Términos, en ocasiones mal utilizados, nos permiten descubrir el papel protagonista de las mujeres en la Iglesia, primeras testigos de la Resurrección de Cristo
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¿Cuál es la
diferencia entre una “monja” y una “religiosa”? ¿Son lo mismo que una
“consagrada”? La respuesta a esta pregunta es mucho más trascendente de lo que
podría parecer; pues permite descubrir la contribución decisiva a la que está
llamada la mujer en la Iglesia, según las diferentes vocaciones de entrega a
Dios.
En el lenguaje
común se usan indistintamente cuatro términos: “monja”, “hermana”, “religiosa”
y consagrada. Descubramos las diferencias.
1. MONJA
Resumiendo, una
“monja” es una mujer que ha sentido la llamada a consagrar totalmente su vida a
Dios en una abadía, monasterio o convento, en la vida contemplativa.
Emite (como las
religiosas) los votos de pobreza, castidad y obediencia, pero, además, busca
diariamente a Dios en una vida de comunidad que podría definirse, en cierto
sentido, como alejada del mundo.
Su vida está
dedicada sobre todo a la oración y al trabajo, como es el caso de los monjes de
los monasterios. Estas mujeres viven su consagración a Dios en
monasterios o conventos “de clausura”, es decir, en los que no pueden convivir
con otras personas.
En el espacio
de clausura, reservado a las monjas, solo pueden entrar sacerdotes, personal
médico y otros trabajadores necesarios para el mantenimiento del monasterio o
convento.
Las monjas solo
abandonan la clausura para asuntos médicos o para actividades relacionadas con
el monasterio.
Esta vida de
consagración a Dios en un monasterio solo puede entenderse a la luz de la fe:
estas mujeres entregan su vida a Dios en la clausura para poner las intenciones
de la humanidad ante Dios.
Esto explica el
motivo por el cual la patrona de las misiones es santa Teresita
del Niño Jesús, la joven monja de Lisieux, cuya irradiación llega hoy a
todo el mundo, a pesar de que falleció a los 24 años en el convento de monjas
carmelitas del que nunca salió en el norte de Francia.
Algunas de las
órdenes de monjas más extendidas por el mundo son las agustinas, carmelitas,
benedictinas, cistercienses, clarisas, o dominicas.
2. RELIGIOSA
Todas las
monjas son religiosas, pero no todas las religiosas son monjas. Monjas y
religiosas están unidas por los tres votos que hacen ante Dios y la Iglesia:
pobreza, castidad y obediencia. Ahora bien, las religiosas que no son monjas no
viven en la clausura de su monasterio.
Las religiosas
viven su misión de anuncio de Jesús entre sus hermanos y hermanas. En el lenguaje común de la Iglesia se dice que llevan una vida “activa”, en
contraposición de las monjas, cuya vida es “contemplativa”.
Además de vivir
diariamente una intensa vida de oración, una religiosa entrega su vida a los
demás en diferentes ámbitos, como pueden ser el de la salud, la educación, el
trabajo social, la asistencia espiritual, la obra misionera, la evangelización
en medios de comunicación, el cuidado de las personas mayores, de
huérfanos, etc.
Una religiosa
pertenece a una congregación religiosa, una familia espiritual constituida por
mujeres, como ella, que atienden uno o varios de estos sectores, según el
carisma (o espíritu) de la fundadora de la congregación.
Algunas de las
congregaciones de religiosas de vida activa más conocidas son las hermanitas de
los pobres, carmelitas misioneras, franciscanas misioneras, franciscanas de
diferentes carismas, las Hijas de San Pablo (o paulinas), Hijas de Jesús, Hijas
de María Auxiliadora.
3. HERMANA
El concepto de
“hermana” es más amplio, no es técnico. En general, en la iglesia se aplica
familiarmente a las mujeres que han consagrado su vida a Dios y que no son
superioras de una comunidad, en cuyo caso suelen ser llamadas “madre”.
Alguien más
rigorista podría argumentar largo y tendido sobre la diferencia entre las dos,
pero la mayoría de las hermanas se refieren a sí mismas como “monjas”; y la
mayoría de las monjas se llaman “hermanas” entre ellas. Así que, aunque hay
diferencias, a la mayoría de las religiosas no les importa el término.
Muchas mujeres
consagradas en congregaciones y órdenes religiosas tienen todavía hoy la
costumbre de asumir un nuevo nombre el día en el que profesan los votos de
pobreza, castidad y obediencia o en el que entran a formar parte de la
comunidad religiosa.
En muchos casos
se les suele llamar “sor María”, “sor Clara”… El término “sor” procede de
la contracción de la palabra latina “soror”, que quiere decir “hermana”; y que
se aplica tanto a monjas como a religiosas en general.
Una aspirante es
alguien que vive durante un tiempo con una comunidad para ver si se siente
atraída por esa vida y cómoda con esa comunidad, además de para que la
comunidad la evalúe también. Algunos lugares llaman a esta etapa
“pre-postulantado”.
Otros términos
complicados
Si bien los
términos pueden cambiar, en las órdenes y congregaciones religiosas se atribuye
un término a los diferentes pasos que da una mujer que decide consagrarse a
Dios.
El primer paso
es el de postulante. Se trata de una mujer que quiere consagrarse a Dios y
que ya se ha mudado formalmente a la comunidad y vive en ella, aunque continúa
en una fase de “interrogación”, un periodo de intensa meditación para definir
su vocación.
Según la
comunidad, el postulantado dura de seis meses a un año, y durante ese tiempo es
posible que se la llame “hermana”, o no. Este hecho y el que la postulante
lleve o no algún tipo de uniforme o respete un simple código de vestimenta
depende de cada comunidad.
Una novicia (del
latín novicius, nuevo o reciente) es una postulante que ha sido recibida
formalmente dentro de la comunidad. Podría decirse que es una principiante.
El noviciado
—normalmente (pero no siempre) de dos años— da comienzo a un periodo de intensa
formación y estudio, de una profunda experiencia de la oración que irá
acompañada de una formación tanto canónica como apostólica.
Si la comunidad
lleva hábito y adopta nombre de religión (algunas hacen las dos cosas, otras
ninguna; y algunas comunidades lo dejan a elección personal de la hermana o
monja). Todo suele suceder (aunque no siempre) a la entrada en el noviciado, y
la hermana asumiría el velo blanco.
Algunas
comunidades permitirán el cambio de nombre al empezar el noviciado, pero
retrasan el hábito hasta profesar los primeros votos, o viceversa.
Puesto que el
noviciado aún se considera parte de una fase de discernimiento en la vocación,
la novicia es libre de abandonar la comunidad en cualquier momento (y, claro
está, también se le puede aconsejar que abandone la vida religiosa por
considerar que no es apta para ella).
Los primeros
votos se realizan cuando la novicia ha completado el noviciado, ha solicitado
admisión formal a los votos y los miembros de votos perpetuos; y la dirección
de la comunidad han discernido en ella una vocación auténtica para su orden o
congregación.
La novicia
realiza unos votos “simples”, que son vinculantes por la ley canónica durante
un periodo de tiempo específico; normalmente de tres a cinco años, a veces más.
Se la considera
ahora una miembro de “profesión temporal” en la comunidad y puede trabajar en
un apostolado y firmar usando la abreviatura correspondiente a su comunidad.
La profesión
temporal aún es un periodo de discernimiento, así que una religiosa todavía
puede solicitar la separación; pero como los votos son canónicos, requiere un
proceso más formal.
Los votos
finales (o perpetuos; en el monacato se denomina “profesión solemne” se
realizan cuando la religiosa profesa sus votos de por vida como miembro de la
comunidad.
En la mayoría
de los casos, firma su declaración de votos en el altar y lo muestra ante los
presentes. Se trata, por tanto, de votos canónicos, reconocidos oficialmente
por la Iglesia.
En este momento
ya es una religiosa de votos perpetuos, en cierto sentido, ya es una
“profesional” de la vida religiosa. Y como en cualquier profesión, la formación
es continua y dura toda la vida.
Vocación de la
mujer
Estos términos,
más o menos familiares, esconden, sin embargo, algo poco comprendido: el papel
protagonista de la mujer en la Iglesia.
Los Evangelios
dejan muy claro que las mujeres fueron las primeras testigos de la Resurrección
de Jesús. Las mujeres que seguían a Jesús fueron las primeras que
acudieron a su tumba y las que después anunciarían por el mundo su
Evangelio.
La historia de
la Iglesia durante más de veinte siglos no puede entenderse sin el papel
protagonista de estas mujeres.
Cuando hablamos
de “monjas”, “religiosas”, “laicas consagradas”, “vírgenes consagradas”, o de “hermanas”, en general, no
estamos haciendo otra cosa que describir diferentes caminos de vida con los que
mujeres de todos los continentes siguen totalmente a Dios y entregan su
vida por la humanidad.
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia
