EL MÉRITO DE LAS BUENAS OBRAS
II. Los méritos de Cristo y de María.
III. Ofrecer a Dios nuestra vida corriente. Merecer por los demás.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: -«A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen,
orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la
otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale;
al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que
ellos os traten.
Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que
os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si
prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores
prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros
enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y
seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed
compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados;
no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se
os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La
medida que uséis, la usarán con vosotros»” (Lucas 6,27-38).
I. La vida es un tiempo
para merecer; en el Cielo ya no se merece, sino que se goza de la recompensa;
tampoco se adquieren méritos en el Purgatorio, donde las almas se purifican de
la huella que dejaron sus pecados.
En
el Evangelio de la Misa de Hoy (Lucas 6, 27-38) nos enseña el Señor que las
obras del cristiano han de ser superiores a la de los paganos para obtener esa
recompensa sobrenatural. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?,
Pues también los pecadores aman a quienes los aman.
La caridad debe abarcar a todos los hombres,
sin limitación alguna, y no sólo debe extenderse a quienes nos hacen bien,
porque para esto no sería necesaria la ayuda de la gracia: también los paganos
aman a quienes los aman a ellos. Mis elegidos no trabajarán nunca en vano, nos
dice en Señor en boca del Profeta Isaías (65, 23). Ahora es el tiempo de
merecer.
II. La más pequeña obra de
cada día ofrecida al Señor, puede ser meritoria por los infinitos merecimientos
que Cristo nos alcanzó en su vida aquí en la tierra, pues de su plenitud
recibimos todos gracia sobre gracia. (Juan 1, 16). A unos dones se añaden
otros, en la medida en que correspondemos; y todos brotan de la misma fuente
única que es Cristo, cuya plenitud de gracia no se agota nunca.
Una
sola gota de Su Sangre, enseña la Iglesia, habría bastado para la Redención de
todo el género humano. Nadie como la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra,
participó con tanta plenitud de los méritos de su Hijo. Debe darnos una gran
alegría considerar con frecuencia los méritos infinitos de Cristo, la fuente de
nuestra vida espiritual, y contemplar también las gracias que María nos ha
ganado con su inmensa fe y perfecta caridad.
III. Nuestros actos merecen,
en virtud del querer de Dios, una recompensa que supera todos los honores y
toda la gloria que el mundo pueda ofrecernos. El cristiano en estado de gracia
logra con su vida corriente, cumpliendo sus deberes, un aumento de gracia en su
alma y la vida eterna.
Nuestras
obras son meritorias si las realizamos bien y con rectitud de intención,
buscando sólo la gloria de Dios; nos apropiamos así las gracias de valor
infinito que el Señor nos alcanzó principalmente en la cruz y los de su Madre,
que tan singularmente corredimió con Él.
¿Procuramos
ofrecer todo al Señor? ¿Aprovechemos todas las oportunidades para ayudar a los
demás en su camino hacia el Cielo. Alegraos y regocijaos en aquel día, porque
es muy grande vuestra recompensa (Lucas 6, 20-26).
Nuestra
Madre nos ayudará a pensar en el Cielo y enderezar nuestros pasos hacia él.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org