Perteneciente a la minoría católica de su país, en el que la religión mayoritaria es la budista o la confesión cristiana protestante, la herencia de la fe le llegó de su abuela
Revista Ecclesia |
Los
Carmelitas Descalzos de la Provincia Ibérica de Santa Teresa de Jesús están de
enhorabuena, este próximo sábado, fray Daniel Bae de la Cruz recibirá
el Orden Sacerdotal en la celebración presidida por Braulio Sáez García,
OCD, obispo emérito auxiliar de Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) en la iglesia
conventual de Nuestra Señora del Carmen de Caravaca de la Cruz.
La historia de
Daniel es de esas que, de primeras, llama la atención por el cambio drástico
que parece produjo su vocación, aunque, al escucharla, se suma a tantas de
quienes, como buenos discípulos, se dejaron hacer en manos del Maestro.
Nació en el
seno de una familia católica en Corea del Sur. Desde niño, la profesión que
siempre le atrajo no fue precisamente la de su padre, ingeniero y arquitecto,
sino la de sus tíos y otros antepasados: militar. «Sentía una inmensa atracción
por esta forma de vida, aunque en mi corazón también rondaba el anhelo de ser
sacerdote», señala Daniel, que recuerda cómo le gustaba contemplar los buques
de guerra desde el puerto de su ciudad, donde hay una base naval.
Perteneciente a
la minoría católica de su país, en el que la religión mayoritaria es la budista
o la confesión cristiana protestante, la herencia de la fe le llegó de su
abuela: «Mi familia es muy católica; empezó mi abuela y, luego, toda la familia
creía en Jesús; además, mi padre es carmelita seglar desde hace muchos años.
Recuerdo que de niño iba a la iglesia con toda la familia y también rezábamos
juntos en casa».
¿Militar o
sacerdote?
Una incógnita que
le rondó durante años. Dos caminos diferentes pero que le atraían por igual,
pero, al final, ganó el pulso la herencia militar e ingresó en la academia: «Me
satisfacía esta nueva vida; lo cierto es que yo quería ser general. En ese
mundo procuraba vivir como un buen cristiano, aunque en ocasiones no era fácil
compaginarlo todo, por ejemplo, no podía ir a la Eucaristía cada día y rezaba
muy poco. Pero, gracias a Dios, nunca olvidé al Señor, y siempre experimentaba
su amor y cercanía».
Casi diez años
de carrera militar, que le llevaron a convertirse en capitán de Infantería,
hasta que un día sintió la voz de Dios que le decía: «Daniel, ¿qué haces aquí?
¿Para ti es importante ser general y tener éxito en la vida? Estas cosas no son
tan importantes. Todas desaparecerán en el mundo, tienes que trabajar para mí,
pero no tengas miedo, voy a estar contigo siempre». Una experiencia que le
marcó profundamente y le hizo replantearse aquella disyuntiva: militar o
sacerdote. Un proceso que vivió durante tres años acompañado por varios
religiosos, hasta que en 2008 decidió dejar el Ejército. «Después de este paso,
viajé yo solo por varios países católicos de Europa durante dos meses e intenté
aclararme en mi camino vocacional. En aquel tiempo conocí en Corea a un padre dominico
español y él me animó a venir a esta tierra».
Fue así como, hace doce años, llegó a España, sin hablar el idioma y sin conocer a nadie. Su primera parada la hizo en Salamanca, allí dedicó un año a aprender español mientras seguía el proceso de su vocación, buscando una espiritualidad que le llenara. Así, en 2010, con la ayuda de las Carmelitas Descalzas de Burgos, se encontró con el Carmelo Descalzo. «Tras una experiencia vocacional, ingresé en la comunidad del aspirantado de Soria. Allí viví durante un año una hermosa etapa de mi vida, que me ayudó muchísimo para discernir mi vocación. Todo era nuevo en mi vida.
Al año siguiente, con el convencimiento de que mi camino era
consagrarme al Señor en el Carmelo Descalzo y con el apoyo de mis formadores, me
enviaron a Granada». En la capital andaluza inició la etapa del postulantado,
con tres compañeros más, durante dos años en los que realizó los estudios de
Filosofía en la facultad de Teología. «Fue una experiencia muy rica y de
crecimiento interior desde la vida comunitaria». La siguiente etapa, la del
noviciado, la realizó en el Desierto de las Palmas en Castellón: «En ese
periodo me enamoré más y más del carisma teresiano que el Señor me regalaba, y
desde el cual vivo mi vida cristiana y de consagrado». Tras finalizar el
noviciado y realizar su primera profesión simple, se estableció de nuevo en
Salamanca, para comenzar la etapa del estudiantado, y después en Madrid, donde
finalizó sus estudios de Teología.
Profesión
solemne en 2019
En 2019 realizó
su profesión solemne y fue destinado al convento de Caravaca de la Cruz. El
pasado 14 de noviembre fue ordenado diácono y este próximo sábado, 10 de julio,
recibirá el Orden Sacerdotal en el convento caravaqueño. «Dios me ha llamado, a
mí, un ser insignificante. Por mi falta de capacidad ha habido muchas
dificultades en mi camino hasta llegar aquí, pero, con la ayuda de Dios y de
mis hermanos de comunidad, he sobrevivido bien», asegura.
En el Carmelo
Descalzo, Daniel ha encontrado su hogar, la espiritualidad y el carisma bajo
los que hacer vida su vocación. Una historia de búsqueda y discernimiento que,
a sus 46 años, ahora logra ver con perspectiva: «En el pasado fui soldado
profesional, pero ahora soy un soldado del Señor, tratando de hacer lo que Él
quiere que haga. La voluntad de Dios no es fácil de descubrir y, en muchos
casos, los hombres la desconocemos. Al igual que el apóstol Pablo, que
persiguió a la Iglesia y se convirtió tras la llamada de Dios, nunca pensé que
mi vida cambiaría así; pero tengo que confesar que cada día veo con más
claridad que mi vida está en el Carmelo Descalzo».
A pesar de
tantos obstáculos Daniel no ha cesado nunca en su empeño y se ha dejado modelar
por las manos del Alfarero, un camino que no ha sido fácil, pero al que anima a
seguir siempre sin miedo: «¿Has sentido alguna vez la llamada de Dios? No te
decepciones en ninguna situación; si la llamada es genuina, una mano amiga te
estará esperando. Si Dios quiere, el próximo 10 de julio seré ordenado
sacerdote en la iglesia del Carmen de Caravaca. Recen por mí para que sea un
buen pastor de la Iglesia».
María de León
Fuente: Revista
Ecclesia