El padre José Castor Álvarez Devesa recuerda en exclusiva sus 20 horas de detención en un calabozo de Camagüey, el municipio cubano en el que ejerce como párroco
P. José Castor Álvarez Devesa con una tirita en la cabeza. Foto: Facebook del sacerdote |
Estas es la primera impresión pública del padre José Castor Álvarez
Devesa tras ser liberado después de haber pasado 20 horas en un calabozo
camagüeyano. ¿Su delito? Participar en las manifestaciones que
estallaron el domingo 11 en toda Cuba. Con el agravante de que su detención se
produjo por querer socorrer a un herido.
«Ya estaba en retirada la
manifestación después de unos momentos violentos», cuenta, «cuando veo que una
persona todavía estaba cerca de los que estaban practicando la violencia. Me
voy a socorrerlo, como a sacarlo de ese ambiente»…
—¿Y entonces?
—…me dan un batazo [golpe] en la
cabeza. Yo hubiera podido seguir atendiendo, pero al verme sangrando yo mismo
me di cuenta que necesitaba ser transportado al hospital; me acerco a la
Policía, la única que tenía automóviles, y les digo que me lleven. Me subo en
el automóvil junto con otro detenido y me llevan a un policlínico. Una vez
curado, quedé detenido y fui llevado a la unidad policial.
Así empezó su despiadada estancia en
manos de los represores. «Bueno, los alimentos eran parcos, el trato fue
contundente: al haber mucha gente, algunas autoridades andaban algo alteradas,
haciendo a veces gala de agresividad. Preciso en su relato, el sacerdote aclara
que, en honor a la verdad, no puede decir que fuera maltratado o torturado».
—¿Qué pasó por su cabeza durante
esos momentos fatídicos?
—Estuve detenido alrededor de 20
horas. Pude ver a muchas personas que, al igual que yo, se habían manifestado,
muchos jóvenes, y vi también la mano de Dios allí. Decían: «Dios sabe por qué
está usted aquí». Y es verdad que podía haberme quedado. Decían que sentían
fuerza. Comenzamos a conversar entre todos sobre la situación del país. Me
preguntaban si Dios no se ocupaba de Cuba y hablamos de la libertad humana que
ha de responder a la gracia de Dios, cómo el pueblo cubano negó a Dios.
—¿Negó a Dios el pueblo cubano?
—Creo que por culpa de esa
enfermedad espiritual llamada soberbia que se impone cuando triunfa la
revolución; además de otras dos enfermedades espirituales.
—¿Cuáles son?
—La superficialidad y la violencia.
Fueron las condiciones para que la sociedad se quebrara. Pero las veinte horas
de calabozo, sobre el hormigón fueron una experiencia que me permitió hablar lo
mismo de la Sábana Santa que de la Cruz de Jerusalén. Ellos hablaron de sus
vidas. Al final, la experiencia fue dura, pero fructífera. Viví un pedacito de la
Pasión del Señor.
El padre Castor afirma que empezó a
pensar en la Pasión antes de su detención. En el momento en el que comenzaron
las protestas, para ser precisos. Se encaminaba a almorzar a su casa cuando los
pies le llevaron –así lo expresa– hacia el punto de partida de las
manifestaciones: «Sentía que tenía que acompañar a esas personas. Después,
estando en el calabozo, pensé que no iba a poder celebrar la Misa diaria. Pero,
gracias a Dios, salí y me acordaba del Señor en su Pasión, sobre todo de la
coronación de espinas, en la que el Señor fue tan humilde. Que nosotros podamos
ser así».
—¿Qué evaluación hace del movimiento
popular varios días después de su estallido?
—En primer lugar, considero que fue
algo espontáneo de un pueblo con mucha tensión y mucha presión, que sale a
expresar sus ansias de libertad y mejoría fundamentalmente por parte de la
juventud. Como una olla de presión que explota a través de una válvula de
escape. Aquí en Camagüey fue un movimiento bastante pacífico pese a la vehemencia
de la reacción policial. Podría decir algunas frases algo groseras.
—Sin embargo…
—…ha pasado lo que nunca antes había
pasado: se pasó una barrera, se rompió algo que tenía apresado el corazón del
cubano. Sabemos que ahora se está produciendo una ola de represión. Entonces,
aunque ya no pueda haber manifestaciones así, hay algo por dentro que podemos
resumir en una palabra: esperanza.
José
María Ballester Esquivias
Fuente:
Alfa y Omega