En el Evangelio de hoy, solemnidad de Cristo Rey, Jesús representa el poder de la verdad
Dominio público |
Los Parlamentos se convierten en ocasiones en inmensas cátedras
desde las cuales, sobre todo por medio de leyes, se busca inculcar en el pueblo
antropologías y cosmovisiones desvinculadas de la razón natural y determinadas
por presupuestos ideológicos, que, por el simple hecho de venir de los
representantes del pueblo, se presentan como indiscutibles. Como si el pueblo
les hubiera legitimado para ello.
Los mismos que quitan del currículo de la ESO la asignatura de
Filosofía o recortan los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus
convicciones religiosas y morales (CE art. 27 § 3) no dudan en imponer
ideologías contrarias a la naturaleza de la persona.
Se niega la existencia de una verdad universal sobre el hombre
abriendo la puerta sin reparos a «verdades» dimanadas de los propios idearios
políticos. Por otra parte, la idea de que lo permitido por la ley es también
ético ha suprimido la íntima relación entre naturaleza y derecho, de forma que
éste tendría su fundamento, no en la naturaleza humana en cuanto tal, sino en
la subjetividad del individuo. Como afirma la encíclica Veritatis
Splendor, «el individualismo, llevado a sus extremas consecuencias,
desemboca en la negación de la idea misma de naturaleza humana» (nº 32).
En el Evangelio de hoy, solemnidad de Cristo
Rey, Jesús representa el poder de la verdad. Acusado de tener pretensiones
políticas, declara que su reino no es de este mundo, pues, en tal caso, su
«guardia habría luchado para no caer en poder de los judíos» (Jn 18,36). Jesús
deja claro a Pilato que su realeza es de otro orden: el de la verdad.
El orden, al que todos los demás —político, económico,
cultural—deberían plegarse pues la vocación esencial del hombre es la búsqueda,
acogida y el respeto a la verdad. «Amigo es Platón, pero más amiga la verdad»,
dice el dicho atribuido a Aristóteles. Jesús se define a sí mismo desde la
autoridad de la verdad: «Yo para esto he venido al mundo: para dar testimonio
de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37). En la
sociedad de las «fake news», donde la mentira se ha establecido como categoría
de estrategia política es evidente que la verdad —ni la de Cristo ni la que
procede de la estructura de la naturaleza humana— serán escuchadas por quienes
han renunciado a la primacía de la razón sobre la propia subjetividad.
Se podrá objetar que la verdad de Cristo vincula solo a los
cristianos. Jesús, sin embargo, no habla de «su verdad», sino de la verdad que
precede a su propia venida, pues afirma que ha venido para dar testimonio de
«la verdad», indicando que lo que él enseña y personifica está presente ya en
quien «es de la verdad», pues en todo hombre existe, por el hecho de su
religación con Dios desde la creación, la aspiración a descubrir la verdad y
someterse a ella con gozo y libertad. Es cierto que Cristo se presenta a sí
mismo como «el camino, la Verdad y la Vida».
Y, al afirmar esto, piensa en todos los hombres, no solo en los
que le siguen. Los cristianos hemos tenido la gracia de reconocerlo y de ser
acogidos bajo su dichosa soberanía al formar parte de su Reino. En él vemos ya
realizada la Verdad de Dios sobre el hombre, pues al asumir nuestra naturaleza
nos permite reconocer que la verdadera humanidad consiste en reproducir en
nosotros su propia imagen, la que Dios dejó impresa en cada hombre en el acto
de la creación.
+ César Franco