Un precioso santuario corona hoy en los Alpes italianos el lugar donde vivió este santo ermitaño con un compañero poco común
| Shutterstock | lorenza62 |
San Romedio fue
un ermitaño que vivió en el siglo IV. Nació en Thaur (Austria), pertenecía a
una familia muy adinerada de la zona.
Con dos amigos
Abraham y David, deciden de dirigirse a Roma en peregrinaje para visitar las
tumbas de san Pedro y san Pablo. Los amigos tuvieron la oportunidad de ser
recibidos por el Papa.
En el largo
trayecto de vuelta a casa, conocen al obispo de Trento, Vigilio. Se detienen en
Val di Non, y se encuentran con el fuerte testimonio de sus mártires.
Este hecho
lleva a Romedio a meditar profundamente, y decide dejarle todos sus bienes al
obispo Vigilio para la asistencia de los más necesitados.
En el bosque,
cerca del lugar del martirio de los santos anunianos, encuentra refugio en una
gruta a lo alto de un pequeño monte de 99 metros de altura.
Con el permiso
del obispo se retira en aquella gruta para dedicarse completamente a la vida
espiritual, junto a sus dos amigos, hasta el fin de sus días; dando consuelo a
todos los pobladores que acudían a él, por su fama de santidad.
El santuario
del monte san Romedio
Más tarde el
monte toma su nombre, y la gruta se convierte en el impresionante santuario,
que es hoy.
Un maravilloso
complejo de seis pequeñas iglesias conectadas entre sí, que surgen desde dentro
de la roca.
La historia de
san Romedio y el oso
En todas las
imágenes que representan a san Romedio, se lo ve al lado de un oso, o que lo
lleva como un perro atado con una correa, esto es por una leyenda muy
particular ligada a su vida.
Cuenta que un
día Romedio decide visitar al obispo Vigilio, para esto pide a su amigo David
que prepare el caballo para el viaje.
David, va a
buscar el caballo y se encuentra con una escena horrorosa, un oso gigante se lo
estaba comiendo.
Inmediatamente
corre asustado hasta Romedio, que tranquilamente le dice: «entonces, ve y pon
la cabalgadura al oso». Sorprendido, el amigo obedece y pone la montura al oso,
que se deja con total mansedumbre.
Cuando Romedio
se presenta ante el oso le dice:
“Oh animal de
Dios, y criatura suya destinada al yugo, soportarás sobre tu cabeza la
fortaleza de la paciencia, y te someterás a las fatigas con sudor, a las cuales
no estabas habituado. También te alimentarás de comida y bebida sumiso”.
El oso, estuvo
a su lado por siempre, como un fiel corderito, escuchaba misa, y cuando el
santo se sentaba a la mesa, el oso se acobijaba a sus pies.
María Paola Daud
Fuente: Aleteia