Sin hacerse uno con lo débil, con lo vulnerable, no hay posibilidad de que las cosas cambien, en la fragilidad se muestra el poder de Dios
Dominicas de Lerma |
“Se
quejaba un novicio de su poco valer (…) Pero hermano, ¿y usted cree que Dios ya
no tiene fuerzas? ¿Se acuerda lo que hizo Sansón con una quijada de burro, cómo
destrozó a los filisteos? ¿Qué hará Dios ahora que tiene en sus manos un burro
entero?”.
Padre Alberto Hurtado
La humildad
consiste en ponernos en nuestro verdadero sitio. No significa pensar que
somos los últimos, sino reconocer ante Dios nuestra dependencia absoluta.
De este modo, Él nos irá mostrando cuál es nuestro lugar.
Sabemos que no
siempre es fácil. Por eso para los que nos cuesta, acá les traemos 5 claves
para alcanzar la humildad:
1. AGACHARSE
“Si yo tuviera
que elegir uno solo entre los recuerdos de la ciudad de Belén, que he tenido la
fortuna de visitar dos veces, sé que me quedaría, sin vacilar, con el de
aquella puertecilla de entrada a la Basílica de la Natividad, aquella puerta de
sólo un metro veinte de altura por la que sólo los niños podían entrar sin
agacharse.
Recuerdo que, a
mi lado, el guía franciscano explicaba que esa entrada se hizo así en la Edad
Media para evitar que los jenízaros pudieran penetrar en el templo a caballo,
aterrando y descabezando a los fieles en oración.
Pero yo no le
oía. Estaba descubriendo en mi interior otra razón más alta: que a Dios sólo se
puede llegar de dos maneras: o siendo niño o agachándose mucho”.
José Luis
Martín Descalzo
Si vamos por la
vida con la frente demasiado alta y medio encumbrados en lugares en donde no
nos toca, no nos va bien.
Para encontrar
nuestro lugar necesitamos agacharnos, adaptarnos a la realidad desde
donde ella nos pide acercarnos.
No hay modo de
transformar nuestro entorno si no es agachándonos, es decir, dando desde
adentro lo poco que tenemos para ofrecer.
Sin
abajarse, sin hacerse uno con lo débil, con lo vulnerable, no hay
posibilidad de que las cosas cambien.
En la
fragilidad se manifiesta el poder y la grandeza de Dios. Cuando seamos capaces
de encontrarnos con nuestra propia pequeñez es que podremos ser auténticamente
grandes.
2. IR A DIOS
Solo el que
reza es capaz de descubrirse dependiente de Dios. Esta certeza (por el
contrario de lo que muchos piensan) es nuestra mayor fortaleza.
Nuestra
confianza en que Dios puede más de lo que nosotros podemos por nuestras
fuerzas, nace desde la certeza de que todo lo que somos y tenemos proviene de
Él.
Por eso, ir a
Dios, y más aún, permanecer junto a Él, es una de las cosas que nos harán
humildes.
Solo siendo
pequeños Dios nos robustece el alma, y nos permite en consecuencia, ser capaces
de construir un mundo nuevo.
3. AGRADECER
La gratitud es
el rasgo característico de un corazón que ha sido visitado por el Espíritu
Santo. La obediencia a Dios pasa por recordar todo lo que Él ha hecho
por nosotros.
Se trata de
ejercitar nuestra memoria para darnos cuenta de cuántas cosas buenas ha hecho
Dios por cada uno, que nada nos pertenece y que por eso todo debe ser
entregado con generosidad.
4. DAR
Dar lo mejor de
nosotros mismos en el reconocimiento de nuestra fragilidad. No lo hacemos con
triunfalismos, lo hacemos con alegría, con confianza; con la certeza
de que lo poco puesto en las manos de Jesús se transforma en algo grande.
Cada ofrenda
que hacemos en la vida: el minuto ofrecido a alguien que nos necesita o el
trabajo de todos los días, presentado como ofrenda a Dios, siempre es
multiplicado por su amor. Él hace maravillas desde nuestra fragilidad.
La grandeza no
la establece la dimensión de la ofrenda ni quienes se ofrendan, sino el que
toma la ofrenda. Dios hace grande nuestra poquedad.
La gracia de la
humildad no depende de cuántos actos de humildes hacemos, sino de cuánto lugar
ocupa Dios en nuestro corazón.
La humildad es
fruto de la grandeza de Dios, no de que el hombre se haga pequeño. Cuando
Dios es grande el hombre queda en su lugar, no hay forma de que ocupe otro.
5. VOLVER A DIOS
Y si fallamos y
nos puede la soberbia, el último paso (y por lo general) el más eficaz consiste
en volver a Dios y pedirle que nos haga humildes. Solo Él puede
concedernos esa gracia.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia