Con tan sólo 21 años y en el momento más duro de la pandemia (primavera de 2020) el joven barcelonés Ricardo Pareja vivió la prueba más difícil de su vida: un agresivo cáncer junto al corazón y con muy escasas posibilidades de sobrevivir.
| Ricardo, en el medio con una camiseta azul y blanca, con sus padres y hermanos antes de la enfermedad. |
La forma
en la que este joven del Camino Neocatecumenal de Barcelona
estaba viviendo la enfermedad y la posibilidad de no sobrevivir propició en el
hospital distintas conversiones,
tanto entre pacientes como entre trabajadores.
Dos
años después, y de manera sorprendente y hasta se puede decir que milagrosa,
Ricardo ha podido ofrecer nuevamente su testimonio, su historia de “cruz y salvación”. Y lo hizo en la
basílica de la Sagrada Familia de Barcelona ante cientos de personas y en
presencia, entre otros, del cardenal Omella.
Él
es el quinto de nueve hermanos de una familia que sabe lo que es tener intensos
encuentros con Dios, pues su padre vivió una impresionante experiencia de conversión que le llevó de “punky”
y drogadicto a católico y padre de familia numerosa.
Tras
litros y litros de quimio, dos trasplantes de médula y un terrible sufrimiento, Ricardo sigue vivo y dando gracias
a Dios por cada día teniendo la certeza de que su única y gran meta
debe ser ir al cielo y ser instrumento de Dios para que otros también lo
alcancen.
El
18 de abril de 2020, con España entera confinada, fue hospitalizado. Afirma que
intuía algo pues llevaba unos meses en los que su salud se iba deteriorando.
Entonces fue cuando los médicos le anunciaron el diagnóstico: “tienes un tumor maligno junto al
corazón de 11 centímetros de largo y 12 de ancho”.
“El
cáncer entró en mi vida con una sensación de vértigo, dándome cuenta en el
momento de esta noticia que si pensaba que algo controlaba de mi vida, nada de
eso era cierto. Lo viví como si estuviera al borde del precipicio, con un
vértigo tremendo. ¿Te piensas que controlas algo? ¿Tus proyectos? ¿Tu noviazgo?
¿Tus estudios? Y de
repente te cuentan que te mueres, que todo termina”, recuerda Ricardo.
Debido
a la pandemia se encontraba solo en la habitación cuando los médicos le dieron
esta noticia. Lo primero que hizo fue llamar a su padre para informar a la
familia.
Sin
embargo, Dios estuvo presente desde ese instante, y además de una forma muy
patente y notoria. Este joven catalán reconocía en esta vigilia en la Sagrada
Familia que Dios le atrapó
“con fuerza” y le puso “en camino”.
"Confesado y preparado para la
batalla"
“La
primera reacción al enterarme de que me estaba muriendo fue acudir a un
sacerdote amigo. Confesé, me reconcilié con mi historia, pedí perdón a quien
tenía que hacerlo. Y con este sacerdote, en la habitación los dos solos, abrimos una lectura al azar. De
repente, sobrecogidos, leímos la oración de Jesús en el huerto: ‘Padre, si es posible, que pase de
largo este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya’”, afirma
Ricardo.
Totalmente
impactado fue consciente de la historia que Dios quería hacer con él. Explicaba
que la cruz “estaba totalmente impregnada en su alma” y que una vez “confesado y preparado para la batalla” que
Dios le encomendaba sólo tenía que seguir la senda del Señor.
“Enfermeros,
pacientes, auxiliares y médicos eran testigos de mi vida, del abandono al Señor
que estaba haciendo a raíz de la enfermedad. Dios me iba dando las fuerzas, y momentos específicos para
hablar de Él y dar gloria utilizándome de instrumento para la
conversión de muchos”, confesaba.
Con
el tiempo, enfermeros y auxiliares que eran agnósticos rezaban, una enfermera
que estaba en proceso de divorcio se agarró al Rosario como arma para sanar su
corazón. Y completamente impresionado quedó Ricardo con el caso de su compañero
de habitación en el hospital: “me contaba su historia llorando. Sus hijos le
visitaban para sacarle firmas e información para simplemente quedarse con la
herencia. Esta persona
tras 40 años sin confesarse recibió la comunión. Se pudo confesar antes y esa
misma noche falleció”.
Al
cerciorarse de que Dios le quería como instrumento, el joven católico vio que “necesitaba compartir con otros
compañeros del hospital la esperanza que me sostenía. Y de golpe fui siendo
testigo de cómo el señor iba tocando sus corazones y mi esperanza también se
iba convirtiendo en su esperanza”.
De
este modo, este miembro del Camino Neocatecumenal proseguía con su testimonio
asegurando que en el hospital se sumergió en la cruz. Los ciclos de
quimioterapia y los dos trasplantes de médula fueron el camino –afirmaba- “donde el Señor me fue manifestando
su amor”.
Pero
al igual que experimentó el amor también pasó por un duro periodo de pruebas y
dudas. “¿Es necesario todo esto? ¿Es necesario que pase por tanto sufrimiento? Si tanto
me quiere el señor, si con un simple chasquido lo hace todo nuevo y me puede
sanar, ¿no me puede evitar este calvario?, se preguntaba también en ocasiones.
Pero
entonces llegaron a su
rescate unas palabras del Padre Pío: “así es para las almas
que aman el sufrimiento, el sufrimiento de Jesús, y que lo han elegido como su
porción. Sufren todo, también la prueba del abandono, pero Dios está con ellos
siempre, por tanto, estate seguro de que Jesús está contigo”.
Ante
cientos de personas en la gran basílica diseñada por el Siervo de Dios, Antoni Gaudí, Ricardo proclamó: “hoy doy gloria al Señor porque he
podido experimentar la mas absoluta plenitud de su amor, el sufrimiento de
Cristo en mi carne. Sin poder comer, descansar, colgado de un hilo a nivel
médico. Lo único que me sostenía era la eucaristía diaria y la comunión de los
santos. Miles de personas a nivel mundial rezando por mí, sacerdotes,
feligreses, seminaristas, obispos…el Santo Padre me escribió y me pidió que
rezara por él. Mi sustento fueron vuestras oraciones porque no tenía fuerzas ni
para rezar. Allí el Señor me hizo ver su amor”.
Ricardo
Pareja confesó haber pasado “de
estar perdido en el sufrimiento a encontrarme con el Amado”. Y añadía: “no
necesitaba nada más. Estaba en un estado de gracia tan grande que la cruz se
había convertido en la auténtica fuente de vida: en el amor. Era una locura del
Señor. Sentí un amor tan grande que me es imposible manifestarlo con la
palabra, transmitirlo. Esta es mi garantía de que todo esto es cierto”.
“¿Qué hacemos apartando
la cruz si seguimos al Crucificado?”, se preguntó.
“Aprovechando
que somos tantos jóvenes cristianos juntos en Barcelona quiero decir que todos
podemos ser Carlo Acutis, que todos podemos ser nuestro
obispo y padre Toni Vadell, que tenemos que aspirar a la santidad, que tenemos
que ser cristianos auténticos, que tenemos que estar en primera fila, en primera línea de batalla,
entregar nuestra vida por Nuestro Señor Jesucristo porque aquí estamos
de paso y la auténtica vida está en el cielo. ¡Gloria a Dios!”, concluyó antes
de irse a abrazar con el cardenal Omella.
Javier Lozano
Fuente: ReL