En dos años tienen que renovarse 24 obispos y arzobispos, un tercio de las 70 diócesis que existen en el país
De hecho, los cuatro cardenales en activo en España —los arzobispos de Madrid, Barcelona, Valencia, las tres diócesis más importantes, y Valladolid— ya han presentado su renuncia al Papa por motivos de edad y podrían ser sustituidos en cualquier momento. Y no solo eso, en estos dos años, el nuncio tendrá que renovar un total de 24 arzobispos y obispos, un tercio de las 70 diócesis que existen en España.
Si tenemos en cuenta que, para ello, tendrá que trasladar a
varios obispos ya en activo, y buscarles un recambio, podríamos encontrarnos
con que más de la mitad de católicos tendrá un nuevo pastor en menos de dos
años.
Toda una revolución en la
jerarquía eclesial que configurará la Iglesia de la próxima década.
Una renovación que no va a ser fácil para el nuncio,
Bernardito Auza, el encargado del Papa para llevar adelante el proceso. A la
gran cantidad y premura de nombramientos —debe mantener un ritmo de uno al mes
para lograr su objetivo— se une el escaso y discutido banquillo del que elegir,
las reticencias de algunos sacerdotes a aceptar el cargo, y las presiones de quienes intervienen en
el proceso para dejar bien colocados «a los suyos».
Por lógica, el primer relevo tendría que llegar para el
arzobispo de Valladolid, el
cardenal Ricardo Blázquez, que cumplirá 80 años en abril. A los
75, como es obligatorio para todos los obispos, presentó su renuncia al Papa,
quien decidió concederle una prórroga, ya que en ese momento era presidente de
la CEE. Pero que esa ampliación se prolongue hasta los 80 se está convirtiendo
en un hecho inusitado en la
Iglesia española, puesto que la media de prórroga suele ser de
unos dos años para los arzobispos y uno para los obispos.
Al recambio de Blázquez debería seguir el de Antonio
Cañizares, arzobispo de Valencia, que arrastra problemas de salud, y el del
arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, que ha visto emborronado el final de su
mandato por varios procesos judiciales en las fundaciones de la diócesis. Sin
embargo, en círculos eclesiales se habla desde hace meses de la «operación tres por uno», que implicaría
anunciar los nombramientos a la vez, para evitar agravios
comparativos. Si se cumple, en torno al verano, veríamos este triple relevo.
Otros, por el contrario, afirman que el Papa habría garantizado a los tres «su
permanencia hasta los ochenta años».
En todo caso, en cuanto a los candidatos a sucederlos,
podemos estar seguros de que ya son obispos o arzobispos. Las sedes más importantes suelen cubrirse por
promoción de un obispo ya en ejercicio y no por un nuevo
nombramiento. Incluso, en el caso de la diócesis de Madrid, siempre ha sido
ocupada por un candidato que ya era arzobispo. Hasta ahora.
Quizás esta sea la primera vez que se incumpla esa regla
no escrita, de igual manera que Osoro ha sido el primer arzobispo de Madrid que
no ha presidido la CEE. De
los quince arzobispados españoles, ocho están afectados por este proceso de
renovación, y cinco acaban de recibir un nuevo prelado, que
todavía no ha tenido tiempo de desarrollar su plan pastoral. Quedan entonces el
arzobispo de Toledo, Francisco Cerro, que, sin embargo, no aparece en ninguna
quiniela eclesial, y el de Oviedo, Jesús
Sanz Montes, que parece condenado al ostracismo desde que le
disputó —y perdió— la presidencia de la CEE a Omella.
Aun así, sí que aparece entre los candidatos del nuncio
para cubrir alguna de estas sedes, junto a otros obispos como el secretario
general de la CEE, Luis
Argüello, que termina su mandato el año que viene y tiene una
gran relevancia pública. Ginés
García Beltrán, obispo de Getafe, y Luis Ángel de las Heras, de León, que son
los nombres que circulan en ambientes eclesiales para esta «operación tres por
uno». Hay voces que también sitúan a Mario Iceta entre los candidatos, a pesar de
que llegó a Burgos a finales de 2020. Recuerdan que Tarancón apenas estuvo dos
años en Toledo antes de llegar a Madrid.
Unos movimientos de los que quedaría desvinculado el
arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, hasta que finalice su mandato al
frente de la CEE. De hecho, los obispos ya eran conscientes, al elegirlo con 74
años, que sólo
podría completar su mandato si el Papa le concedía una amplia prórroga.
Los eméritos pierden su derecho al voto, por lo que no pueden ocupar cargos
directivos en la Conferencia. Pero, visto el precedente de Blázquez y la
sintonía de Omella con Francisco, todos dan por hecho su continuidad.
Omella es, junto al nuncio, una figura clave en todo el proceso. Como
presidente de la Conferencia, el nuncio debe consultarle la terna de candidatos
antes de enviarla a Roma. Y, allí, en la Congregación para los Obispos, que
finalmente elige el nombre, Omella es el único cardenal español. Su opinión es
decisiva en cada nombramiento.
No es la primera vez que ocurre. Sucedió con Tarancón, que
marcó la influencia de la Iglesia en la Transición con nombramientos de obispos
de su cuerda. Y más recientemente, con Rouco que logró una Conferencia Episcopal tan fiel que es el único
obispo español que ha sido elegido para presidirla en cuatro ocasiones.
Esa es sólo una de las dificultades que se está
encontrando el nuncio. Otra, quizá la más llamativa, son los sacerdotes que no quieren asumir el
cargo cuando se lo comunica. Los candidatos deben aceptar
libremente la propuesta, que sólo conocen al final del proceso, cuando su
nombre es aprobado por la Congregación para los obispos. Es el nuncio en
persona quien les cita para comunicárselo. Que digan no implica retrasar bastante
la elección, o incluso que se tenga que comenzar de nuevo.
«Nunca ha habido tantos candidatos que renuncien al
episcopado», explica a ABC un sacerdote que conoce bien el proceso. Las causas
son varias. Por una parte, la
difícil situación que vive la Iglesia en España, con una sociedad cada vez más
secularizada y una importante pérdida de influencia. Por otra,
la escasa sintonía de una parte del clero con sus obispos, que les lleva a
renunciar a convertirse en uno de ellos.
Aun con las dificultades, Auza parece en disposición de
afrontar estos cambios que modificarán la cara visible del episcopado. Los dos
años y medio que lleva en España, junto a su prodigiosa memoria, le han
permitido conocer a fondo la Iglesia española. En este tiempo ha cubierto 17 vacantes, con traslados de
obispos, y ha nombrado a 9 nuevos. Y, gracias a las prórrogas,
sólo tres diócesis están vacantes. Goza de un amplio respaldo del episcopado.
Ahora, le queda por delante, construir la Conferencia Episcopal de la próxima
década.
¿Cómo
se elige un obispo?
Cada
tres años, los obispos de las provincias eclesiásticas proponen al nuncio
nombres de sacerdotes que reúnan los requisitos.
CONSULTAS. Cuando prevé una
vacante, el Nuncio pide informes sobre la idoneidad de los candidatos a
obispos, sacerdotes, religiosas y laicos que los conozcan. Todos deben guardar
secreto.
TERNA. A partir de los informes, elabora
una terna de candidatos, que consulta con el arzobispo de la zona y el
presidente de la CEE.
CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS. La
terna se envía a la congregación vaticana, que elige a uno de ellos.
COMUNICACIÓN. Tras la elección de
Roma, el nuncio cita al candidato, para comunicarle la propuesta. Debe tomar
una rápida decisión. Cuenta un obispo que al conocer la noticia preguntó si
podía pensarlo. «Sí, claro», le respondió el Nuncio, «ahí tiene la capilla,
pase a rezar y en media hora me da la respuesta».
SE HACE PÚBLICO. Si acepta, se pasa al Papa
su nombramiento para firma. También se comunica al Gobierno quince días antes.
Se anuncia en un acto al mediodía, la hora del Ángelus, de forma simultánea en
la diócesis del nuevo obispo y en la que es originario.
José Ramón Navarro Pareja
Fuente: ABC