Apedreadas, escupidas, quemaron sus conventos... Así evangelizaron las monjas los Estados Unidos
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Sin
embargo, no siempre fue así. Durante décadas, sufrieron una persecución continua, soportando las blasfemias, los incendios y
destrucción de sus conventos e incluso agresiones provocadas por los
prejuicios protestantes. Global Sisters Report ha explicado cómo, durante décadas, las
monjas desarrollaron su labor asistencial entre católicos y no católicos,
ganándose el respeto, la admiración y el corazón de gran parte de la población.
Persecución, quema de conventos y
difamación
Desde
el comienzo de su apostolado en el siglo XIX, la sospecha, reticencias y
hostilidades amenazaron la
labor –y en ocasiones la vida– de las hermanas católicas en los
Estados Unidos. La cultura fundacional estadounidense las contemplaba como algo
ajeno a su propia identidad, que encontraba en la raza blanca, el origen
anglosajón y la religión protestante sus señas de identidad WASP (White,
Anglo-Saxon & Protestant).
Tras
la llegada de las monjas y sus primeros asentamientos, se hicieron frecuentes los ataques a las
instituciones y centros católicos asentados en Estados Unidos,
formadas principalmente por inmigrantes. Joshua Zeitz cita
algunos ejemplos del siglo XIX, como la quema del convento de las Ursulinas de
Charlestown (Boston); el surgimiento del partido anticatólico Know
Nothing; o las campañas de propaganda y difamación hostiles al
catolicismo a lo largo de todo el siglo.
Las Iglesias parecían construcciones
defensivas
Global Sisters Report cita al
historiador de la Universidad de Hampton Michael Davis para explicar como “muchos
inmigrantes católicos
sufrían y luchaban por mantener su propia identidad en comunidades
donde se les quería muertos”. El mismo Davis menciona que “la propia
edificación de las iglesias católicas construidas en las décadas de 1830 y 1840
parecía imitar las construcciones defensivas”.
Un
caso representativo es el de la hermana francesa St. John Fournier, que
“consciente de las tensiones y dificultades que experimentaban los católicos” fundó por su cuenta y riesgo en
Philadelphia la congregación de las Hermanas de San José.
Maldecían, escupían y abofeteaban a las
monjas
“Las
Hermanas de los Santos Nombres de Jesús y de María también fueron recibidas con
hostilidad” según explica la hermana Carol Higgins acerca de su orden
religiosa: “Había muy pocos católicos y nuestras hermanas eran casi todas
francesas. No hablaban inglés, por ello desde el principio las miraban con recelo, las maldecían o
escupían”.
El
historiador Pat McNamara describió en su blog este ambiente
hostil hacia la fe católica. “En determinadas zonas las monjas salían a la
calle sin hábito. En Indiana les
tiraban piedras, en Nueva Inglaterra las amenazaban con quemar su convento –lo
hicieron en alguna ocasión- y en Nueva York abofetearon a más de una entre
blasfemias”.
Llevaron el cuidado a un país enfrentado
En
Estados Unidos, la Guerra
Civil (1861-1865) dividió profundamente a la sociedad americana. La
versión más difundida argumenta que la guerra enfrentó a los estados del norte,
partidarios de la abolición de la esclavitud, contra los del sur, partidarios
de mantenerla. Sin embargo, esta causa escondía el enfrentamiento entre dos cosmovisiones opuestas, tanto en lo
político como en lo religioso y económico.
Anteriormente,
las hermanas desarrollaron
iniciativas sociales, orfanatos, escuelas y hospitales para cuidar a
los enfermos de viruela, que adquirieron especial relevancia durante los años
de la Guerra. Las monjas católicas eran las de las pocas enfermeras capacitadas
que ayudaron a todos los
heridos, independientemente de su confesión religiosa.
McNamara detalla las palabras de un soldado
dirigidas a uno de los casos más representativos de estas monjas, la hermana
Antonia. “Realizó las tareas más repugnantes, parecía un ángel y muchos deben
la vida a sus cuidados. ¡Feliz el soldado que, sangrando y herido, escuchaba
sus palabras de consuelo! La
adoraban los Azules (del Norte) y los Grises (del Sur), protestantes o
católicos”.
Un elemento unificador en plena guerra
Lo explicó Nic Rowan en The
Wall Street Journal. “Las monjas de las Hermanas de la Caridad
atendieron a los soldados heridos en un hospital de campaña de Nashville,
Tennessee. Se estaban preparando para trasladarse a otro hospital, cuando los
soldados y moribundos comenzaron a protestar. Se habían convertido en un consuelo para ellos”, explica.
Los
soldados comenzaron a redactar una petición para que se quedasen las monjas:
“`Quiero firmar esa petición, la firmaría 50 veces si me lo pidieran”, dijo el
soldado. “Las hermanas han sido
para mí como mi madre desde que estoy aquí, pero si las hermanas se van, sé
que moriré”, cita Rowan. Más de 230 hombres firmaron la petición, y las monjas
se quedaron.
“Si
el cristianismo existe, las hermanas son sus mejores seguidoras”
Rowan
rescata el caso de un soldado de la Unión hecho prisionero, que escribió a la
superiora de las Hermanas de la Misericordia en 1864: “No soy de su Iglesia y
siempre me han enseñado a creer que no es más que maldad, pero soy libre de
admitir que si el cristianismo existe, tiene algunos de sus seguidores más cercanos entre las damas de su
Orden”.
Cerca
de 700 hermanas religiosas recorrieron los campos de batalla durante la Guerra
Civil, “ofreciendo un respiro de los horrores del combate”, afirma Rowan.
Destaca a las Hermanas de la Caridad de Ann Seton como el grupo más numeroso,
“con más de 300 monjas acompañando a las tropas de ambos bandos junto con
sacerdotes católicos”.
Todo por hacer tras la guerra: iglesias,
guarderías, educación...
Concluida
la Guerra Civil, las hermanas de multitud de congregaciones se organizaron para continuar su
labor en beneficio de la sociedad americana, mediante la creación de
multitud de iniciativas sociales.
La
historiadora Mary Beth Fraser Connolly explica como las hermanas Blandina y Justina “inauguraron la
casa de Santa María donde ayudaron
a los inmigrantes italianos a aprobar sus exámenes de ciudadanía” durante
la década de 1860, “además de establecer nuevas iglesias, guarderías o cooperativas
de crédito”, entre otros centros.
Una
de ellas, Sor Blandina, destacó por doblegar la voluntad de un
peligroso criminal. Un sicario del asesino Billy el Niño resultó herido en
un duelo y ningún médico accedió a atenderle. La misma Blandina se ocupó de
cuidar y aliviar al sicario, pero no pudo hacer nada por salvarle. Cuando Billy
el Niño regresó para vengarle, se dispuso a matar a los médicos que se habían
negado a atender a su hombre. Al saber lo que Sor Blandina hizo por el, le dijo
que haría por ella lo que le pidiese, y esta suplicó clemencia por la vida de
aquellos cuatro médicos. Billy accedió y se marchó.
Queridas por todos
Las
hermanas y religiosas comenzaron su labor de apostolado y caridad con el
estigma de la persecución y el rechazo social, y acabaron recibiendo el reconocimiento y gratitud de la
sociedad americana.
“Una
señal de lo veneradas que se volvieron fue un editorial del Salt
Lake Tribune de 1936", concluye Global Sisters
Report. En ella se elogiaba a la hermana O`Connor –madre superiora
en el Hospital Holy Cross-como `una de esas mujeres abnegadas que renuncian a
los placeres y aspiraciones mundanas para dedicar sus vidas, talentos, tiempo y pensamientos al servicio
del Salvador, la mejora de la humanidad y el alivio del sufrimiento´”.
J. M. Carrera
Fuente: ReL
