El secuestro ha sido una experiencia de fe profunda, de reafirmarme en Dios, de aumentar mi confianza en Él aceptando todo tipo de humillaciones y vejaciones.
Hna. Gloria Cecilia Narváez. Dominio público |
Era el 7 de
febrero de 2017 cuando un grupo de hombres armados irrumpió en la casa de las
Hermanas Franciscanas de María Inmaculada en Karangasso, al sur de Malí, y tomó
como rehén a la hermana Gloria Cecilia Narváez Argoti. La religiosa, de
nacionalidad colombiana, se ofreció en lugar de una hermana más joven.
Oraciones, vigilias y reuniones han mantenido viva la memoria de la hermana
Gloria durante los cuatro largos años y ocho meses que estuvo secuestrada.
Su
fe de hierro fue lo que ayudó a salvarse a la hermana Gloria, que nunca aceptó
las amenazas constantes para convertirse al Islam y cuyo «lema» en los días más
oscuros era: «Solo callar, para que Dios me defienda».
Mientras
estaba a la espera de poder regresar a Colombia, la Hna. Gloria se ha quedado
por un tiempo de descanso en la casa religiosa de Riano (Italia). El viernes 12
de noviembre, durante su encuentro con el cardenal Luis Tagle en la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos, de la que es Prefecto, la
Agencia Fides pudo hacer algunas preguntas a las hermana Gloria.
Hna. Gloria, bienvenida.
Hemos rezado mucho por usted y nos sentimos honorados de que esté aquí. ¿Puede
contarnos cómo era su vida antes de ser secuestrada?
Antes
de ser secuestrada, llevaba a cabo mi misión en África con mis hermanas de
comunidad, donde nos dedicábamos a la promoción de la mujer. Les enseñábamos a
bordar, a coser a máquina, a leer, además de ofrecerles herramientas para
iniciar actividades de microcrédito. Una de nuestras prioridades siempre han
sido los niños, los recién nacidos que a menudo son abandonados por sus madres
el día del parto porque no tienen nada para alimentarlos. Nos ocupábamos del
centro de salud y asistíamos a los enfermos visitando también a sus familias.
Mi vida y mis pensamientos como persona y como consagrada se centraban en el
encuentro y la
Cuatro años y ocho meses
es mucho tiempo. ¿Cómo pasó sus largos días de prisionera?
Por
las mañanas rezaba mientras contemplaba el amanecer en el desierto, algo
maravilloso, sentía el viento, a veces violento y a veces suave, que se levanta
de la arena. Solía escribir cartas a Dios, con trozos de carbón, expresando mi
total e ilimitada confianza en Él. Recogía leña para calentar la poca agua que
me daban cada día para preparar el té. Rezaba por la libertad de los numerosos
rehenes en todo el mundo y pensaba en el sufrimiento de tantas personas que
mueren de hambre. Volvieron a pasar por mi mente, todos los momentos de mi
vida, desde el camino recorrido con las hermanas de mi Congregación, mi
familia, mi vida como religiosa y la respuesta que estaba dando a la voluntad
de Dios. Mi oración era también por los grupos que me tenían secuestrada, por
cada uno de ellos. Cuando era el momento de trasladarnos a otro lugar me
dedicaba a limpiar el campo.
¿Qué idea se hizo del
motivo por el que se prolongaba su cautiverio? ¿Sus captores le explicaron las
razones de ello?
Todos
los grupos en los que estuve hacían referencia a la religión. Querían poner a
prueba mi fe. Para ellos, en Malí, sólo debe existir el Islam. También creo que
había problemas entre ellos que retrasaban mi liberación.
Con el paso del tiempo,
¿consiguió dar sentido a esta dura experiencia que estaba viviendo?
Ha
sido una experiencia de fe profunda, de reafirmarme en Dios, de aumentar mi
confianza en Él aceptando todo tipo de humillaciones y vejaciones para crecer y
vivir lo que decía nuestra Fundadora, la Beata Madre Caridad Brader Zahner:
'callar para que Dios nos defienda'. Al mismo tiempo, ha sido una oportunidad
para vivir el respeto a otras religiones, en este caso la suya, y me acordé de
la encíclica del Papa Benedicto XVI, Deus Caritas est, que habla del respeto a
la libertad religiosa y de cómo los cristianos debemos ser mensajeros de paz y
reconciliación con nuestras actitudes.
¿Sus carceleros estaban
siempre con usted? ¿Cómo se comportaban, la maltrataron?
En
general los grupos me humillaban mucho, me insultaban de forma ofensiva y dura
por mi religión o por ser mujer. Pero entre ellos también vi que había gente
buena que quería liberarme para que no corriera tanto peligro.
¿Recuerda algún gesto
especial de humanidad -o de maldad- por parte de los secuestradores hacia
usted?
Sobre
todo por la noche podía ver que los grupos estaban muy agitados, gritaban entre
ellos, se acercaban a la tienda donde yo estaba. Alrededor de la medianoche, el
jefe se acercaba a mí y me decía: ‘¡Gloria! ¿Estás bien?’
Su madre murió esperando
su regreso. ¿No es demasiado este dolor añadido a la dolorosa historia del
secuestro?
Rezaba
mucho y pensaba en el hecho de que mi madre ya tenía una edad avanzada. Me
acordaba de las palabras que me había dicho cuando fui de vacaciones a casa y
luego regresé a Mali: «No te vayas tan lejos, porque Mali es la religión del
Islam y puede pasarte algo o puede que no nos veamos más». Y yo le contesté:
«Mamá, que sea lo que Dios quiera. Podría ocurrirte algo a ti o a mí. No
estamos seguras de cuál es la voluntad de Dios».
¿Qué frase o gesto que el
Papa Francisco le ha dirigido le ha impactado más y no olvidará?
Nunca
olvidaré su gesto de acogida y su bendición como padre y pastor de nuestra
Iglesia. Ni su petición: «reza por mí».
¿Piensa volver a África y
continuar donde lo dejó? ¿Cómo ve su futuro? ¿Qué le espera? ¿Y cómo ha
cambiado su experiencia su visión de la vida y del mundo?
Si
Dios me concede la salud, seguiré siendo misionera, cerca de los más pobres y
necesitados, seguiré elevando a Dios mi oración de eterna gratitud, pero más
encarnada en el sufrimiento de las personas privadas de libertad, de los que
tienen hambre y sed. Seguiré rezando por la paz en tantos países en guerra. Por
el Santo Padre Francisco, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas de
todo el mundo, para que tengamos el valor de dar la vida por los que sufren.
Esta experiencia me lleva a ver la vida como una tarea para crear una hermandad
universal. No para encerrarnos en nosotros mismos, sino para ser portadores de
esperanza y testigos de nuestra vida de fe.
No
es necesario hacer muchas cosas, sino dar un testimonio de fe, de escucha,
valorar a todos los que nos necesitan, a los mayores por toda su sabiduría y
por lo que han aportado, a los jóvenes por su valor y profecía. Debemos seguir
pidiendo a Dios que suscite vocaciones buenas y santas para la Iglesia que
puedan llegar a lugares lejanos donde casi nadie va. Como decía nuestra
Fundadora: Dios no se deja superar en generosidad y no debemos olvidar las
buenas obras que la Congregación tiene en sus manos; los pobres y mucha caridad
y fraternidad con todos. Lo que significa dar la vida por otro.
La
Hna. Gloria, el 15 de noviembre de 2021, ha regresado finalmente a Colombia,
donde permanecerá durante un período de descanso con su familia y sus hermanas
de comunidad.
Fuente: Fides/InfoCatólica