Publicaron este martes 29 de marzo la instrucción de la Congregación para la Educación Católica: la importancia de un Pacto Educativo Global, el diálogo entre razón y fe, la colaboración entre escuela y familia son algunos de los asuntos tratados
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Plaza de San Pedro |
Educar es una
pasión siempre renovada: este es el punto de partida de la instrucción
de la Congregación para la Educación Católica publicada hoy y titulada
"La identidad de las escuelas católicas para una cultura del diálogo".
Una herramienta sintética y práctica basada en dos motivaciones: "La
necesidad de una mayor conciencia y coherencia de la identidad católica de las
instituciones educativas de la Iglesia en todo el mundo" y la prevención
de "conflictos y divisiones en el sector esencial de la educación".
La importancia
de un pacto educativo global
Dividido en
tres partes, el documento analiza la misión evangelizadora de la Iglesia como
madre y maestra; se detiene en los distintos sujetos que trabajan en el mundo
escolar y analiza algunos puntos críticos en el contexto del mundo globalizado
y multicultural de hoy.
Si la
estructura es triple, solo hay un horizonte de la Educación, que es ese pacto
educativo global fuertemente deseado por el Papa Francisco, para que la Iglesia,
fuerte y unida en el campo de la educación, pueda llevar a cabo su misión
evangelizadora y contribuir a la construcción de un mundo más fraterno.
La Iglesia es
madre y maestra
En la primera
parte del documento, titulada "Las escuelas católicas en la misión de la
Iglesia", se subraya que la Iglesia es "madre y maestra": su
acción educativa, por tanto, no es "una obra filantrópica", sino una
parte esencial de su misión, basada en ciertos principios fundamentales: el
derecho universal a la educación; la responsabilidad de todos -en primer lugar
de los padres, que tienen el derecho de elegir la educación de sus hijos con
plena libertad y según su conciencia, y luego del Estado, que tiene el deber de
hacer posible las diferentes opciones educativas en el marco de la ley- el
deber de educar, que es específico de la Iglesia, en el que se entrelazan la
evangelización y la promoción humana integral; la formación inicial y
permanente de los profesores, para que sean testigos de Cristo; la colaboración
entre padres y profesores y entre escuelas católicas y no católicas; la
concepción de la escuela católica como "comunidad" impregnada del
espíritu evangélico de libertad y caridad, que forma y se abre a la
solidaridad. En un mundo multicultural, también se recuerda "una educación
sexual positiva y prudente", un elemento no despreciable que los alumnos
deben recibir al crecer.
Diálogo entre
la razón y la fe
Arraigada en
principios evangélicos que son, al mismo tiempo, "normas educativas,
motivaciones interiores y metas finales", la escuela católica -subraya la
Instrucción- es la que pone a Jesucristo en el centro de la concepción de la
realidad y practica el diálogo entre la razón y la fe para abrirse a la verdad
y "dar respuesta a los interrogantes más profundos del alma humana que
atañen no sólo a la realidad inmanente". Abierta a todos, especialmente a
los más débiles en la perspectiva de "una profunda caridad
educativa", la escuela católica necesita educadores, tanto laicos como
consagrados, que sean "competentes, convencidos y coherentes, maestros de
conocimiento y de vida, iconos imperfectos pero no desvaídos del único
Maestro". Profesionalidad y vocación, por tanto, deben ir de la mano para
enseñar a los jóvenes la justicia, la solidaridad y, sobre todo, "la
promoción de un diálogo que favorezca una sociedad pacífica". Esto es más
importante que nunca hoy en día, dado que "la escuela católica se
encuentra en una situación misionera incluso en países con una antigua
tradición cristiana" y, por tanto, su testimonio debe ser "visible,
incontestable y consciente". Como sujeto eclesial que pone en práctica
"la gramática del diálogo", las instituciones educativas católicas se
convierten así en "una comunidad educativa" en la que se respira con
confianza la auténtica armonía y la convivencia de las diferencias.
La educación en
la cultura del cuidado
Pero eso no es
todo: la misión educativa de la Iglesia forma parte de un proyecto pastoral más
amplio, el de estar "en salida" y "en movimiento". Esta
última será "en equipo, ecológica, inclusiva y pacificadora", es
decir, partirá de la colaboración de cada persona; contribuirá al equilibrio
con uno mismo, con los demás, con la Creación y con Dios; incluirá a todos y
generará armonía y paz. La escuela católica tiene también la tarea de educar en
la "cultura del cuidado", para transmitir aquellos valores basados en
el reconocimiento de la dignidad de cada persona, comunidad, lengua, etnia,
religión, pueblo y todos los derechos fundamentales que de ello se derivan. La
primera parte de la Instrucción concluye: "Verdadera "brújula"
para la sociedad, la cultura del cuidado forma personas dedicadas a la escucha,
al diálogo constructivo y a la comprensión mutua.
La promoción de
la identidad católica
La segunda
parte del documento está dedicada a "Los sujetos responsables de la
promoción y verificación de la identidad católica". Partiendo de la base
de que "todos tienen la obligación de reconocer, respetar y testimoniar la
identidad católica de la escuela, oficialmente recogida en el proyecto
educativo", subraya la importancia de proteger sus principios y valores,
incluso con "la sanción consecuente de las transgresiones y delitos,
aplicando rigurosamente las normas del derecho canónico y del derecho
civil".
Los alumnos,
protagonistas del proceso educativo
Los alumnos,
prosigue, son "sujetos activos del proceso educativo": hay que
responsabilizarlos de seguir el programa y guiarlos para que "miren más
allá del horizonte limitado de la realidad humana", logrando una síntesis
entre fe y cultura. Al mismo tiempo, se recuerda que "los primeros
responsables de la educación son los padres, que tienen el derecho y la
obligación moral de educar a sus hijos", con los medios e instituciones
elegidos libremente y según la conciencia, y en estrecha colaboración con los
profesores. Estos últimos, por su parte, con su profesionalidad y su testimonio
de vida, deben hacer que la escuela católica realice su proyecto educativo. En
este sentido, el documento subraya que corresponde a la propia escuela,
siguiendo la doctrina de la Iglesia, "interpretar y establecer los
parámetros necesarios para la contratación" de personal que debe
distinguirse por "la rectitud de doctrina y la probidad de vida". Si
una persona contratada no se adhiere a estos principios, dice la Instrucción,
la escuela tendrá que tomar "las medidas oportunas", incluida la
dimisión.
Los deberes de
los directores de escuela y de los obispos diocesanos
Son verdaderos
líderes educativos y tienen una misión eclesial y pastoral basada en la
colaboración con toda la comunidad escolar, el diálogo con los pastores de la
Iglesia y la promoción y protección del vínculo con la comunidad católica. A
continuación, la Instrucción analiza las tareas del obispo diocesano/eparquial:
por ejemplo, le corresponde "el necesario discernimiento y reconocimiento
de las instituciones educativas fundadas por los fieles", así como el
consentimiento explícito por escrito para la fundación de escuelas católicas.
También es su derecho y deber velar por la aplicación de las normas del derecho
universal en los centros educativos católicos; darles disposiciones generales;
visitar los de su territorio diocesano al menos cada cinco años; y tomar
medidas en caso de hechos contrarios a la doctrina, a la moral o a la
disciplina de la Iglesia. Estas medidas se tomarán, bien alertando a los
responsables de las escuelas para que intervengan, bien actuando personalmente
en los casos más graves o urgentes, bien recurriendo a la Congregación para la
Educación Católica.
Diálogo
constante con la comunidad
Entre las altas
tareas del obispo diocesano/episcopal está la de nombrar o aprobar a los
profesores de educación religiosa, así como destituir o pedir que se destituya
a un profesor si ya no se cumplen las condiciones para su nombramiento,
"respetando siempre el derecho de defensa" del profesor, incluso con
la ayuda de un abogado formado en derecho canónico. Por último, los prelados
deberán mantener un diálogo constante con toda la comunidad escolar, para que
los problemas se resuelvan "en un intercambio mutuo y una conversación de
confianza". Lo mismo deberían hacer las Conferencias Episcopales, el
Sínodo de los Obispos o el Consejo de Jerarcas, encargados de dictar normas generales
sobre la educación y, en particular, sobre la educación religiosa. La segunda
parte del documento concluye recomendando a los mismos organismos la creación
de una comisión para establecer un fondo económico que ayude al mantenimiento y
desarrollo de las escuelas católicas, especialmente de las más necesitadas.
La importancia
de que las escuelas católicas no sean una “isla”, la importancia de claridad de
competencias y legislaciones, la construcción de la unidad son otros de los
diversos puntos desarrollados por la Instrucción.
Ciudad del
Vaticano
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