Asesinaron a seglares que hacían vigilias de oración ante el Monumento. Asesinaron al sacerdote que les celebró la última Misa. Y el 7 de agosto de 1936, fusilaron al Sagrado Corazón de Jesús a la orden de: «¡Apuntad con odio! ¡Disparad con ira!».
Fusilamiento del Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles por parte de milicianos del Frente Popular (7 agosto de 1936) |
El sábado 18 de julio, por la tarde, unos treinta congregantes de las Compañías de Obreros de San José y del Sagrado
Corazón de Jesús, se habían dirigido al Cerro de los Ángeles, para hacer su acostumbrada vigilia de adoración nocturna ante
el Santísimo Sacramento.
Y en la madrugada del 19, al acabar la santa misa, Fidel de Pablo García, vocal de piedad y de aspirantes de la Acción Católica de la parroquia del Espíritu Santo, de 29 años de edad, se volvió a Madrid, acompañando al sacerdote que la había celebrado, don José María Vegas Pérez, capellán del Monumento al Sagrado Corazón de Jesús, como también lo hizo la mayoría de los congregantes que habían participado en aquella última vela.
Pero cinco de ellos
se quedaron ante el monumento, confiando en que la llegada de las tropas iba a
ser inminente, y así no se interrumpía una «guardia de honor» al
Sagrado Corazón de Jesús. Se trataba de Pedro-Justo Dorado Dellmans, de 31
años; Fidel Barrios Muñoz, de 21 años; Elías Requejo Sorondo, ebanista, de 19
años, Blas Ciarreta Ibarrondo, de 40 años y Vicente de Pablo García, carpintero,
de 19 años de edad hermano del que había acompañado a Madrid al sacerdote.
Ellos se
quedaron allí, solos, y, tras una inspección de los milicianos en el Cerro, y
el desalojo del monasterio de las Carmelitas. A la vista de estos hechos se
refugiaron en las cercanías, acercándose a comer a las Zorreras, una finca
cercana del Perales del Rio, en cuya taberna almorzaron, haciendo la señal de cruz antes de comer,
rubricando con ello su sentencia de muerte.
Según
informes, por haberles visto rezar y bendecir
la mesa, los denunciaron, siendo esa la causa de haber
acudido allí los milicianos a asesinarlos por defender y guardar el monumento
de posibles atentados.
Murieron dando vivas a Cristo Rey a la vez que arrojaban sangre
por la boca, lo que contribuyó a incitar más
a los verdugos, que, plenos de odio, fueron al pueblo como energúmenos, y
entonces sacaron del templo todas las
imágenes, ornamentos, etc. y lo quemaron una hora después. A
manera de los que sufrieron éste y numerosos templos en España desde el inicio
de la Segunda República, tales como los acaecidos en la quema de conventos de
1931.
Tanto el sacerdote que había celebrado la misa en aquella última vigilia nocturna de oración, como el congregante que le acompañó a
Madrid, fueron posteriormente también
asesinados.
Días
después de los asesinatos, concretamente
el 7 de agosto 1936, un grupo de milicianos rojos intentando fusilar la fe, lo
inmaterial y la esencia del pueblo español, llevaron a
cabo la «ceremonia», por ellos mismos
fotografiada, de fusilar el monumento al Sagrado Corazón de Jesús;
y un pelotón de milicianos, colocados en posición de ejecutar, obedeciendo las
órdenes de una anarquista, que les ordeno: «¡Apuntad con
odio! ¡Disparad con ira!», cuando estos energúmenos descargaron
sus fusiles sacrílegos y la lluvia de balas cayó sobre la Santa Imagen. Sobre
la Frente, sobre los Ojos, sobre el Pecho, sobre el Corazón de Cristo, sonó un
eco por la llanura y tembló la tierra y el Cielo. Y se regocijó Satanás y el
infierno.
Es difícil encontrar un acto más absurdo, incoherente y
repugnante. No he encontrado mayor escándalo,
odio e ignorancia durante la Guerra Civil que este acto. Por eso se recuerda.
Es necesario y bueno para la memoria.
Es
curioso que mientras los milicianos fusilaban la imagen del Sagrado Corazón en
el Cerro de los Ángeles, el Gobierno de Madrid hacía propaganda en el
extranjero afirmando la libertad de cultos y el respeto a la religión en la
zona de su dominio.
Tras esta profanación, los milicianos decidieron destruirlo.
Pero no fue sencillo. Inicialmente
colocaron unos gruesos cables de acero y, con ayuda de un tractor, intentaron
que se viniese abajo. No pudieron lograrlo, puesto que el cable se partió. Al día siguiente, una muchedumbre acudió desde
Getafe portando pesados martillos y cinceles, con los que
arremetieron en masa contra las esculturas, sin el resultado deseado dada la
dureza del material, y el monumento quedó deteriorado, pero al final de la mañana seguía en pie.
Entonces, queriéndole volver a la nada, recurrieron a la
dinamita hasta lograr volar el monumento… Se dice que un hombre gritó: «¡Ya
cayó el barbudo!», refiriéndose a la cabeza decapitada de
Jesucristo que fue tirada por los suelos y golpeada una y otra vez.
La prensa del Frente Popular publicó
en portada y en primera página las
fotografías del «fusilamiento» y comentó
favorablemente el hecho con este titular: «Desaparición de un estorbo». El Ayuntamiento de Getafe, en
decisión refrendada por el Gobierno de la República, cambió el nombre cerro de los Ángeles por el de
«cerro Rojo», nombre que conservó hasta que, el 6 de noviembre
del mismo año, precisamente el primer viernes del mes, dedicado al Corazón de
Jesús, el general Varela, con sus legionarios, recuperó, a punta de bayoneta,
el escenario de la destrucción, levantando en sus ruinas una gran cruz blanca e
izando la bandera española, y el capellán castrense de esas bravas fuerzas de
choque celebró, en un altar improvisado, el primer acto de la reparación, que
consistió en una misa de desagravio, ante los heroicos jefes, oficiales y
soldados, que bajo el fuego de los cañones y fusiles republicanos en retirada,
se arrodillaron participando en el Santo Sacrificio conmovidamente.
Fuente: Tradición
Viva/InfoCatólica