Aunque los presentes habían escuchado al Papa decir que la consagración a María no se trataba de un truco de magia, muchos no pudieron evitar depositar su esperanza en este evento histórico
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Consagración de Rusia y Ucrania en la Basílica de San Pedro Crédito: Almudena Martínez-Bordiú/ACI Prensa |
Este viernes se ha cumplido una semana de la consagración que hizo
el Papa Francisco de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de la Virgen María,
pero también de la jornada
penitencial “24 horas para el Señor”, día en que el Vaticano
fue escenario de confesiones multitudinarias, tal como relató este sacerdote.
El 25 de marzo el Papa pidió a la Virgen María el fin de la guerra
en Ucrania, y lo hizo en torno a miles de fieles que aquella tarde habían recibido el don del perdón gracias,
en gran parte, al servicio humilde de sacerdotes como el que me encontré a la
salida de San Pedro.
A las puertas de la Basílica de San Pedro, una vez concluida la
histórica consagración, tan sólo se veían rostros de alegría.
Podía sentirse un ambiente de paz y serenidad que emanaba desde los distintos grupos de personas que se iban amontonando en torno al templo para comentar, con asombro y todavía a baja voz, lo que acababan de presenciar hace apenas unos instantes.
Uno de ellos, incluso, afirmó que esta ceremonia había sido lo más importante del pontificado del Papa Francisco.
El Santo Padre había realizado la consagración citando
expresamente a ambos países y habiendo invitado a los obispos del mundo a
acompañarle, tal y como en 1917 la Virgen de Fátima había pedido que se hiciera
en su mensaje a los pastorcitos.
Y lo hizo tras presidir una ceremonia penitencial, como si de
algún modo se estuviera preparando para el acto que iba a realizar a
continuación, mostrando al mundo la necesidad de redescubrir el don del
perdón.
Conscientes o no de la magnitud de este evento, miles de fieles y
religiosos iban poco a poco abandonando la Plaza de San Pedro. Pisaban los
mismos adoquines que hace exactamente 38 años, un 25 de marzo de 1984,
pisaron los fieles que vieron a San Juan Pablo II realizar el mismo acto de
consagración.
Aunque los presentes habían escuchado al Papa decir que la
consagración a María no se trataba de un truco de magia, y aún siendo
conscientes de que no se puede juzgar la manera de obrar de Dios, muchos no
pudieron evitar depositar su esperanza en este evento histórico.
Fue en uno de los pasos de cebra que cruzan de Vía della
Conciliazione al Castel Sant Angelo donde el P. Jean-Baptiste compartió su
experiencia con ACI Prensa. Se trata de un dominico francés de Toulouse que
estudia Dogmática en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino en
Roma, conocida como Angelicum.
El sacerdote relató, todavía con ilusión y cierto cansancio, que Dios le había
dado el regalo de poder confesar desde por la mañana a las personas que se
encontraban en la Plaza de San Pedro.
Se había acercado a la basílica para intentar presenciar la
consagración, pero
Dios aquel día tenía otros planes para él. En cuanto puso su
primer pie en aquellos adoquines, los fieles, muchos de ellos franceses,
comenzaron a acercarse para pedirle confesión, y el P. Jean-Baptiste así lo
hizo.
El sacerdote había estado alrededor de 10 horas impartiendo el
sacramento de Reconciliación, al mismo tiempo que el Santo Padre recordaba
desde dentro de la basílica que solamente con Dios podemos levantarnos y alcanzar
la verdadera alegría.
El Papa había pedido a la Virgen cambiar el rumbo de la historia,
y lo había hecho en torno a miles de fieles que aquella tarde habían recibido
el don del perdón gracias, en gran parte, al servicio humilde de sacerdotes
como el P. Jean-Baptiste.
Por Almudena Martínez-Bordiú
Fuente: ACI Prensa