Tras una vida educado en el laicismo, una experiencia eucarística y un viaje transformaron la vida de Carlos Giménez: hoy, es "casi" sacerdote
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Ordenación de Diaconado de Carlos. Dominio público |
Un
planteamiento que adquirió en gran parte por su educación y familia. "Eran
bastante ateos, y en mi
casa nunca se había hablado de Dios", admitió en el canal de la asociación Ahonda.
Durante toda su infancia y juventud, Carlos recuerda vivir en "un ambiente
muy laico", tanto que sus padres se esforzaron en buscar para él "el
colegio más laico que hubiera".
Hasta
que entró en la universidad, su abuela fue la única persona cristiana que
conocía, lo que, al principio, reforzaba sus planteamientos. "Ella era
como de otro siglo". Menciona.
"Impactado" por un cristiano
normal
Mientras
que para muchos el comienzo en la universidad es adentrarse en un entorno
hostil hacia la fe, en Carlos se dio la paradoja contraria. Al comenzar a salir
de aquel "ambiente laico" que significaba su hogar, quedó "impactado" por "un
chaval muy cristiano" al que conoció en la carrera.
"Era
muy normal, súper creyente y muy completo, escribía poesía, salía un montón y
tenía un montón de amigos… Nos hicimos uña y carne y nos pasábamos las tardes
tomando cerveza discutiendo. Me encantaba pincharle [sobre sus creencias] y él
me las devolvía", recuerda.
Que
el primer cristiano que conoció en su vida fuese "tan normal" le rompió todos los esquemas y
facilitó que tras meses después de invitarle a su grupo religioso -que entonces
era el germen de lo que hoy es Hakuna- le acompañase en una ocasión
"por probar".
"¿A esta peña qué le pasa?",
se preguntó tras su primer día el grupo. Nunca le gustó "el tema de rezar
ni las iglesias", pero después de que el sacerdote concluyese su charla se
dio cuenta de que los católicos de aquel grupo eran muy distintos de lo que
creía.
Esperaba encontrar frikis... y vio que
"se comían el mundo"
"Esperaba encontrar a un grupo de
frikis, como en un reducto que no encontraban sitio en otro lugar, pero fue
al revés. Encontré gente que se comía el mundo y que estaba ahí porque le daba
la gana. No sé qué me pasó, pero quería volver", menciona.
Tras
su segunda vez en el grupo, a Carlos le "empezó a picar el gusanillo"
cuando le invitaron a un
voluntariado de verano en Calcuta. Prácticamente no dudó en apuntarse
después de haberlo comentado con su familia y amigos.
Entonces
no se sabía "ni el padrenuestro" y el único input que tuvo
antes del viaje fue el de su exnovia. "¿Cómo te vas con este grupo si no
eres cristiano?", le preguntó. "Tengo ganas de la experiencia, la
India… Solo sé una cosa: que nunca
seré cristiano", le respondió.
Pasados
los años, aún no sabe explicar "que es lo que pasó" en el viaje, pero
"algo cambió". A los pocos días de llegar, el sacerdote le invitó a ir a Misa,
aunque fuese "para ver", y él, fiel a su mentalidad racionalista,
"creía que al 99% que era una tomadura de pelo". Pero la convicción
ya no era total. Entonces decidió
asistir "por interés antropológico".
En la consagración, "algo" le golpeó
Para
Carlos, lo que sucedió en aquella Misa es, aún a día de hoy, imposible de
explicar desde el plano "racional".
"La
gente se levantaba, se sentaba, yo me levantaba y sentaba con ellos, y llega un
momento en que todos se arrodillan. El sacerdote cogió un trozo de pan, dijo
unas palabras y cuando lo levantó, no sé qué me pasó. Sentí como que algo me golpeaba y mi cabeza solo podía pensar:
`Esto es verdad. Esto es verdad. Dios existe´", relata.
Lo
que siguió fue "alegría,
amor, paz, gozo"… y lagrimas. Muchas lágrimas. Fue consciente de que
aquello en lo que nunca creyó, "a lo mejor era verdad".
Pero
Calcuta se acabó. Y cuando regresó a Madrid comenzó "una lucha interna
entre dos Carlos", el "transformado" y el que durante 21 años
fue "bastante combativo
contra los creyentes".
En
ese conflicto, comenzó a ir a Misa a escondidas y a percibir como su vida
"se transformaba muchísimo", siendo tan feliz que hasta le dolía la
cara de sonreír.
Y
él respondió: "En un año recibí la formación que no había recibido en toda
mi vida, una catequesis semanal, hablaba con el que sería mi padrino de
confirmación, tenía dos reuniones de formación más las charlas de los lunes,
leía libros…".
En pleno "terremoto", tomó una
decisión
Conforme
su vida cambiaba era más difícil
mantenerlo en secreto: "Pensé en contárselo a mis padres. Les senté en
el sofá y les conté que iba a empezar a ir a Misa". "Carlos, ¿te vas
a hacer cura?", le preguntó su padre. Ante la negativa, le respondió que
entonces podía hacer lo que quisiese.
Pronto,
Carlos comenzó a sospechar que la respuesta que le dio a su padre tendría que
haber sido la contraria: del anticatolicismo y el agnosticismo, en pocos meses
acabó confirmando que dedicaría
el resto de su vida a Dios como sacerdote.
"Al
año siguiente de volver empecé `el introductorio´, un curso de los sábados por
la mañana. No me atrevía a contárselo a mis padres, me daba bastante miedo
porque sabía que iba a haber un terremoto", relata. Recuerda que fue
bastante duro, al principio su
madre pasó un mes llorando y su padre, "que es pura bondad y
humildad", empezó a
gritarle cuando nunca lo había hecho: "¡Es algo retrógado, del
siglo anterior!", le dijo. "Les costó mucho, pero ahora con el tiempo
van poco a poco aceptándolo y compartiéndolo".
"Prometo"
A
punto de concluir su formación sacerdotal, Carlos ha sido recientemente ordenado diácono, el pasado 18 de
junio: el joven, que había prometido no ser nunca cristiano, acabó jurando, hace
poco más de tres semanas, lealtad a la Iglesia durante su ordenación. Quedó
inmortalizada en este vídeo, en el minuto 53:25.
-Carlos,
¿prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
-Prometo.
-Dios,
que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término.
José María Carrera
Fuente: ReL