Miro la alegría de ese encuentro y deseo tener muchos momentos así en los que al ver a Jesús oiga en mi corazón: alégrate, no tengas miedo
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«Alegraos. Ellas se acercaron, le
abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: – No temáis: id a
comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Sienten
una alegría muy honda. Jesús está vivo.
Cuando
amo y creo que he perdido a quien amo la tristeza llena el corazón. Dejo de creer y tener
esperanza.
El cielo se torna
gris y las estrellas no se alcanzan a ver detrás de tantas nubes. El corazón se
inquieta. ¿Cómo no se va a inquietar el corazón si está hecho para la vida
eterna?
Está
hecha mi vida para el cielo y todo lo temporal me deja insatisfecho. Tengo sed, tengo
hambre, siento miedo.
Me duele la
soledad y el desamor que
hiere la piel. Y creo que nada será perfecto en los días que recorro. Sí, me falta fe.
Veo tanta maldad y tanta
crueldad que no sé por
qué rendija entrará el amor de Dios. Pero sé que entra.
El sepulcro que
parecía cerrado para siempre ahora está vacío. Han descorrido la losa. ¿Dónde
han puesto a Jesús?
Lo habrán
escondido, piensan los que ven una tumba abierta. Habrán profanado lo sagrado.
¿Acaso no lo
profanaron ya el día en el que flagelaron y crucificaron impunemente a Jesús?
Un cuerpo muerto vale menos. Está indefenso.
Es fácil robarlo,
esconderlo, humillar así a los que ansían tocarlo. Una tumba abierta y vacía significa sólo
más dolor.
No les dejan ni
siquiera ungir con perfumen su cuerpo muerto. Acariciar sus heridas ya secas.
Pensar en que ese rostro ahora frío antes sonreía.
Pero ni siquiera
pueden hacer eso las mujeres. Y cuando ya se van dispuestas a contarlo todo
aparece Jesús y les dice: «Alegraos».
Están de fiesta
porque ahora Jesús está vivo. No deben tener miedo. Cristo ha vencido para siempre, está vivo.
Sus
heridas siguen ahí, son visibles, pero ahora están glorificadas y no necesitan
ser ungidas. Ya no duelen. Sólo recuerdan todo lo que Jesús me ha amado.
El que murió
ahora está vivo. Algo hay que no entiendo. Acabar con la muerte era imposible.
Entonces recuerdo que para Dios no hay nada imposible. Y tiemblo. ¿Será verdad?
En mi vida
distingo lo imposible de lo posible. Algo que hago bien sé que puede salir
bien. Pero lo que no sé hacer no lo intento, saldrá mal seguro.
En ocasiones lo
hago y fracaso. No creo que sea posible lo imposible. Está claro que no todo es
posible.
Hay cosas
imposibles, como resucitar de la muerte. Pero Jesús rompe mis esquemas.
Es Dios.
No es ese rey
poderoso que vence con armas humanas. Es el rey humilde, pacífico y lleno de amor, que vence en el
silencio de los ojos que se asombran al verlo vivo.
Y se alegra el
alma. Hoy mi corazón se alegra como el de esas mujeres. Jesús está vivo. Sí. De
forma misteriosa, como siempre.
Vive en
lo oculto de muchos corazones que lo buscan. En un abrazo silencioso en una
noche, sin que nadie más sepa. En la vida que se entrega sin hacer ruido, sin
llamar la atención, renunciando a mucho por amor a los suyos.
Está vivo Jesús
en los que buscan su rostro en medio de tantas noches de dolor, de
desesperación. Y siguen creyendo cuando parecía todo perdido.
El corazón sigue
soñando, confiando. Me conmueve la mirada de esas mujeres que reconocen a quien
aman.
Así es el amor
que salta de gozo al ver al amado. No hay duda. Lo incomprensible sólo lo comprende el
corazón.
Las cosas
importantes escapan a los ojos. Sólo se ve la verdad con el corazón. Comprendo
de verdad solo amando.
Sólo sé
cómo es mi hermano cuando lo amo. Cuando sólo lo miro con la cabeza y analizo
su comportamiento, cuando sólo intento comprender sus palabras, no es
suficiente. Necesito mirar con el corazón.
Las mujeres creen
lo que la razón grita que es imposible. Nadie antes ha vuelto de la muerte. ¿Cómo es posible? ¿Es
sólo un hombre?
Pero el corazón
cree con una intuición que Dios ha sembrado. Será posible porque es Dios, es
hijo de Dios, es el rey en el que creo, el profeta que me habla en signos para
que sin comprender crea y lo siga.
He visto el
sepulcro cerrado y después he encontrado el sepulcro vacío. Está vivo. Lo veo
vivo en tantas personas que han vivido la muerte en sus corazones. En tantas
vidas que han estado sufriendo el dolor de la pérdida.
Está vivo en
aquellos que parecían sobrevivir en esta vida deambulando sin esperanza.
Mi corazón se
arrodilla ante Jesús como el de esas mujeres. Está vivo, en mi alma que parecía
muerta. Está vivo en mis ojos que parecían no tener luz al haber vivido muchas
derrotas.
Miro la alegría
de ese encuentro y deseo tener muchos momentos así en los que al ver a Jesús
oiga en mi corazón: alégrate, no tengas miedo.
Sí, me alegro y
dejo a un lado ese miedo que muchas veces me paraliza. Ahora no va a ocurrir nada malo. Jesús está
vivo y me salva.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente: Aleteia