Llevaban tres años y medio en Ucrania. María Polanco, su marido y sus hijos cuentan un camino en el que Dios ha estado muy presente
@mariapolancordg |
Hay momentos,
instantes, en los que las palabras alcanzan todo su sentido. Pensaba esto
mientras daba la bienvenida a la familia de María
Polanco. Quería ampliar la frase con: “Bienvenidos… a casa”. Pero,
hasta unas 72 horas antes, su hogar estaba en Ucrania.
Dispuestos a
abortar
Para contar la
historia de María, tenemos que retroceder unos años, al momento en el que una
jovencísima pareja, llena de temores, estaba dispuesta a abortar al bebé que
esperaban. Pero ese bebé tenía el apoyo de una super-familia. Una familia
cuyos miembros estaban de misión en Viena y que, al conocer la
situación de estos jóvenes, se pusieron en contacto con ellos, les invitaron a
pasar una semana en su casa, y, a fuerza de cariño, les despejaron cualquier
duda: “No es un error, es una bendición”, “Sí a la vida”. “Nos
transmitieron justo las palabras que nos hacían falta”, decían nuestros
protagonistas. Allí, al lado de esa familia, empezaron a comprender lo que
era una familia en misión.
«El motor que
nos encendió»
“Volvimos a
casa, nos casamos, y estábamos muy agradecidos. El Señor nos había dado el
ciento por uno por nuestros pecados, nos había dado gratuitamente todo:
una boda preciosa, un piso, un trabajo… Ese agradecimiento fue el motor que nos
encendió las ganas de darnos más. Con la ayuda de los catequistas,
intentamos discernir si era el momento, si era oportuno ser familia en misión.
Después de rezarlo, de hablarlo y de ponderarlo, estábamos seguros de que era
nuestro momento. Nos fuimos a una convivencia de una semana en Italia. Al final
de la convivencia se hace un sorteo en el que se pide al Espíritu Santo que sea
la mano inocente. Se sortean los lugares donde los obispos han pedido familias
en misión entre las familias que están dispuestas”. Les tocó Odessa, en
Ucrania.
Suenan tambores
de guerra
En Ucrania
había más familias en misión. Entre ellas, una familia de Castellón, que les
facilitó mucho la adaptación. Tres años y medio después de ese diciembre de
2018 en que viajaron a Ucrania, se empezaron a plantear la vuelta de manera
abrupta. Con mucha indecisión por la pena de dejar vacía la misión. Pero
empezaban a sonar tambores de guerra. Las dudas de si volver o esperar se
fueron disipando cuando, la semana pasada, ya empezaron a notar otro ritmo en
la tensión. El ejército ruso entró en el Donbass, supuestamente para
apoyar, para proteger a los rusos de los ucranianos. Pero sabían que era una
provocación, que era sobrepasar una de las líneas rojas.
Sin tiempo para
despedidas
“Queríamos
habernos ido el viernes, despedirnos de la gente y cerrar toda esta etapa con
calma. Pero el miércoles se aprobó la ley marcial y autorizaron las armas en la
calle. Eso fue el gran detonante para acelerar la partida”. Así que decidieron
irse el jueves por la mañana. Con ayuda de unos amigos, cargaron la furgoneta y
llenaron el depósito de gasolina. Pero la noche les sorprendió con los primeros
bombardeos: “Salimos corriendo con los niños en pijama y sin despedirnos
de nadie. No pudimos decir adiós a toda esa gente que tanto cariño nos había
dado.”
Los niños,
gracias a Dios, llevaron todo esto con mucha naturalidad. María y Darío
pusieron todo el esfuerzo en quitarle hierro a la situación a modo “Benigni”.
Forraron las ventanas de la furgoneta con esterillas para evitarles lo que se
pudiese ver a través de ellas. Así que no vieron ni un solo de los tanques que
invadían las carreteras. Pero la mayor sí que intuía que algo estaba pasando.
Era consciente de que su madre le había dicho que vendrían a España cuando
saliesen las flores y ya no hubiese nieve. Con cuatro añitos, se daba
cuenta de que lo que pasaba no era bueno, pues salían con mucha nieve y en
pijama.
Afortunadamente,
durante el tiempo que llevó superar los tres kilómetros de cola que
había para pasar la frontera (en hora y media habían avanzado un metro), los
niños estuvieron completamente dormidos y, cuando se despertaron, ya habían
llegado a Hungría. En esa cola pudieron practicar la frase de Diego
Blanco: “Reza, espera, y no te preocupes”.
¿Volver cuando
todo esto termine? La verdad es que, hoy por hoy, no sabrían qué decir.
Pensaban decidir si seguir en misión o no durante este verano. Una guerra
aceleró los tiempos… Las puertas no están cerradas, pero ahora tienen claro
que su misión es la del día a día aquí, en Valencia. Bienvenidos… a
casa. Why not?
Mar Dorrio
Fuente: Aleteia