LOS PECADOS DE OMISIÓN
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Dominio público |
II. Responsabilidad en hacer rendir los propios talentos.
III. Omisiones. Actuación de los cristianos en la vida social y en la
pública.
«Es también como un hombre que al
marcharse de su tierra llamó a sus servidores y les entregó sus bienes. A uno
le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno sólo: a cada uno según su
capacidad y se marchó.
El que había recibido cinco talentos fue inmediatamente
y se puso a negociar con ellos y llegó a ganar otros cinco. Del mismo modo, el
que había recibido dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno, fue,
cavó en la tierra y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo,
regresó el amo de dichos servidores e hizo cuentas con ellos. Llegado el que
había recibido los cinco talentos, presento otros cinco diciendo: Señor cinco
talentos me entregaste, he aquí otros cinco que he ganado. Le respondió su amo:
Muy bien, siervo bueno y fiel; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te
confiaré lo mucho: entra en el gozo de tu señor. Llegado también el que había
recibido los dos talentos, dijo: Señor dos talentos me entregaste, he aquí
otros dos que he ganado. Le respondió su amo: Muy bien, siervo bueno y fiel;
puesto que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en el gozo
de tu señor. Llegado por fin el que había recibido un talento, dijo: Señor sé
que eres hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no
esparciste; por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí tienes
lo tuyo. Le respondió su amo, diciendo: Siervo malo y perezoso, sabías que
cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido; por eso mismo
debías haber dado tu dinero a los banqueros, y así al venir yo, hubiera
recibido lo mío junto con los intereses. Por tanto, quitadle el talento y
dádselo al que tiene los diez. Porque a todo el que tenga se le dará y
abundará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. En cuanto al siervo
inútil arrojadlo a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar
de dientes.» (Mateo 25, 14-30)
I. De Dios hemos recibido la vida y los dones que la acompañan
a modo de herencia, para hacerla rendir. Y de esa herencia se nos pedirá cuenta
al final de nuestros días. Somos administradores de unos bienes, algunos de los
cuáles sólo los poseeremos durante este corto tiempo de vida. Después nos dirá
el Señor: Dame cuenta de tu administración... No somos dueños; sólo somos
administradores de unos dones divinos.
Dos
maneras hay de entender la vida: sentirse administrador y hacer rendir lo
recibido de cara a Dios, o vivir como si fuéramos dueños, en beneficio de la
propia comodidad, del egoísmo, del capricho. Hoy en nuestra oración, podemos
preguntarnos cuál es nuestra actitud ante los bienes, ante el uso del tiempo
que también es un don y del que también tendremos qué dar cuenta.
II. El Señor espera ver bien administrada su hacienda; y espera
un rendimiento acorde con lo recibido. Lo mucho de aquí, de nuestra vida en la
tierra, es poca cosa en relación con el premio del Cielo. El mejor negocio que
podemos hacer es ganar la vida eterna. No podemos enterrar nuestro talento en
la tierra (Mateo 25, 14-30) sin negociar con él.
No
podemos llenar nuestra vida con omisiones, con oportunidades no aprovechadas,
con bienes materiales y tiempo malgastados. No podemos presentarnos ante el
Señor con las manos vacías. Enterrar el talento que Dios nos ha confiado es
tener la capacidad de amar y no haber amado, sin hacer felices a quienes están
junto a nosotros, y dejarlos en la tristeza; tener bienes y no hacer el bien
con ellos; poder llevar a otros a Dios y no hacerlo. No basta, no es
suficiente, con “no hacer el mal”, es necesario “negociar el talento”, hacer
positivamente el bien. Pidamos al Señor que nos ayude a dar frutos de santidad,
de amor y de sacrificio.
III.
Poner en juego los talentos recibidos abarca todas las manifestaciones de la
vida personal y social, y desarrollar la propia personalidad, todas nuestras
posibilidades.
Dios
espera de nosotros una conducta reciamente cristiana en la vida pública: el
ejercicio responsable del voto, la actuación, según la propia capacidad, en los
colegios profesionales, en las asociaciones de padres en los colegios de los
hijos, en los sindicatos, en la propia empresa de acuerdo a las leyes laborales
del país, y poniendo los medios para mejorar una legislación claramente injusta
en materias fundamentales como la vida, la educación y la familia.
La
Confesión frecuente nos ayudará a evitar las omisiones que empobrecen la vida
de un cristiano y llenar la vida de frutos para Dios.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org