I. La Iglesia desea que todos sus hijos
que en todos los momentos de nuestra vida tengamos la misma actitud de
expectación que tuvieron los profetas del Antiguo Testamento, ante la venida
del Mesías. Considera como una parte esencial de su misión hacer que sigamos mirando
hacia el futuro, aun ahora que se cumplen dos mil años de aquella primera
Navidad.
Nos
alienta a que caminemos con los pastores, en plena noche, vigilantes,
dirigiendo nuestra mirada hacia aquella luz que sale de la gruta de Belén.
Estad vigilantes, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa (Juan 1, 11).
Despertad, nos repetirá San Pablo (Romanos 13, 11). Porque también nosotros
podemos olvidar lo fundamental de nuestra existencia. “Ven, Señor, no tardes”.
Preparemos el camino para el Señor que llegará pronto; es el momento de apartar
los obstáculos si no vemos con claridad la luz que procede de Belén, de Jesús.
II. Los verdaderos enemigos que luchan
sin tregua para mantenernos alejados del Señor, están en el fondo de nuestra
alma: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo
de la vida. La concupiscencia de la carne es también, -además de la tendencia
desordenada de los sentidos en general, el desorden de la sensualidad-, la
comodidad, la falta de vibración, que empuja a buscar lo más fácil, lo más
placentero, el camino más corto, aun a costa de ceder en la fidelidad a Dios.
El
otro enemigo, la concupiscencia de los ojos, es una avaricia de fondo, que nos
lleva a valorar solamente lo que se puede tocar. La soberbia de la vida hace
que la inteligencia humana se considere el centro del universo que se
entusiasma de nuevo con el seréis como dioses (Génesis 3, 5) y, al llenarse de
amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios. Puesto que el Señor viene
a nosotros, hemos de prepararnos con una Confesión llena de amor y de
contrición.
III. Estaremos alerta a la venida del
Señor, si cuidamos con esmero la oración personal, si no descuidamos las
mortificaciones pequeñas, si hacemos un delicado examen de conciencia. Salgamos
con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no
tardará, leemos en las antífonas de la liturgia.
Nuestra
Señora espera con gran recogimiento el nacimiento de su Hijo. Junto a Ella nos
será fácil disponer nuestra alma para la llegada del Señor.
