![]() |
Shutterstock |
Firdaus Khaled |
Necesito
soltar peso para poder guardar lo que me hace falta. Necesito soltar mis
amarres para emprender el vuelo. Levar ancla para navegar mar adentro. Dejar
atrás el peso de mi equipaje para caminar más ligero.
Una y otra
vez me confronto con la realidad desde mis prejuicios y mis miedos. Soy
consciente de que tengo cosas aprendidas que no me hacen bien.
Se me ha metido en el alma la idea del mérito y cada cosa que hago suma o resta, no es indiferente. He percibido que el aplauso viene con un acto bueno de mi parte. Y la crítica, la condena y el juicio cada vez que no respondo a lo que el mundo espera.
Me
he acostumbrado a caminar encadenado cuidando mis palabras, mis maneras, mis gestos. No vayan a
pensar que no soy el ser ideal que pretendo mostrarles.
He
aprendido que al amor recibido se suele responder con amor, pero no siempre. Y a veces soy cauto, no vaya a ser que no
me correspondan con la misma moneda.
He aprendido que todos los errores tienen
consecuencias. Y no siempre basta el perdón para empezar de nuevo. He sabido
que mis fracasos dejan heridas en la piel, cicatrices para siempre que me
recuerdan de dónde vengo.
He aprendido a dar con medida,
sin exagerar, para no llevarme sorpresas al no recibir nada a cambio. He
comprendido que la vida tiene sus tiempos y mi impaciencia me lleva a pasar
malos ratos, porque no todo sucede cuando yo deseo.
He aprendido a vivir sin muchas expectativas, porque cada vez que las he tenido
alguien, o la vida misma, me han defraudado.
He tenido sueños imposibles que
me han llenado de pájaros la cabeza. Y tal vez por eso me da miedo soñar
demasiado. He probado el abrazo del amor y he sabido
que algo así sólo será permanente en el cielo.
Me han saciado los bienes del
mundo, dejándome no sé por qué algo hastiado e insatisfecho. Y esto que aprendo
se queda tan grabado que quizás tengo que desaprenderlo para aprender cosas
nuevas.
Me
han dicho que Dios ha de ser lo más importante en mi vida. Pero no siempre he
tocado su presencia.
Comenta el padre José Kentenich:
«Es que
el amor se enciende siempre en el amor. Si yo mismo no estoy apegado a la vida
de Dios, ¿cómo puedo aprender y enseñar a valorar y a apreciar nuevamente a
Dios como el bien supremo?»[1].
Tengo claro que el
testimonio es lo que de verdad enseña. La experiencia vista en la carne de los que amo y
admiro. El amor a Dios hecho gestos. El amor a ese Dios al que me apego.
Tengo que desaprender para volar más
alto. Y captar nuevos valores que no siempre se corresponden con los que he
vivido.
Como querer navegar hondo en el
mar dando brazadas sobre las olas. Me hundiría. Sé que el hombre libre que hay
dentro de mí sueña con playas inmensas en las que dejar las huellas. Y la paz
que no poseo es la que he sentido en muchos momentos de cielo.
Quiero aprender de Jesús que me
muestra el camino en su carne humana. Aprender de Él que se hace presente para
que aprenda yo a vivir de verdad.
Me pongo
ahora mismo a desaprender esos viejos hábitos, tal vez vicios, pegados en mi
alma. Esa forma mezquina y egoísta de ver la vida.
Me
detengo a mirar a los demás sin prejuicios, sin miedos, como Jesús los miraba. Y deseo que mi
horizonte sea tan amplio como el que Él tenía. Su pasión por la vida y su forma
de vivir lo cotidiano. Ese abrazo a Pedro con una mirada. Y esa forma suya de
hacerlo todo fácil.
Tendré que desaprender lo que ya
he aprendido. Y desandar el camino recorrido. Tendré que liberarme
de viejas ataduras y saber que en amar nadie va a superarme.
[1] King, Herbert. King Nº 2 El
Poder del Amor
