No es causalidad que Jesús quisiera participar en unas bodas y que, en su trascurso, ofreciera un vino espléndido y abundante
| Dominio público |
Pero este de «esposo» es de enorme
importancia porque recoge la gran tradición del Antiguo Testamento, según la
cual Dios es el esposo de Israel con quien se ha comprometido en una alianza
eterna. A nadie se le escapa que el título de «esposo» lleva consigo
connotaciones humanas, afectivas y psicológicas que están ausentes en otros
títulos. Podríamos decir que llamar a Jesús «esposo» es afirmar que en él, el
hombre —varón o mujer— puede encontrar la plenitud afectiva que anhela como
base de su felicidad.
En cierto sentido es lo que dice san
Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto hasta
que descanse en ti». Pero, de modo indirecto, aplicar a Jesús el título
«esposo» confirma algo propio del evangelio de Juan: en Jesús se ha hecho
presente Dios mismo, quien, según los profetas, viene a unirse a la humanidad
en unos esponsales de fidelidad eterna.
En
la liturgia de este domingo se confirma lo que venimos diciendo. La lectura del
profeta Isaías es un poema de amor en la que se dice a Israel: «El Señor te
prefiere a ti, y tu tierra tendrá su esposo. Como un joven se desposa con una
doncella […] como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios
contigo» (Is 62,5). El profeta utiliza, además, una imagen poética llena de
significado, pues ante la vista de Jerusalén con su muralla almenada que el sol
de la aurora cubre de luz, dice: «Serás corona fúlgida en la mano del Señor y
diadema real en la palma de tu Dios» (Is 62,3). Dios es el rey victorioso, que
como el sol, ilumina a su ciudad santa que «parece una corona refulgente sobre
el monte visible desde lejos y magnífica» (Schökel).
Que Jesús haga su primer milagro en las bodas de Caná tiene que ver con esta «sinfonía esponsal» de la que habla F. Manns. No es causalidad que Jesús quisiera participar en unas bodas y que, en su trascurso, ofreciera un vino espléndido y abundante. ¿De qué otra manera podía manifestarse Dios sino en la abundancia de sus dones? La venida del esposo definitivo de la humanidad se hace patente en el «signo» de Cristo que ilumina a los comensales con la gloria y la fe de su actuación. La presencia de María como «mujer» resalta el simbolismo. Ella es la imagen del nuevo pueblo de Dios que invita a los criados a servir al Mesías y preparar así la alianza nueva: «Haced lo que él os diga».
Estas palabras
recuerdan las de Moisés en la conclusión de la alianza primera. Jesús ha
llegado como el «esposo» definitivo del pueblo de Israel y todos deben ponerse
a disposición suya para celebrar las bodas definitivas. La cantidad de agua
transformada en vino —600 litros—, teniendo el cuenta que el vino «alegra el
corazón del hombre», subraya que Dios no escatima sus dones, sino que los
reparte sin medida a quien se le acerca y se deja amar por él.
Presenciamos,
pues, la auto-manifestación de Jesús al inicio de su ministerio que desencadena
otras revelaciones de sí mismo y que culminarán en la cruz, donde de su costado
abierto nacerá la esposa —la Iglesia— que, unida a él, proclamará su amor a
todas las generaciones. Allí, en la cruz, Jesús ofrecerá el vino nuevo y
revelará el amor infinito que le trajo a habitar entre los hombres.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia