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Padre Thibaut. Dominio público |
“Crecí
en una familia de maestros ateos y simpatizantes comunistas. Mi padre era profesor de inglés,
marxista-leninista; mi madre, pintora y profesora de arte, era maoísta. Sin
embargo, nací en una maternidad católica en Lille en 1960 porque estaba cerca
de casa. Y me bautizaron muy rápido como era habitual”, recuerda sobre su
infancia.
Sus
padres eran unos idealistas y convencidos marxistas. Su catecismo ya no fue el de la Iglesia sino que le hacían
aprender de memoria la doctrina comunista. Y así fue creciendo. En su
habitación tenía un gran póster del Ché Guevara y otro con un puño en alto
cerrado que decía: “El pueblo unido jamás será vencido”.
En 1965 sus
padres querían reconquistar la tierra y se fueron a una finca en medio del
campo sin agua potable ni calefacción. Allí experimentó una profunda soledad e
incluso tuvieron que llevarle a un psiquiatra.
El Mayo del 68 y su iniciación en el ocultismo
Pero
llegó Mayo
del 68 y sus padres enloquecieron con la “revolución”. “Mientras mis padres protestaban y
levantaban barricadas, yo leía pues su biblioteca era muy diversa. Me
hacía muchas preguntas existenciales, porque si Dios no existía, y sólo era una
proyección del inconsciente del hombre, según me decían mis padres, y la
religión era el ‘opio del pueblo’, yo tenía que encontrar respuestas en otra
parte”, relata en su testimonio.
Este
fue el momento en el que el pequeño Jean-Christophe Thibaut comenzó siendo niño a curiosear y a acercarse a ciencias
oscuras. Empezó con la adivinación con el péndulo a través de la
radiestesia.
De ahí
pasó a la metempsicosis, según la cual el alma puede estar en varios seres, y
de ahí a la hipnosis para querer volver a vidas pasadas. Sin saberlo se estaba
introduciendo en caminos peligrosos y junto a un amigo empezaron a hipnotizarse el uno al
otro llamando a los espíritus. Y éstos respondieron. “Los espíritus
nos atravesaron, y surgieron poderes. Estábamos divididos entre el miedo y la
fascinación”, reconoce.
Pero
entonces, un día su amigo comenzó a hablar con voz adulta, Jean-Christophe le
grabó y al reproducírsela se quedó pálido. Esta voz decía: “cualquiera que sea mi nombre…” y
que según este sacerdote es una firma del diablo.
Así
se fueron introduciendo en la magia. “Nos rendimos a su poder cuando, por boca
de mi amigo, con los ojos
cerrados y en la oscuridad de la habitación, adivinó las palabras que había
escrito yo en una hoja de papel metida en un sobre cerrado”, recuerda.
Ya
con 18 años estos espíritus malignos les dijeron que debían hacer un viaje.
“Iríamos y vendríamos en el día, sólo tenía que levantar el pulgar para que un
coche se detuviera y nos recogiera. Por orden de ellos profanamos una capilla. ¡Qué el Señor me
perdone! Estos recuerdos todavía hoy me despiertan por las noches”,
afirma el ahora sacerdote.
Esclavo de los espíritus malignos
Tras
concluir el Bachillerato, Jean-Cristophe Thibaut querría haber estudiado
Literatura pero afirma que estos
espíritus “me exigieron que me matriculase en Psicología. ‘Es parte de un
plan’, me explicaron”. Y obedeció.
“Cuando
te introduces en la espiral del espiritismo te atraviesa por completo. Por eso digo a los jóvenes: ‘no la
toquéis nunca’. Los espíritus se volverán tiránicos incluso en los más
pequeños detalles de tu existencia, hasta el punto de prohibirte, por ejemplo,
¡cruzar una línea blanca en la calle!”, recalca el religioso.
Ya en
la universidad se unió a
la Liga Comunista Revolucionaria, porque en el plan de su vida la
destrucción era necesaria también en el ámbito político y social. Era tal su
punto de fanatización que incluso fue expulsado de esta organización por
extremista.
Pero
justo en ese momento estaba en pleno proceso de un encargo muy especial y que
él acogió con gusto. La sala de esta organización comunista se encontraba justo
encima de la capilla católica. “Esto nos irritaba especialmente porque había
más gente entre los católicos que entre los nuestros. Como yo quería luchar el jefe me mandó ‘destruir lo católico’
pero con delicadeza, por infiltración…”.
Tras
estudiar a sus enemigos católicos elaboró el plan. Entre ellos había un antiguo
compañero del instituto llamado Christophe. Él se haría pasar por alguien que está en búsqueda y una vez en
contacto con él le arrancaría su fe.
“Este
chico tenía (eso creía yo) un defecto y lo sabía: su padre había muerto en un
accidente automovilístico unos años antes. Sería fácil para mí atacarlo en este
punto: ‘¿Dices que Dios es
bueno cuando mató a tu padre?’. Si Christophe perdía la fe, todo el grupo
la perdería. Iba a ser un trabajo rápido: este Dios que se hace hombre es bueno
para los idiotas y las ancianas que necesitan tranquilizarse antes de morir. No
será difícil hacerlo tambalear”, explica.
Así
llegó este contacto. Un encuentro semanal de algo más de media hora con él.
Tras prepararse todos sus argumentos anticatólicos se lanzaba en tromba contra
él. Pero cada día tras este debate, el joven católico le contestaba: “Lo siento, todavía tengo fe”. Y
esto irritaba a Jean-Christophe.
Una conversión tumbativa
Siguiendo
esta línea de acabar con el enemigo acabó en un campamento, porque cabe
recordar que se hacía pasar por un joven que estaba en búsqueda. En aquel
campamento lograba
escaparse de los tiempos de oración y de la misa. Pero el 17 de julio
de 1979, nunca olvidará esa fecha, algo ocurrió en su interior.
“No sé exactamente por qué, pero me quedé en la oración de la tarde. Ya de noche, a las 22.30, recuerdo haber pensado: ‘¡estoy cansado de estar atrapado por los espíritus!’. Y luego: ‘hay algo hermoso y que transmite paz en estos cristianos’. Y de repente me encontraba de rodillas. Esta brecha en mi muro interior fue sin duda suficiente para el Espíritu Santo porque se precipitó por ella.
¡Estuve arrodillado dos horas! Cuando
me levanté, era un creyente, un católico, creía todo lo que profesa la Iglesia,
y ¡mi corazón rebosaba de alegría!”, confiesa en su impresionante testimonio.
El propio padre Thibaut asegura que su conversión fue “tan brutal como el camino a Damasco” de San Pablo, “pero el resto tardaría un poco más”. De hecho, explica que tuvo que “descubrir la Iglesia, desde la A hasta la Z: ¡ni siquiera sabía hacer la señal de la cruz! También necesité romper con ciertos hábitos mentales, como por ejemplo, dejar de buscar mensajes secretos en los Evangelios…
Finalmente, debía
renunciar claramente a los poderes mágicos. Me deshice de todos los grimorios
(libros de magia) y objetos relacionados con las prácticas esotéricas”.
Además, acudió al sacramento de la
confesión, “muy eficaz contra las ataduras”, y recibió una oración de
liberación completa puesto que “a Satanás no le gusta que se le escape
un alma que ha atado, por lo que hace todo lo posible por recuperarla jugando
con sus debilidades…”. Por ello, este sacerdote recomienda “ponernos en los
brazos de Cristo –en los sacramentos de su Iglesia- y estar
acompañado por un sacerdote familiarizado con este tipo de prácticas”.
Finalmente, Jean-Christophe hizo la comunión a
los 24 años y la confirmación a los 28. Mientras se producía todo esto
se mudó con su familia a Metz y en la universidad se matriculó en secreto en
Teología.
Llevaba
una doble vida pues sus padres eran comunistas y profundamente anticatólicos. Decía que se iba al cine cuando en
realidad acudía a misa. Hasta que lo confesó todo y les dijo: “Soy
cristiano, hago Teología y he elegido a Cristo para siempre”.
La
respuesta de sus padres estuvo llena de desprecio y además dejaron de pagarle los estudios. Pero él se puso
a trabajar y continuó con Teología. Mientras tanto, el antiguo satanista
caminaba en todo momento con una Biblia en su mano.
Las
preguntas no tardaron en llegar:"¿No quieres ser sacerdote?". No,
respondía siempre él resistiéndose a una llamada que sintió durante cinco o
seis años. Finalmente, su vocación se impuso aunque antes de ingresar en el seminario contó a su obispo todo su
pasado, sin ocultarle absolutamente nada, incluso la profanación de la
capilla. Y así fue como tras estudiar varios años en Roma fue ordenado
sacerdote en 1992.
Desde
entonces ha sido un
auténtico ciclón de la evangelización, especialmente entre los más
jóvenes sabiendo lo vulnerables que pueden ser en ese momento y la ayuda que
necesitan para vencer la tentación.
Javier Lozano
Fuente: ReL