En España, no se conocían las colas del hambre desde hacía muchas décadas. El COVID volvió a traerlas. Pero un convento de clausura decidió dar un paso para ayudar, y se produjo un hecho que las monjas no dudan en calificar de "extraordinario"
Fundación DeClausura |
Son muchos los que no conocían en primera persona lo que es el
hambre hasta el estallido de la pandemia. Sobrecogía observar a las personas
que hacían fila de forma ordenada y en silencio, esperando pacientemente su
turno para recibir la comida necesaria que les permitía sobrevivir unos días.
El gran reto de muchas familias estribaba en estirar al máximo los
alimentos que recibían con el fin de evitar la vergüenza de tener que pedir de
nuevo. No es casual que no pocos se servían de la mascarilla para ocultar
todavía más su rostro. Algunos hasta guardaban cola con gafas de sol de
cristales oscuros, evitando así ser reconocidos.
Estas colas del hambre son, en realidad, «de la vergüenza», de la
humillación propia o ajena que se siente cuando uno tiene, sea o no lo primera
vez, que tender la mano para saciar el hambre o la sed gracias a la recogida de
un simple bocadillo o a una botella de agua.
Cuando nadie estaba haciendo nada para atender a esta
necesidad dramática, las hermanas Comendadoras del Espíritu Santo del Puerto
de Santa María, sintieron que
Dios les pedía actuar. Ellas, que normalmente necesitan pedir para
subsistir, lograron dar de comer a cientos de personas al día.
Aleteia ha tenido la oportunidad de conversar con la hermana
María Aguilar, una de las 17 monjas de este monasterio, quien
nos cuenta cómo pudieron vivir ese milagro.
– Hermana María Aguilar, cuéntenos
cómo fueron esos meses
Cuando empezó la pandemia, eso fue horrible, no te puedes ni
imaginar. Sentí que el Señor nos decía ha llegado el momento. Eran momentos
fuertes. Todo se paró, las familias, vinieron a decirnos que había
cerrado Cáritas, los comedores sociales habían cerrado.
Fue cuando nos dijimos, teneos que hacer algo, nuestra casa no
puede cerrar. Llegaban cientos de personas y no dábamos abasto, entonces
le dije a la madre, tenemos que pedir, no hay más remedio que pedir comida.
– ¿Cómo consiguieron dar de comer a tantas
personas?
Me puse a pedir comida y de manera milagrosa, no cabe otra forma
de explicarlo, empezaron a llegar donaciones de todas partes. Fue tan
espectacular ver tanta gente que nos daba, y ver cómo podíamos dar a tantas
personas con hambre con necesidad. Les sorprendía, es como si
descubrieran que eso que estábamos haciendo, era algo novedoso.
El primer año y medio fue horrible. Por el garaje dábamos a las
familias, por el torno dábamos a todas las personas que estaban en la calle.
Eran historias reales de familias, que arrancaban las lágrimas porque veías el
sufrimiento, cómo se habían visto sin trabajo, sin poder atender a los niños,
sin pañales. Pero Dios se sirve de buenas personas, traían las cosas de los
niños.
Todo se paró, esos largos meses, paramos nuestro obrador donde
hacemos nuestros trabajos. Todas las mesas del obrador se organizaban para la
comida, y en otro salón que tenemos todas las mesas llenas de comida.
– Hermana María, ¿qué ha le ha dejado
este tiempo de pandemia?
Lo grande que es el corazón del ser
humano, el amor que lleva dentro y como realmente cuando el hermano
tiene necesidad, como nos despreocupamos de otras cosas.
– Recibieron una medalla por su labor
durante la pandemia.
La gente del pueblo decidió que nos
tenían que dar la medalla de oro por la labor que habíamos realizado durante la
pandemia. Nosotras no podíamos, ya que somos monjas de clausura, así que
en nuestro nombre fueron los voluntarios, que son muchos. La medalla se la
pusimos a la Virgen del Carmen.
Nuestros voluntarios, son los que nos venden los dulces en las
puertas de la Iglesia o hacen pequeñas exposiciones. Este año nos hemos metido
en las redes sociales por primera vez, una aventura para que conozcan nuestra
vida, y de allí puedan venir vocaciones.
– Hermana María, ¿como surgió su vocación?
De pequeña, hasta los 14 años, si me planteaba la vocación,
escuchaba hablar de las benedictinas, las clarisas, las carmelitas… pero eso
quedó allí. Cuando ya me hice una mujer con 15, 16 años, me quise más a mí misma,
empecé con los chicos, con los novios.
Empecé un alejamiento de la Iglesia total dejé de ir a misa todos
los domingos, un desastre de vida, la verdad que estuve muy alejada de la
Iglesia. Vivía nada más que para mí misma y era una muy egoísta y había sacado
Dios de mi vida. No era consciente que Dios me había dado tanto desde chica.
A los 24 años estaba con una amiga en un hotel maravilloso en
Torremolinos, en ese momento un agosto en Torremolinos un encuentro un
encuentro fuerte con el Señor. El Espíritu Santo me golpeó, me dio la alegría
de encontrarme con el Señor y enamorarme locamente de Él. No te puedes
ni imaginar cómo me he enamoré tanto de alguien. Y el siguiente octubre ingresé
en el convento, con 25 años.
– Para terminar, hermana María, ¿cómo
podemos ayudar al sustento de la comunidad?
Gracias a la Fundación Declausura.
Estamos en su web, pero no vendemos aun nuestros productos allí.
Ahora tenemos nueva página web https://monasteriodelespiritusanto.com así
la gente nos va conociendo y poco a poco. Vamos a poner a la venta los
dulces que elaboramos, sobre todo ahora que llega la Semana Santa. También
tenemos alguna artesanía, por ejemplo, bordados en toallas y bordados
litúrgicos. Este año hemos hecho unas muñecas preciosas.
Para terminar, quiero decirte que nuestra comunidad rezará por las
intenciones de todos los lectores de Aleteia y por la Fundación
DeClausura.
Es posible
ayudar a conventos como éste en la página web de la Fundación DeClausura
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia