Durante este último año, "la realidad de la pandemia mundial, ha cambiado nuestras vidas y ritmos comunitarios, así como nuestras realidades numéricas y de fuerzas"
Religiosas de clausura. Dominio público |
Muchas de ellas no llegan a fin de mes. Su
actividad productiva continúa muy afectada por la pandemia que ha agravado la
situación vital de monasterios y conventos. Tras sus tapias
conviven monjas o monjes de muy diferentes edades. Juntos forman una familia
que ora por toda la humanidad una media de siete horas al día, que trabaja para
alimentarse y mantener su casa, y que se ama en el servicio cotidiano.
En estos hogares de Dios, los
mayores y enfermos reciben un excelente cuidado, la cocina es elaborada con
calma y las tareas del hogar se realizan como entrega a los hermanos. Para realizar esta
campaña, las Hermanas Clarisas de Carrión de los Condes abrieron las puertas de
su casa a la Fundación DeClausura.
El estilo de vida monástico ha sido sostenible a la largo de las siglos gracias al trabajo artesano y al voto de pobreza. Así, obradores y talleres han estado operativos durante siglos para obtener una producción que se vendía a través del torno. Pero la falta de vocaciones, la despoblación de las zonas rurales en las que se encuentran y estos dos últimos años de pandemia han zarandeado a muchas comunidades que intentan a duras penas seguir viviendo de su trabajo y pagar las costosas obras que requieren la conservación de los monasterios y conventos en los que habitan.
En estos años de pandemia las
comunidades contemplativas han sufrido la muerte de hermanas y hermanos, unos
por edad y otros a causa de la covid-19; la parálisis de su actividad
productiva durante el confinamiento; la falta de huéspedes y la escasez de
ventas de sus productos a causa de la crisis socioeconómica y de su situación
geográfica en un entorno rural afectado también por la crisis del turismo. Las
cuentas no salen con menos ingresos y cuotas a la Seguridad Social a pagar.
“Durante este último año, la realidad de la pandemia mundial, ha
cambiado nuestras vidas y ritmos comunitarios. Así como nuestras realidades
numéricas y de fuerzas. Pero a pesar de ello y con ello, queremos ver gracia en
medio del dolor y nuevos horizontes”, explica sor María Rocío Aguado Esteban, Madre Abadesa de las Hermanas Clarisas
del Convento del Corpus Christi de Segovia.
Un 90% de los 751 monasterios de clausura activos en España es habitado por mujeres. Las hermanas mayores son ejemplo de amor al prójimo. Sor Dominga Martín Martín, a sus 88 años, sigue siendo la ropera del Convento de Santa Clara de Carrión de los Condes (Palencia). A día de hoy trabaja cada día en el arreglo y cuidado de los hábitos de sus hermanas.
Lo mismo sucede con sor María Isabel Pérez Villasur, que durante décadas estuvo al frente de las cocinas del convento. Hoy, a sus 83 años y con medio cuerpo paralizado por un ictus, solicita a su madre abadesa encomendarle cualquier trabajo que pueda realizar. Sor María Micaela Velón, la abadesa de esta comunidad de Hermanas Clarisas la ha nombrado campanera.
Este cargo
ha requerido un pequeño cambio en el convento: habilitar la cuerda para que sor
María Isabel pueda tomarla para llamar a sus hermanas a la oración con el toque
de la campana. Una actitud que vuelve a conectar con el capítulo 48 de la regla
de San Benito: “A los hermanos enfermos se les encomendará una
clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote o
les haga desistir”.
La madre
Micaela asegura que las comunidades contemplativas necesitan acudir desde hace
décadas al banco de alimentos para cubrir sus necesidades alimentarias básicas.
Conocedoras de la realidad de algunas comunidades, es habitual que unas monjas
ayuden a otras. “Si tenemos, damos y si no tenemos, acudimos a la mesa del
Señor. Y el Señor nunca nos ha fallado”, asegura sor María
Micaela. Porque “cuando unas monjas de clausura piden ayuda es porque realmente
la necesitan”, confirma la abadesa.
Necesidades
“Sin embargo, también es habitual encontrarse con comunidades que
necesitan ayuda y no la piden”, asegura Cecilia Cózar, en contacto habitual con
ellas en nombre de la Fundación DeClausura, una entidad sin ánimo de lucro gestionada por laicos de la
Iglesia que apoya desde 2006 a monasterios y conventos.
Este
acompañamiento permite a la Fundación conocer la situación
real de las comunidades que oran y trabajan en clausura. Un conocimiento
imprescindible para poder decidir a quienes destinar la cantidad de ayuda
económica recaudada, teniendo en cuenta sus necesidades urgentes de
los monasterios y conventos y las consecuencias de la crisis socioeconómica y
sanitaria.
Fuente: ECCLESIA