Mikel Azurmendi en sus últimos años descubrió, primero, a los cristianos, y luego a Cristo y la fe plena
Mikel Azurmendi. Dominio público |
Fue uno de los fundadores y, arriesgándose mucho, el primer portavoz del Foro de Ermua en 1998, además de uno de los fundadores de la plataforma contra el terrorismo Basta Ya.
A
medida que se extiende la noticia, las asociaciones de víctimas del terrorismo
o de denuncia del nacionalismo intolerante expresan su pésame y reconocimiento.
De los primeros en entrar y en salir de
ETA
Nacido
en San Sebastián en 1942, fue de
los primeras personas en hacerse militante del grupo terrorista ETA, y
también uno de los
primeros en abandonar esta organización al crecer en él la conciencia
de su oposición a sus prácticas criminales.
Como
portavoz del Foro Ermua sufrió
un intento de atentado y una gran presión por parte de los violentos,
por lo que, como muchos otros, tuvo que abandonar el País Vasco a finales de
agosto del 2000.
Hasta
su jubilación, Azurmendi, filósofo por la Sorbona de París, fue profesor de Antropología en
la Universidad del País Vasco. En el vídeo que recuperamos en esta noticia, de
finales de 2020, recuerda cómo, durante casi toda su vida intelectual, pensó,
como era común en sus entornos, que "creer en Dios no es en nada diferente a creer en
centauros, hadas o sirenas".
Pero
hace unos años conoció cristianos "con una vida buena y bella" que le
admiraron. Eso le hizo reflexionar y querer explorar a Cristo y su
propuesta.
Cuando sentía que Dios se acercaba
En
2018, en su libro El abrazo (editorial
Almuzara) Azurmendi decía que ya se sentía "tocado" por Dios y
Cristo, como en el juego de hundir la flota: "me entra como miedo porque, cuando en ese juego de
barcos uno queda tocado, enseguida te lo hunden. ¡J*d*r, qué miedo me
dio verme hundido! Así es como me entró este hormigueo de miedo de Dios que centellea en mi
alma con una luz rojiza y un pitido parpadeante".
Pero
pocos años después, a finales de 2020, ya no hablaba de miedo, sino
de confianza y gratitud hacia Dios, día a día.
Con
Cristo, decía, "lo
que cambia es la vida misma incluso a la edad de 78 años. Se trata de una
experiencia de muerte del hombre viejo y recuperación del instante.
Comienzas un nuevo
aprendizaje. [...] Cada instante es una gloria de vida, como un anticipo de
lo eterno; sin duda un estallido de alegría. Uno se ve re-nacido, ama la vida y da gracias a cada
momento".
Hombre valiente, de visión amplia, pero... ¿y
la fe?
Cuando
tuvo que exiliarse del País Vasco, amenazado, recibió el Premio Hellman/Hammet
de Derechos Humanos en 2001, también el Premio a la Convivencia 2001 por la
Fundación Miguel Ángel Blanco.
Era
un hombre a la vez analítico y creativo, de visión amplia, aunque sólo al final de la vida aplicó esa
capacidad al estudio de la vida cristiana. Fue autor de varios libros
en euskera, publicó dos libros de poesía, una novela y un libro de cuentos
infantiles, y, por supuesto, numerosos ensayos de antropología.
En
1998 publicó La herida patriótica, él,
que había sido independentista, marxista y hasta terrorista, intentando
analizar la “identidad densa y absoluta” de "los casi 200.000 vascos
que se consideran en guerra y, que en ella, han olvidado la libertad
individual".
Diez
años después, en 2008 publicó Tango de muerte, novela en
la que recurrió a la ficción para constatar hechos reales que reflejaban el
“dolor” que produce el terrorismo y la situación política en el País Vasco.
Siendo
un hombre valiente e inteligente dispuesto a explorar nuevos puntos de vista, ¿cómo tardó tanto en prestar
atención al cristianismo?
La
razón estaba, dijo, en el entorno universitario moderno, "un espacio de hombres y mujeres
aherrojados por el temor a salirse de lo correcto".
Durante
años, no tenía miedo a oponerse a dar la cara y oponerse a ETA, pero sí a
mostrar el más mínimo interés por el cristianismo.
"Me
pondré como ejemplo yo
mismo, absolutamente prendado de la línea de pensamiento de [Alasdair]
McIntyre en ética y de la de René Girard en antropología. En cuando me cercioré de que ambos
acababan de convertirse al cristianismo, optando el filósofo
exmarxista por el neo-tomismo y el antropólogo francés por Jesucristo como
ejemplo de desvelamiento de lo sagrado de la violencia, corté con mi interés por sus
doctrinas, que antes yo había juzgado muy argumentadas", recordó
Azurmendi ya como cristiano.
¿Y
el argumento ético, la idea de que si existe el bien y el mal lo lógico es que
exista Dios?
"A lo que haya de
gente 'culta' en la universidad de hoy le da risa aquel argumento ético del entorno del
descreído Iván Karamazov de que lo que nos mueve a ser buenos y evitar el mal
es creer en el más allá. O sea en Dios y la inmortalidad", lamentaba el
antropólogo.
Cristianos sinceros y generosos
Lo
que transformó a
Azurmendi fue conocer
personalmente cristianos sinceros, entregados y generosos, que
visitaban a los pobres o acogían niños enfermos en sus casas, incluso en
adopción o acogida permanente. O ver ejemplos como el de la enfermera Rose Busingye en Uganda, y su
productividad para el bien.
Recuerda
que por la misma razón, encontrar buenos cristianos en lugares insospechados,
se convirtieron Dostoyevski
y Solzhenitsyn en sus campos de trabajos forzados, o los filósofos
ateos Maritain y Gabriel
Marcel. "Se trata de una emoción que te conmociona hasta llevarte a la admiración impulsando un proceso racional de
cambio absoluto de tus concepciones generales de la vida",
detallaba.
Esta
asombro le llevó a reflexionar sobre varias enseñanzas de Jesucristo. Por
ejemplo, “la vida es para darla. 'Quien la quiera guardar la
perderá', y
'¡lo que hagáis a vuestro próximo a mí me lo hacéis', amadlo como a
vosotros mismos. O sea, la vida es para ofrecerla unos a otros en un
servicio gratuito de amor", señalaba.
Después
de tantos años de filosofía y antropología, ¿en qué sentido se puede decir que
es mejor un cruel terrorista que una persona bondadosa y generosa? Sin Dios, los filósofos
sólo pueden dar preferencias personales más o menos arbitrarias. "Sólo
encontraba 'elija usted lo que quiera, pero
elija'".
Pero
con Jesús todo era distinto, entendió. "Jesús hace de puente, nos hace comprensible Dios, no como idea sino
como oferta/exigencia de amor. Desde Jesús se percibe Dios como una espectacular bomba atómica de
amor pues loco parecería estar cuando se hizo carne humana por puro
amor, por enseñarnos otro modo de vivir. Dios nos aparece desde entonces como ese espacio de amor entre
tú y otro, entre tú y tu mujer, entre tú y aquel con quien te relacionas.
Lo sabes que es así porque Jesús lo aseguró practicándolo Él mismo",
añade.
Un
ejemplo era el cambio en sus apóstoles, que estando antes "tan llenos de mezquindad y miedo
viviesen imitando su vida y muriendo asesinados", añade.
La vida con Dios, hacia el final
Una
vez aceptada plenamente la fe y salvación en Cristo, Azurmendi explicaba como
vivía sus días en diciembre de 2020, ocho meses antes de morir.
"Lo expresas en rezos, como al
despertarte y expresar a Quien te hace vivir que te ayude a vivir lo
mejor posible. O lo expresas en dejar lo que haces para atender al que te
solicite, en ceder tu
“precioso” tiempo a un pelma que te retiene al teléfono. Uno no pretende
recuperar el tiempo perdido, el tiempo es solo el que tienes entre manos, es
cada minuto, y lo ofreces a puñados. Uno está, sin más, receptivo y a disposición, estás
en la vida, estás a flor de piel, abierto a la realidad, sin
inyectarle doctrina ni ideología", concluye.
El
tiempo de Azurmendi en la tierra se acabó, pero como demuestra una y otra vez la
historia de los cristianos, sin duda se cumplirá una vez más la enseñanza de
Jesús: "si la semilla
cae y muere, entonces da mucho fruto".
P. J. Ginés
Fuente: ReL