Considera fundamental vivir la «radicalidad evangélica» y acabar con las luchas de poder
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Dominio público |
En esta crisis, no son pocos los que
argumentan que esa sombra desaparecerá aplicando "propuestas para
transformar, renovar y modernizar" la institución como la supresión del celibato sacerdotal o
el sacerdocio femenino.
Pero,
¿es esto lícito? ¿serviría de algo? En Para
la eternidad (Palabra),
el cardenal guineano expone que lejos de innovar, la clave para solventar la
crisis del sacerdocio es precisamente volver los ojos a los santos y doctores de la Iglesia.
Solo así, explica, el
sacerdote podrá redescubrir "su identidad profunda" en
búsqueda de la santidad y "una
vida coherente con su estado".
El
libro, dividido en 14 capítulos que repasan los aspectos más destacados de la
crisis espiritual y sacerdotal actual, ofrece sus reflexiones en torno a estos
temas acompañadas de no pocos escritos de santos, papas y destacados pensadores católicos en los
que el cardenal sustenta su mensaje.
Extraemos 7 consejos y observaciones que
el cardenal dirige a toda la iglesia, y "de un modo especial a los
sacerdotes":
1º Vivir el radicalismo evangélico, una
necesidad
En
cuanto al "drama de los abusos
sexuales", el cardenal no duda en que "sus raíces se encuentran
en la secularización de la
vida sacerdotal", lo que ha hecho olvidar que "el sacerdote es un
hombre apartado de entre los demás para servir a Dios y a la Iglesia".
Privados de Dios, explica el cardenal, al sacerdote "solo le queda el
poder humano, corre el peligro de embriagarse de una sensación de poder" y sucumbe fácilmente "ante la
lógica diabólica de los abusos de autoridad y los delitos
sexuales".
En
este sentido, destaca la necesidad no solo de conocer "el radicalismo
evangélico", sino de vivirlo y ponerlo en práctica, especialmente a través
del seguimiento de "la pobreza,
la castidad y la obediencia". "La llamada al seguimiento de
Cristo no es posible sin ese gesto de libertad y de renuncia", añade.
2º Acabar con el clericalismo y las
luchas de poder
Una
de las manifestaciones más evidentes de que "el espíritu del mundo se
infiltra en la Iglesia" es la idea "falsa y demoledora" de que
"cada cargo y estilo de vida es por encima de todo un derecho". Para
el cardenal, esta idea "se nutre" en gran medida del clericalismo,
"caracterizado por la lucha por el poder y la dominación: los laicos reclaman unos
ministerios que se perciben como privilegios".
Frente
a esta clericalización, Sarah recurre a los grandes protagonistas de la
Tradición y del Evangelio para mostrar que esos nuevos ministerios "no
fueron creados ni reclamados por la Iglesia" desde su mismo origen.
"Recordemos a Aquila y a su mujer Priscila, magníficos colaboradores de
Pablo; recordemos también a Apolo; a María la de Magdala, Juana la mujer de
Cusa, Susana y muchas más… Ninguna
de estas personas aspiraba a un ministerio", menciona. Después de
siglos, "los catequistas llevan colaborando con un celo heroico y humilde
sin reclamar ningún cargo ministerial: el clericalismo es una actitud que transforma un estado de vida,
un ministerio o cargo en propiedad privada y trampolín para un ego acomplejado".
3º El reto de la santidad como remedio a
la hipocresía
Uno
de los principales deberes del sacerdote, explica, "es reproducir en su
vida la vida y la santidad de Cristo". Sin embargo, "si no busca esa unidad de vida, se
arriesga a disociar la personalidad y vivir como un extraño en su
propia identidad interior".
Para
Sarah, este peligro "se abre a cada instante bajo los pies de los
sacerdotes" y les anima a "no dejar de repetirse que no existe por un lado una vida
sacerdotal y por otro una vida privada. El sacerdote tiene que ser siempre
consciente de su deber de convertirse existencialmente en lo que es
esencialmente", ya que "la santidad no solo es deseable", sino
que es "una necesidad vital para él y para el pueblo de Dios. Ese es el reto de la santidad sacerdotal".
4º Reconquistar los seminarios para
evitar abusos
Para
superar la crisis del sacerdocio también se hace necesario recuperar el sentido original del
seminario. Cuestiona por un lado la creciente formación de seminaristas en
universidades como si "solamente fuesen estudiantes". Sin embargo,
explica que "no se espera que solamente sean sabios", sino que en su
formación es crucial "la vida de oración personal y comunitaria o cierta separación y distancia del mundo"
-entre otros-, lo que puede verse truncado por una vida y estudios fuera del
seminario.
Critica
también algunos seminarios
actuales "que no son más que casas para estudiantes inmaduros y solitarios",
marcados en ocasiones por "un activismo acelerado y frenético".
"Un seminario, por el contrario, debe ser el lugar de aprendizaje de la
plenitud de la vida sacerdotal", que "es sobre todo una vida de
intercesión con Cristo sacerdote". La vida comunitaria y fraterna
contribuye, además, a obtener un "equilibrio de las virtudes morales"
y una "madurez emocional", gracias a la cual "se habrían evitado muchos de los
problemas de desmanes afectivos y abusos".
5º No esconderse tras las Conferencias
Episcopales
El
cardenal alerta de la importancia de enseñar a los seminaristas la
responsabilidad que conlleva su vocación y a saber que "en la Iglesia,
todo es personal, nada debe ser anónimo". En este sentido, menciona que
"hoy son muchos los
obispos y sacerdotes que se esconden detrás de las conferencias episcopales,
las comisiones e incluso los caminos sinodales".
"Nos
quejamos de que nos faltan sacerdotes -y es cierto- y al mismo tiempo a miles
de eclesiásticos se les encarga una burocracia que amenaza con acabar con el
impulso misionero de la Iglesia. ¿De qué sirve tanto documento erudito, tantos papeles que no llega
a leer nadie y que carecen de importancia para el pueblo cristiano y
la Iglesia?", se pregunta: "La fe es mucho más sencilla que todo eso:
Jesús quiere personas veraces, libres, responsables de sus actos y autónomas y
no estructuras ni máquinas".
6º Evitar transformar el altar en trono
de nuestra gloria
En
virtud del orden, explica, los sacerdotes tienen el deber "de perpetuar a diario, a solas o
en presencia de Dios, el
sacrificio eucarístico" ante el altar, "donde el sacerdote es
verdaderamente él mismo, donde extiende sus brazos para dejarse clavar en el
madero, donde experimenta su nada ante la grandeza de Dios".
Es
por ello que si el sacerdote pierde de vista la cruz o incumple este deber,
corre "el riesgo de hacer
del altar el trono vano y engañoso" del propio ego y de la vanagloria:
"Durante la liturgia, cuando un sacerdote se pone a parlotear, a comentar y a
añadir conscientemente palabras humanas a las de la Iglesia, lo que demuestra
es que no quiere
desaparecer detrás del Verbo. Quiere que lo miren a él, que lo escuchen a
él, que se fijen en él", explica. Por ello, Sarah invita al sacerdote a
"ocupar el lugar que le corresponde" en la liturgia, a "querer
desaparecer, hacerse olvidar y ocultarse en las palabras de la Iglesia y de Cristo".
7º Hacer presente a Cristo sin
pervertirlo
Sarah
también llama a recuperar la auténtica "re-presentación" de Cristo
por parte del sacerdote, a "hacerlo presente a través de su persona"
como alternativa a la perversión de esta idea por algunos sacerdotes.
"Cuando el sacerdote visita a un
enfermo, puede que actúe con torpeza, pero solo él puede hacer presente
instrumentalmente a Cristo sacerdote. Puede que no se le dé bien enseñar el catecismo a los niños,
pero cuando un humilde sacerdote les habla, en medio de ellos está presente
Jesús", explica. Sin embargo, "los sacerdotes pedófilos han pervertido esta idea" y
"convencido a sus víctimas de que por el hecho de ser sacerdotes, todo lo
que les pedían era algo querido por Cristo. ¡No! La identificación con Cristo
ha de ser una fuente permanente de exigencia y tiene que preguntarse
constantemente: `¿Es mi vida conforme a la de Cristo?´"
José María Carrera
Fuente: ReL