Este español de 50 años ofrece al mundo su testimonio, «un milagro para nuestros días»
Tino Sanz. Dominio público |
A
sus 50 años, Tino vive en un pueblo que pertenece a la pequeña diócesis
aragonesa de Tarazona y está
convencido de que su vida es un auténtico milagro. Y si Dios ha podido
hacer eso en su vida, lo puede hacer también en cualquier.
A
continuación ofrecemos el testimonio en primera persona de Tino que recoge Iglesia en Aragón:
Un milagro de Dios para nuestros días
Podría
comenzar este artículo de muchas maneras, lo correcto sería empezar por el
principio, el único problema es la falta de espacio para contar una vida de 50
años.
Mi nombre es Tino Sanz
y estoy viviendo en la localidad de El Buste. Cualquiera que quiera conocerla se
puede acercar y podemos dar un paseo por este bello rincón de la Comarca de
Tarazona. Gustoso le contaré con pelos y señales toda mi biografía, porque
desde luego que será un tremendo placer compartir con cualquiera de vosotros mi
experiencia y vivencias. Si alguien se siente identificado con mi historia,
aquí estoy para ayudarle en lo que pueda.
Como
os decía, me llamo Faustino Sanz y toda mi vida he sido una persona muy
religiosa. Viví mi
infancia en movimientos católicos, siempre que podía me escapaba a la Iglesia (entonces
estaban abiertas más a menudo), tengo un bonito recuerdo de la catequesis de
Comunión y también de las Madres Vedruna, a las que volvía locas con mis
preguntas teológicas. Tampoco puedo olvidar a mi párroco, Don Francisco
Escribano (en gloria esté).
Rebeldía juvenil
Pero mi juventud estuvo marcada por la
rebeldía e incomprensión hacia la Iglesia. ¿Cuál fue el motivo? No lo
sé. Me convertí en un chico moderno y empecé a introducirme en el mundo del
espectáculo; veía pasado de moda el asistir a Misa y esas cosas, pero nunca
dejé de rezar. Siempre sentí la cercanía de Dios. Hoy me he dado cuenta que
siempre estuve enamorado de Cristo, solo que no quería reconocerlo ni verlo.
Llegó
el momento de cumplir con el servicio militar y, desde luego, me hice objetor
de conciencia (era lo que se llevaba)-. Lo realicé con una monjita franciscana
en Xátiva y ese tiempo fue el más hermoso de mi vida. Ese, y el que pasé
cuidando a mi madre años más tarde. Aquella monjita me enseñó lo que de verdad
era el amor por los pobres y desfavorecidos y de ella aprendí muchísimo. Cristo
me estaba marcando un camino y de nuevo le dije que no.
Mi búsqueda errónea
Cuando
terminé mi servicio social me trasladé a Zaragoza, luego a Salou, Madrid,
Valencia, París… Así comencé
a buscar como tapar mis vacíos emocionales, así comencé a consumir y a
introducirme en el mundo de las drogas. Quise vivir una vida que no
era para mí, me empeciné en ser una estrella del espectáculo, quise brillar por
mi mismo, quise ser alguien para lo que no había nacido.
Poco
a poco, año tras año, pasito a pasito, acabé metido hasta el fondo en el
infierno de las drogas. Nunca
dejé de rezar, esas oraciones me mantuvieron en pie y me hicieron ser un poco
más persona (si se puede llamar así). Dios nunca me abandonó. En mi
corazón escuchaba como Él me instaba a dejar ese mundo, pero no quise oírle.
Regresé
a mi pueblo y fue en esta época cuando comenzó el principio del fin. Mi cuerpo poco a poco se fue
deteriorando, dejé de ser yo mismo, intenté dejarlo por mi cuenta infinidad
de veces, siempre volví. Y, mientras, seguía escuchando esa voz que me decía
que tenía que dejar todo aquello, yo insistí en no escucharle.
Empiezan los cambios
A
los 40 años sentí la necesidad de confirmarme. De nuevo, poco a poco me acerqué
a la Iglesia, cantaba en el coro de mi parroquia, ayudaba en las lecturas,
colaboré con Cáritas. Pero, por otro lado, comencé a consumir sin control. Yo sabía que aquello tenía
que terminar, la voz que había escuchado toda mi vida se puso seria y le
obedecí. Ingresé en Prisma (un centro de desintoxicación) el 20 de noviembre de
2014.
Si
tuviera que resumir ese periodo, no habría sitio en un montón de páginas; pero
resumido en una palabra sería: “Gracias”. No puedo expresar aquí las lágrimas, el dolor, la
ansiedad, el miedo que viví esas semanas; pero la voz le decía a mi
corazón: “Estoy contigo”.
Cuando
salí continué con un seguimiento médico durante dos años más. Quiero decir que
esta enfermedad nunca se pasa, pero lo más hermoso de todo es que nunca perdí
la esperanza. ¿Fueron mis fuerzas? Desde luego que no. Mi psicólogo me decía que al final lo iba hacer creer en
los milagros.
El gran milagro de Dios en mí
Ese fue el gran milagro
de Dios en mi vida. Comencé
a reconstruirme como persona junto a Él, me dejé moldear por sus manos, empecé
a seguir sus consejos. Por primera vez, comencé a vivir la vida que realmente
era mi vida. Ya no era una vida de estrellatos ni de triunfos, era una vida
sencilla y llena de obstáculos, pero junto a Cristo, los obstáculos son
regalos.
A
partir de entonces, me
propuse estudiar, realicé el acceso a la Universidad, comencé el Grado de
Teología en el CRETA (decidí conocer a Dios más profundamente),
aprendí piano, continué mis estudios de Ciencias Religiosas en la Universidad
de Pamplona, cuidé de la persona que mejor me comprendió y amó en este mundo
(mi madre). Aunque ella no me lo pidió, yo sentí que debía devolverle todas sus
oraciones y lágrimas para que cambiara de vida. Tuve el lujo de estar con ella
hasta que se marchó al Cielo.
Me
vine a vivir al pueblo más bonito del mundo, El Buste, y convertí mi vida en una vida
para los demás y, sobre todo, sigo sin perder la esperanza de que
puedo vencer cada día a mi enfermedad porque con la ayuda de Dios sé que puedo.
Cuando
entro en una Iglesia, siempre veo a ese niño que no tuvo una infancia fácil y
que se escapaba a llorar a los pies de una imagen de Jesús crucificado. Ahora,
siempre que puedo también me abrazo a esa imagen, solo que ahora las lágrimas
son de alegría, de libertad y de amor, de puro amor.
Comprensión
Os
pido comprensión hacia nosotros. Como yo hay muchos más. Sé que hemos cometido
muchos fallos a lo largo de nuestra vida, pero fijaros también en lo que hemos
hecho bien, porque seguro que también hay muchas cosas.
Detrás
de esta enfermedad hay muchos motivos. Yo rezo porque cada uno se atreva a vivir la vida que
realmente ha venido a vivir. Creo que nos asusta ser nosotros mismos,
nos dejamos llevar por luces que nos dejan ciegos, ojalá cada uno encuentre su
verdadero camino. Yo os aseguro que la experiencia es alucinante; ojalá os
dejéis ayudar por Dios, os garantizo que nadie que se acerca a Él de corazón se
va sin respuesta y consuelo.
Os
preguntaréis cuales fueron mis drogas, fueron muchas, pero ninguna puede
convertirse en nuestra dueña si uno se atreve a vencerla. Si uno se arrodilla ante Dios y le
pide que le ayude, nunca se va de vacío.
Dios nos hace libres,
sólo Él nos hace verdaderamente libres: “Me viste a mí, cuando nadie me vio; me diste
un nombre, me cogiste en tus brazos y me rescataste del infierno de las
drogas”. Este es el gran milagro de Dios en mi vida.
Las oraciones de mi
madre no fueron en vano, mis oraciones tampoco lo son. Dios tiene un
método, un tiempo, un lugar, pese a lo que hoy dicen de Dios, Él vive y vivirá.
Nunca se cansa de esperar, ojalá te atrevas hoy a volver al hogar; no dudes que
Dios te está esperando con los brazos abiertos y llenos de amor.
Fuente: ReL