplemente, no entendemos.
JÓVENES, POLÍTICA Y DISCURSO DE ODIO
Los
jóvenes, como señala, parecen tener una mayor conciencia ecológica, pero da la
sensación que, muchas veces, es segmentada. Hoy se observa menor compromiso
político, e incluso a la hora de votar la participación es muy baja entre los
menores de 35 años. ¿Qué les diría a esos jóvenes? ¿Cómo ayudar a
reconstruirles la esperanza?
Ahí
tocaste un punto difícil, que es el descompromiso político de los jóvenes. ¿Por
qué no se comprometen en política, por qué no se la juegan? Porque están como
desanimados. Han visto -no digo todos, por Dios- situaciones de arreglos
mafiosos y de corrupción. Cuando los jóvenes de un país ven, como se dice, que
“se vende hasta a la madre” con tal de hacer un negocio, entonces baja la
cultura política. Y por eso no quieren meterse en política. Y sin embargo los
necesitamos porque son ellos los que tienen que plantear la salvación a las
políticas universales. ¿Y por qué la salvación? Porque si no cambiamos de actitud
con el ambiente, nos vamos todos al pozo. En diciembre tuvimos un encuentro
científico-teológico sobre esta situación ambiental. Y recuerdo que el jefe de
la Academia de Ciencia de Italia dijo: “si esto no cambia, mi nieta que nació
ayer va a tener que vivir dentro de 30 años en un mundo inhabitable”. Por eso
le digo a los jóvenes que no es solo la protesta, también deben buscar la
manera de hacerse cargo de los procesos que nos ayuden a sobrevivir.
¿Considera
que parte de la frustración de algunos jóvenes hace que sean seducidos por
discursos de odio y opciones políticas extremas?
El
proceso de un país, el proceso de desarrollo social, económico y político,
necesita de una continua revaloración y un continuo choque con los otros. El
mundo político es ese choque de ideas, de posiciones, que nos purifica y nos
hace ir juntos adelante. Los jóvenes tienen que aprender esta ciencia de la
política, de la convivencia, pero también de la lucha política que nos purifica
de egoísmos y nos lleva adelante. Es importante ayudar a los jóvenes en ese
compromiso socio-político y, también, a que no les vendan un buzón. Aunque hoy
día, creo que la juventud está más avivada. En mis tiempos, no nos vendían un
buzón, nos vendían el Correo Central. Hoy están más despiertos, son más vivos.
Yo confío mucho en la juventud. “Sí, pero qué sé yo, no vienen a misa”, me dice
por ahí un cura. Yo contesto que hay que ayudarlos a crecer y acompañarlos.
Después, Dios le hablará a cada uno. Pero hay que dejarlos crecer. Si los
jóvenes no son los protagonistas de la Historia, estamos fritos. Porque ellos
son el presente y el futuro.
Hace
unos días usted hablaba de la importancia del diálogo intergeneracional.
Sobre
esto me quiero permitir una cosa que siempre me gusta destacar: tenemos que
reinstaurar el diálogo de los jóvenes con los viejos. Los jóvenes necesitan
dialogar con sus raíces y los viejos necesitan darse cuenta que dejan herencia.
El joven cuando se encuentra con el abuelo o la abuela recibe savia, recibe
cosas y se las lleva adelante. Y el viejo, cuando se encuentra con el nieto o
la nieta, tiene esperanza. Bernárdez tiene un verso muy lindo, no sé de qué
poema, que dice: “Todo lo que el árbol tiene de florido le viene de aquello que
tiene soterrado”. No dice “las flores vienen de allá abajo”. No, las flores
están arriba. Pero ese diálogo de arriba a abajo, de tomar de las raíces y
llevar adelante, es el verdadero sentido de la tradición. También me impresionó
una frase del compositor Gustav Mahler: “La tradición es la garantía del
futuro”. No es una pieza de museo. Es aquello que te da vida, siempre y cuando
te haga crecer. Otra cosa es el ir hacia atrás, eso es un conservadurismo
malsano. “Porque siempre se hizo así, yo no me juego por un paso adelante”,
razonan. Quizás esto necesite más explicación, pero voy a lo esencial del
diálogo de los jóvenes con los viejos, porque de ahí se toma el verdadero
sentido de la tradición. No es tradicionalismo. Es la tradición que te hace
crecer, es la garantía del futuro.
LOS MALES DE LA ÉPOCA
Francisco,
usted suele describir tres males de la época: el narcisismo, el desánimo y el
pesimismo. ¿Cómo se los combate?
Esas
tres cosas que nombraste - narcisismo, desánimo y pesimismo - entran en lo que
se llama la psicología del espejo. Narciso, claro, miraba el espejo. Y ese
mirarse no es mirar hacia adelante, sino volverse sobre sí mismo y estar
continuamente lamiendo la propia llaga. Cuando, en realidad, lo que te hace
crecer es la filosofía de la alteridad. Cuando no hay confrontación en la vida no
se crece. Esas tres cosas que mencionaste son las del espejo: yo veo para
mirarme a mí mismo y lamentarme. Recuerdo a una monja que vivía quejándose y en
el convento la llamaban “Sor Lamentela”. Bueno, hay gente que se lamenta
continuamente de los males de la época. Pero hay algo que ayuda mucho contra
este narcisismo, desánimo y pesimismo, que es el sentido del humor. Es lo que
más humaniza. Hay una oración muy linda de Santo Tomás Moro, que yo rezo todos
los días desde hace más de 40 años, que empieza pidiendo “Dame, Señor, una
buena digestión y también algo que digerir. Dame sentido del humor, que sepa
apreciar un chiste”. El sentido del humor relativiza tanto y hace tanto bien.
Eso va contra ese espíritu de pesimismo, de “lamentela”. Era Narciso, ¿no? Volver
sobre el espejo. Narcisismo típico.
Por
Bernarda Llorente
Vatican News