La imagen del buen pastor, que da nombre al cuarto domingo de Pascua, comporta una idea fundamental para entender por qué Cristo se aplica a sí mismo este título tan entrañable: Yo soy el buen pastor que da la vida por sus ovejas.
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Dominio público |
Llama la atención, frente a esta claridad
evangélica, que algunos exegetas expliquen la muerte de Cristo como algo
inesperado para él, de forma que no tuvo más remedio que aceptar el desenlace
de la muerte. Es obvio que, en la muerte de Jesús, han intervenido factores
religiosos y políticos que provocaron su muerte. Esto no quita para que
previera su muerte y la asumiera con entera libertad.
De esto se trata en la imagen del buen pastor, sobre la que un
investigador de la talla de A. Wikenhauser dice: «Este rasgo de la figura del
pastor no proviene ni del Antiguo Testamento ni de las fuentes extrabíblicas;
ni aparece siquiera en los sinópticos. Su origen no tiene otra explicación que
el hecho mismo de la entrega que Jesús hizo de su vida sobre la cruz». Jesús
fue consciente de que su enseñanza y su actuación le conducirían a la muerte,
que aceptó con absoluta libertad como encargo recibido del Padre.
Por eso, en las plegarias eucarísticas se subraya, antes de la
consagración, que su pasión fue «voluntariamente aceptada». Dicho con otras
palabras: en su amor a los suyos hasta la muerte, Cristo ha mostrado su libertad
de amar y de morir. Este dato es esencial para entender el dogma cristológico.
Así lo confesó también ante el procurador Poncio Pilato cuando este le advierte
que tiene autoridad para condenarlo. La réplica de Jesús es contundente: «No
tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto» (Jn
19,11).
Hay otra afirmación de Jesús que conviene
comentar para entender su misión y la de la Iglesia. Es la siguiente: «Tengo,
además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que
traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor» (Jn
10,16). Muchos cristianos y no cristianos no entienden que la Iglesia deba
llevar el Evangelio a todos los hombres. Consideran esta tarea como una especie
de «colonización cristiana» de las diferentes culturas y pueblos. ¿No sería
mejor —se preguntan— que los hombres siguieran sus propios caminos de
salvación, que, en la providencia de Dios, pueden conducirle a él? Este
planteamiento haría inútil, en primer lugar, la encarnación del Hijo de Dios,
que ha venido precisamente a revelar el camino hacia el Padre.
Aunque el hombre pueda salvarse por caminos que solo Dios
conoce, éste ha querido revelarse en su Hijo para manifestar su amor a los
hombres de una manera que ninguna mente humana hubiera sospechado. Por eso dice
Jesús que el Padre le ha enviado a congregar a todos los hombres en un solo
rebaño bajo un solo pastor. Por otra parte, el cristianismo se presenta como
una oferta de libertad. La fe se propone, no se impone. Pero iría contra la
universalidad de la fe y contra la fraternidad universal de los hombres
privarles del conocimiento de lo acontecido en Cristo —la salvación eterna— y,
en último término, dejaría a los hombres huérfanos del amor y de la compañía de
quien nos ama hasta dar la vida por nosotros. Como decía san Juan Pablo II,
Cristo es un derecho de los pueblos y de cada hombre.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia