Tener a Dios presente en todo momento, y reconocerlo en nuestra alma y nuestra vida -la contemplación- es lo esencial de la mística
![]() |
P Deliss / GODONG |
La palabra
“místico/a” deriva de un término griego que significa “misterio”. Tiene varios
significados, y aquí nos limitaremos a mencionar los que tienen que ver con la
teología y la vida cristianas.
El Catecismo de la Iglesia Católica incluye
esta palabra 25 veces. De ellas, 21 son para designar a la Iglesia como Cuerpo
Místico de Cristo.
Con ello se
quiere significar una presencia misteriosa e invisible de Cristo en su
Iglesia, a la vez que real, hasta poder considerarla como Cuerpo suyo,
siendo Cristo mismo su cabeza.
Es
interesante considerar que, hasta el siglo XI, la expresión “cuerpo místico” se
aplicaba a la Eucaristía –el misterio de la fe por
excelencia-, mientras que se hablaba de “presencia real” de Cristo en la
Iglesia.
Pero, para dejar clara la presencia real de Cristo en la Eucaristía a raíz de cierta herejía (de Berengario de Tours), permutaron las expresiones.
Se entiende así la íntima asociación de los dos misterios, y el significado original de “místico”. De todas formas, este significado no se aplica a las personas singulares.
Una persona mística
El significado para los individuos se encuentra en un solo punto del Catecismo, el 2014, que figura dentro de un apartado titulado “la santidad cristiana”. Dice así:
“El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos –“los santos misterios”- y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos”.
En un sentido parecido, bastantes tratados de vida cristiana, teniendo en cuenta que en ella confluye el esfuerzo humano con el don divino, llamaban “ascética” a lo primero, y “mística” a lo segundo.
Todo esto apunta a lo que designa esta intimidad y familiaridad con Cristo –o, si se prefiere, con el Dios Trino a través de Cristo-: contemplación.
El Catecismo, en el punto citado, aclara que en sí no es un fenómeno extraordinario, sino ordinario; o sea, asequible a quien vive con constancia una vida de oración.
Esta presencia de Dios –tenerlo presente en todo momento, y reconocerlo presente en nuestra alma y nuestra vida- es lo que se conoce como contemplación, y es lo esencial de la mística. Es un don de Dios, no un mérito propio.
Lo que no es la mística
Estas realidades sobrenaturales no siempre son comprendidas. Muchas personas creen que pensar en las cosas del cielo quita la atención en las de la tierra.
Por eso, entienden palabras como contemplación o mística en el sentido de que conllevan una falta de atención a las cosas de este mundo, cuando en realidad no es así.
Basta conocer de cerca la vida de los dos grandes místicos del siglo de oro español, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz, para darse cuenta de que toda su mística no les impidió tener los pies bien en el suelo.
Julio de la Vega-Haza
Fuente: Aleteia