EL PODER DE LA FE
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Dominio público |
II. Más gracias cuanto mayores son los obstáculos.
III. Fe con obras.
“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un
hombre, que le dijo de rodillas: -«Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene
epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo
he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo.»
Jesús contestó:
-« ¡Generación perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?
¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo.» Jesús increpó al demonio, y
salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le
preguntaron aparte: -«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?» Les contestó: -
«Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de
mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os
sería imposible»” (Mateo 17,14-20).
I. Entre una inmensa
muchedumbre que espera a Jesús, se adelantó un hombre y, puesto de rodillas, le
suplicó: Señor, ten compasión de mi hijo... Es una oración humilde la de este
padre, como reflejan su actitud y sus palabras. No apela al poder de Jesucristo
sino a su compasión; no hace valer méritos propios, ni ofrece nada: se acoge a
la misericordia de Jesús.
Acudir
al Corazón misericordioso de Cristo es ser oídos siempre: el hijo quedará
curado, cosa que no habían logrado anteriormente los Apóstoles. Más tarde, a
solas, los discípulos preguntaron al Señor por qué ellos no habían logrado
curar al muchacho endemoniado. Y Él les respondió: Por vuestra poca fe. Porque
os digo que si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este monte:
trasládate de aquí allá, y se trasladaría y nada os sería imposible.
Cuando
la fe es profunda participamos de la Omnipotencia de Dios, hasta el punto de
que Jesús llegará a decir en otro momento: el que cree en Mí, también hará las
obras que Yo hago, y las hará mayores que éstas, porque Yo voy al Padre. Y lo
que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si pidiereis algo en mi nombre, Yo lo haré. Y comenta San Agustín: «No será
mayor que yo el que en mí cree; sino que yo haré entonces cosas mayores que las
que ahora hago; realizaré más por medio del que crea en mí, que lo que ahora
realizo por mí mismo».
El
Señor dice a los Apóstoles en este pasaje del Evangelio de la Misa que podrían
«trasladar montañas» de un lugar a otro, empleando una expresión proverbial;
entre tanto, la palabra del Señor se cumple todos los días en la Iglesia de un
modo superior. Algunos Padres de la Iglesia señalan que se lleva a cabo el
hecho de «trasladar una montaña» siempre que alguien, con la ayuda de la
gracia, llega donde las fuerzas humanas no alcanzan. Así sucede en la obra de
nuestra santificación personal, que el Espíritu Santo va realizando en el alma,
y en el apostolado. Es un hecho más sublime que el de trasladar montañas y que
se opera cada día en tantas almas santas, aunque pase inadvertido a la mayoría.
Los
Apóstoles y muchos santos a lo largo de los siglos hicieron admirables milagros
también en el orden físico; pero los milagros más grandes y más importantes han
sido, son y serán los de las almas que, habiendo estado sumidas en la muerte
del pecado y de la ignorancia, o en la mediocridad espiritual, renacen y crecen
en la nueva vida de los hijos de Dios. «"Si habueritis fidem, sicut granum
sinapis!" -¡Si tuvierais fe tan grande como un granito de mostaza!...
»-¡Qué
promesas encierra esa exclamación del Maestro!». Promesas para la vida
sobrenatural de nuestra alma, para el apostolado, para todo aquello que nos es
necesario...
II. Señor, ¿por qué no
hemos podido curar al muchacho? ¿Por qué no hemos podido hacer el bien en tu
nombre? San Marcos, y muchos manuscritos en los que se recoge el texto de San
Mateo, añade estas palabras del Señor: Esta especie (de demonios) no puede
expulsarse sino por la oración y el ayuno.
Los
Apóstoles no pudieron librar a este endemoniado por falta de la fe necesaria;
una fe que había de expresarse en oración y mortificación. Y nosotros también
nos encontramos con gentes que precisan de estos remedios sobrenaturales para
que salgan de la postración del pecado, de la ignorancia religiosa... Ocurre
con las almas algo semejante a lo que sucede con los metales, que funden a
diversas temperaturas. La dureza interior de los corazones necesita, según los
casos, mayores medios sobrenaturales cuanto más empecinados estén en el mal. No
dejemos a las almas sin remover por falta de oración y de ayuno.
Una
fe tan grande como un grano de mostaza es capaz de trasladar los montes, nos
enseña el Señor. Pidamos muchas veces a lo largo del día de hoy, y en este
momento de oración, esa fe que luego se traduce en abundancia de medios
sobrenaturales y humanos. Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.
«Ante ella caen los montes, los obstáculos más formidables que podamos
encontrar en el camino, porque nuestro Dios no pierde batallas.
Caminad,
pues, in nomine Domini, con alegría y seguridad en el nombre del Señor. ¡Sin
pesimismos! Si surgen dificultades, más abundante llega también la gracia de
Dios; si aparecen más dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay
muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios. La ayuda divina es proporcionada
a los obstáculos que el mundo y el demonio opongan a la labor apostólica. Por
eso, incluso me atrevería a afirmar que conviene que haya dificultades, porque
de este modo tendremos más ayuda de Dios: donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia (Rom 5, 20)».
Las
mayores trabas a esos milagros que el Señor también quiere realizar ahora en
las almas, con nuestra colaboración, pueden venir sobre todo de nosotros
mismos: porque podemos, con visión humana, empequeñecer el horizonte que Dios
abre continuamente en amigos, parientes, compañeros de trabajo o de estudio, o
conocidos. No demos a nadie por imposible en la labor apostólica; como tantas
veces han demostrado los santos, la palabra imposible no existe en el alma que
vive de fe verdadera. «Dios es el de siempre. -Hombres de fe hacen falta: y se
renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura.
»-"Ecce
non est abbreviata manus Domini" -¡El brazo de Dios, su poder, no se ha
empequeñecido!». Sigue obrando hoy las maravillas de siempre.
III. «Jesucristo pone esta
condición: que vivamos de la fe, porque después seremos capaces de remover los
montes. Y hay tantas cosas que remover... en el mundo y, primero, en nuestro
corazón. ¡Tantos obstáculos a la gracia! Fe, pues; fe con obras, fe con
sacrificio, fe con humildad. Porque la fe nos convierte en criaturas
omnipotentes: y todo cuanto pidiereis en la oración, como tengáis fe, lo
alcanzaréis (Mt 21, 22)».
La
fe es para ponerla en práctica en la vida corriente. Habéis de ser no sólo
oyentes de la palabra, sino hombres que la ponen en práctica: estote factores
verbi et non auditores tantum. Haced, realizad en vuestra vida la palabra de
Dios y no os limitéis a escucharla, nos exhorta el Apóstol Santiago. No basta
con asentir a la doctrina, sino que es necesario vivir esas verdades,
practicarlas, llevarlas a cabo. La fe debe generar una vida de fe, que es
manifestación de la amistad con Jesucristo. Hemos de ir a Dios con la vida, con
las obras, con las penas y las alegrías... ¡con todo!.
Las
dificultades proceden o se agrandan con frecuencia por la falta de fe: valorar
excesivamente las circunstancias del ambiente en que nos movemos o dar
demasiada importancia a consideraciones de prudencia humana, que pueden
proceder de poca rectitud de intención. «Nada hay, por fácil que sea, que
nuestra tibieza no nos lo presente difícil y pesado; como nada hay tampoco tan
difícil y penoso que no nos lo haga del todo fácil y llevadero nuestro fervor y
determinación».
La
vida de fe produce un sano «complejo de superioridad», que nace de una profunda
humildad personal; y es que «la fe no es propia de los soberbios sino de los
humildes», recuerda San Agustín: responde a la convicción honda de saber que la
eficacia viene de Dios y no de uno mismo. Esta confianza lleva al cristiano a
afrontar los obstáculos que encuentra en su alma y en el apostolado con moral
de victoria, aunque en ocasiones los frutos tarden en llegar. Con oración y
mortificación, con el trato de amistad, con nuestra alegría habitual, podremos
realizar esos milagros grandes en las almas.
Seremos
capaces de «trasladar montañas», de quitar las barreras que parecían
insuperables, de acercar a nuestros amigos a la Confesión, de poner en el
camino hacia el Señor a gentes que iban en dirección contraria. Esa fe capaz de
trasladar montes se alimenta en el trato íntimo con Jesús en la oración y en
los sacramentos. Nuestra Madre Santa María nos enseñará a llenarnos de fe, de
amor y de audacia ante el quehacer que Dios nos ha señalado en medio del mundo,
pues Ella es «el buen instrumento que se identifica por completo con la misión
recibida. Una vez conocidos los planes de Dios, Santa María los hace cosa
propia; no son algo ajeno para Ella.
En
el cabal desempeño de tales proyectos compromete por entero su entendimiento,
su voluntad y sus energías. En ningún momento se nos muestra la Santísima
Virgen como una especie de marioneta inerte: ni cuando emprende, vivaz, el
viaje a las montañas de Judea para visitar a Isabel; ni cuando, ejerciendo de
verdad su papel de Madre, busca y encuentra a Jesús Niño en el templo de
Jerusalén; ni cuando provoca el primer milagro del Señor; ni cuando aparece
-sin necesidad de ser convocada- al pie de la Cruz en que muere su Hijo... Es
Ella quien libremente, como al decir Hágase, pone en juego su personalidad
entera para el cumplimiento de la tarea recibida: una tarea que de ningún modo
le resulta extraña: los de Dios son los intereses personales de Santa María. No
es ya sólo que ninguna mira privada suya dificultase los planes del Señor: es
que, además, aquellas miras propias eran exactamente estos planes».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org