La cultura no debe dejarse subyugar por el mercado
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Trabajo esclavo |
El Papa
respondió al novelista italiano Maurizio Maggiani, que hace unos días escribió
una carta abierta al Papa en el Secolo XIX, relatando con "vergüenza"
el descubrimiento del método criminal utilizado para imprimir sus libros y los
de otros autores en detrimento de los inmigrantes. Hoy, en el diario de Génova,
las palabras de Francisco: necesitamos el valor de "renunciar" a las
ventajas producidas por los "mecanismos de la muerte".
El valor del
petirrojo, el título de uno de sus libros más conocidos, fue el suyo esta vez.
El novelista Davide cuestiona la ética de la industria Goliat, de la que él
mismo es miembro autorizado, en este caso la industria editorial, porque le
repugna la cierta despreocupación con la que a veces esta industria evita
investigar si parte de sus beneficios esconden situaciones inhumanas, si tras
la finura de sus productos hay una cadena de violencia contra quienes los
producen, si tras el brillo de la fachada se esconden historias invisibles de
presas indefensas y depredadores crueles. La otra cara de la moneda se refleja
en las conocidas convicciones del Papa, en cierto modo un "colega" y
sobre todo una "voz fuerte" a la que podemos dirigir la pregunta que
delata el dilema subyacente: "¿Vale la pena producir obras bellas y sabias
si para ello necesitamos el trabajo de los esclavos?
En diálogo con
Francisco
Se trata de un
original e intenso diálogo a distancia que se ha desarrollado en los últimos
días entre Maurizio Maggiani, escritor y periodista ligur, y Francisco, que ha
querido responder al novelista con una carta -fechada el 9 de agosto, día en
que la Iglesia celebra a Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz,
copatrona de Europa- a una cuestión planteada públicamente por el autor en una
carta abierta, publicada el 1 de agosto en las columnas del Secolo XIX, que hoy
publica la respuesta del Papa. Maggiani quiso compartir directamente con
Francisco la "vergüenza" que sintió al enterarse, por una historia de
crímenes, de que la producción de sus libros y los de otros autores pasaba
también por una empresa del Véneto y la fábrica subcontratada del Trentino,
ambas acusadas por la justicia de haber explotado con métodos criminales,
"hasta lo indecible", escribe Maggiani, el trabajo de los
trabajadores pakistaníes, literalmente embrutecidos.
"Me sentí
avergonzado de mí mismo"
Maggiani, que
se define como no creyente (conozco, escribe, "la fuerza profética que
estalla" de Cristo "pero nunca he tenido el don, la gracia, de ser
paciente durante tres días junto a su tumba, esperando con María de Magdala y
notando la resurrección del hijo de Dios"), dice que se dirigió a
Francisco por una serie de razones, entre ellas la de una sensibilidad
compartida. "Las historias que me gusta contar y que siento el deber de
contar", dice el novelista, "son las historias de los silenciosos, de
los últimos y de los humildes", pero la indiferencia a su por qué
encontrada en sus colegas, "como si fuera una cuestión ociosa", le
empujó a dirigirla a "Su Santidad, porque -confiesa- con toda mi búsqueda
no veo ninguna otra autoridad moral que además de tener voz fuerte esté
dispuesta a escuchar, a preguntar antes de juzgar". Preguntarse por las
implicaciones del horror que se produjeron en aquel moderno lager, construido
sobre la piel de pobres inmigrantes con salarios de hambre, sin horarios de
trabajo y sin derechos, a los que se les daba patadas y puñetazos si se
atrevían a pedir respeto: "Me sentí avergonzado de mí mismo, de ser tan
cuidadoso de mantener las manos limpias y de no utilizar productos sospechosos
de explotación esclava, y sin embargo", admite el escritor, "nunca he
reflexionado sobre la evidencia de que mi trabajo de novelista, tan
noble", forma "parte de una cadena del sistema de producción, la que
llamamos modestamente cadena de suministro, no diferente de cualquier otra, y
por tanto susceptible de las mismas aberraciones".
Ver lo
invisible
Francisco
responde destilando uno de los pensamientos clave de su magisterio. No haces
una pregunta ociosa -reconoció el Papa a Maggiani-, porque lo que está en juego
es la dignidad de las personas, esa dignidad que hoy se pisotea con demasiada
frecuencia y facilidad con el "trabajo esclavo", con el silencio
cómplice y ensordecedor de muchos. Lo vimos durante el encierro, cuando muchos
descubrimos que detrás de la comida que seguía llegando a nuestras mesas había
cientos de miles de trabajadores sin derechos: invisibles y los últimos
-¡aunque primeros! - escalones de una cadena que, para proporcionar alimentos,
privó a muchos del pan de un trabajo decente". Pero en realidad, continúa
Francisco, asociar este tipo de infamia a la literatura "es quizás más
chocante" si lo que el Papa llama "pan de almas, expresión que eleva
el espíritu humano", está "herido por la voracidad de una explotación
que actúa en la sombra, borrando rostros y nombres". Así, si se publica
algo que se basa en una injusticia es "en sí mismo injusto" y
"para un cristiano -recuerda el Papa- toda forma de explotación es un pecado".
Las dos cosas
que hay que hacer
La solución,
sin embargo, no pasa por la rendición. "Renunciar a la belleza sería un
retroceso a su vez injusto, una omisión del bien", dice Francisco, que
sugiere una reacción basada en dos verbos. La primera es "denunciar"
los "mecanismos de muerte", las "estructuras de pecado",
llegando a escribir "incluso cosas incómodas para sacarnos de la
indiferencia, para estimular las conciencias, perturbándolas para que no se
dejen anestesiar por el "no me interesa, no es asunto mío, ¿qué puedo hacer
si el mundo va así?". El segundo verbo es "renunciar". Al
agradecer a Maggiani que haya escrito lo que ha escrito sin calcular los
"rendimientos de la imagen", Francisco sostiene que, además del valor
de denunciar, se necesita el valor de renunciar. Renuncia "no a la
literatura y a la cultura -dice- sino a los hábitos y a las ventajas que, hoy
en día, donde todo está conectado, descubrimos, debido a los perversos
mecanismos de explotación, que dañan la dignidad de nuestros hermanos y
hermanas". Es una señal poderosa", insiste, "renunciar a
posiciones y comodidades para hacer sitio a los que no lo tienen". Llegar
a "decir no, por un sí mayor", hacer "objeción de conciencia
para promover la dignidad humana".
La cultura, voz
de los humillados no del mercado
El Papa de la
Iglesia pobre para los pobres reiteró que amaba a Dostoievski "no sólo por
su profunda lectura del alma humana y su sentido religioso, sino porque eligió
contar vidas pobres, 'humilladas y ofendidas'". Es una consideración que
suscita un llamamiento: frente a los muchos humillados y ofendidos de hoy, sin
prácticamente nadie que los haga "protagonistas, mientras el dinero y los
intereses mandan", "la cultura no debe dejarse subyugar por el
mercado".
Alessandro De Carolis - Ciudad del Vaticano
Vatican News