El otro día cometí una falta hacia una hermana y me salió enseguida, y
esto sin previa reflexión, la disculpa; es decir, el justificante que atenúa la
culpa, ¡y esto cuando iba a pedir perdón!, ¡que ya me parecía mucho!... Y le
dije a mi hermana: “Lo siento, pero fue porque esto o aquello me hizo actuar así
…”
Después, en la oración, el Señor me hizo ver que esta forma de pedir perdón
no satisface al ofendido y menos a Dios, que es con quien el que ofende se
querría justificar…
Y siempre la Biblia, con sus Palabras de vida eterna, me salía al paso
para enseñarme las actitudes correctas, que agradan a Dios…
En el Génesis se nos cuenta el pecado de Adán y Eva, ante la
prohibición de Dios, de comer del fruto del árbol… Dice Eva: “Es que la
serpiente me dio del fruto y comí”; y Adán, no menos se disculpa: “Es que la
mujer que me diste, me dio y comí …” Solo la serpiente no se justifica: “Sí, yo
les tenté y cayeron …” Y vemos que a Dios no le valieron estos atenuantes,
porque castigó al hombre y a la mujer, y es que Él juzga los hechos e
intenciones, y no las disculpas. A aquellos, solo es Él el que les aplica la
misericordia y el perdón…
Y pensaba: ¡qué importante es el amor a la verdad, en nuestras faltas,
para ser acogidos de nuevo en el Corazón de Dios!… Nada de: “lo hice porque tal
o cual; o tiene su justificante, en los estímulos malos, fuera de mí: ‘¡pero yo
no lo quería!’…”
Si a Dios le agradó David, fue, no porque no fuera grave su falta, sino
porque caminaba en la vida en verdad, de cara Dios y no de cara a sí mismo…
Hoy el reto del amor es aceptar que soy débil y no perfecto, y asumir
mis fallos, con verdad, porque así Dios, y el hermano, siempre me darán su
perdón, y ellos serán los que acojan mi falta, con amor...
VIVE DE CRISTO
Fuente: Dominicas de Lerma